PORTAL IMPULSADO POR LAS EMPRESAS RESPONSABLES:

- Advertisement -
NoticiasAmbientalLa Encrucijada Energética de México

La Encrucijada Energética de México

EI desastre nuclear en la planta de Fukushima-Daiichi fue desatado por una de las peores catástrofes naturales que registra la memoria humana, coincidió con deficiencias de diseño en reactores con más de cuatro décadas de antigüedad, y con errores sorprendentes en la celebrada técnica japonesa. Fue envuelto y precedido además por una atmosfera de opacidad y desconfianza hacia el operador: Tokyo Electric Power Company (tepco). Fukushima enseña que en la caprichosa ruleta de los riesgos, dado un tiempo suficiente, lo peor ocurre antes o después. Acontecimientos de costo descomunal, aunque de probabilidad mínima, no deben ser soslayados por el pragmatismo ingenieril a la hora del diseño. Por cierto, algo para reflexionar sobre eventos catastróficos pero aparentemente poco probables que puede traer consigo el calentamiento global.

La energía nuclear siempre ha sido estigmatizada por sus opositores, con razón, al no haber resuelto el problema de cómo disponer de manera segura los residuos radioactivos de vida muy larga. También, por los impactos ambientales asociados a la minería del uranio, por el costo alto e incierto de las plantas y la necesidad de cuantiosos subsidios y/o garantías gubernamentales, y porque al final, las reservas de uranio también son limitadas. Pero el flanco más débil de la energía nuclear han sido sus riesgos potencialmente catastróficos, ahora acreditados por Fukushima.

Si bien Fukushima no es Chernobyl, sí supera a Three Mile Island en la estela de calamidades que ha dejado. Entre ellas, irónicamente, menores márgenes de maniobra y de voluntad política para luchar contra el cambio climático en el mundo. La energía nuclear entraba en un renacimiento, con reactores más seguros y estandarizados, y según sus promotores, más baratos y de construcción más expedita. Venía ofreciendo energía de carga básica (base load) confiable y altos factores de planta (superiores a 95%) como soporte y transición asequible hacia una economía de bajo carbono nutrida por energías renovables, que, como sabemos, en gran medida son intermitentes. Requieren un cimiento permanente de generación eléctrica en que apoyarse. Si Fukushima descarrila a la energía nuclear, como parece al menos en Occidente, sólo quedan el carbón y el gas natural para cumplir ese papel. El primero es el combustible fósil más contaminante y siniestro. Cientos de personas mueren al año en minas de tiro, y miles de hectáreas —montañas enteras— son arrasadas para extraerlo en explotaciones a cielo abierto. Muchas más mueren por enfermedades respiratorias en condiciones atroces de calidad del aire por las emisiones de óxidos de azufre, partículas, óxidos de nitrógeno, y mercurio hipertóxico de plantas termoeléctricas alimentadas con carbón. La lluvia acida que causan envenena lagos, ríos y bosques.

El gas natural es más benigno y limpio; sus emisiones de gases de CO2 son la mitad del carbón, lo cual ofrece algún consuelo y un colchón de tiempo un poco más mullido. Ahora, sus depósitos más abundantes son del llamado shale gas o gas de lutitas (atrapado en antiguas rocas sedimentarias). Su explotación requiere fracturar la roca con agua a grandes presiones; los riesgos de contaminación son considerables.

Al inhibir el renacimiento de la energía nuclear como opción, Fukushima no sólo atrofiará esfuerzos políticos internacionales contra el cambio climático, sino que podrá acelerar las emisiones de gases de efecto invernadero (por un mayor uso de carbón y gas), y acercar en el tiempo las consecuencias previsibles del calentamiento global.

La hidroelectricidad no tiene ya mucho espacio para crecer en México; no hay ni carbón, ni shale gas en volúmenes significativos. Descartando a la energía nuclear habrá que importarlos en buena medida en un horizonte de largo plazo, y apostar decididamente por energías renovables. Sin embargo, la construcción de una matriz energética con un alto componente de fuentes renovables tendrá una onerosa contraparte. Más aun, cuando se anticipa una mayor demanda de electricidad por el advenimiento de los vehículos eléctricos, y, deseablemente a largo plazo, de medios de transporte colectivo, en forma de ferrocarriles suburbanos e interurbanos de alta velocidad. Ante Fukushima, el monopolio eléctrico mexicano y los subsidios colosales al consumo de electricidad hacen más compleja esta encrucijada.

El gasto inercial durante décadas en subsidios a los energéticos ha tenido consecuencias reconocidamente depredadoras del erario, del medio ambiente, y del potencial de transformación tecnológica de la economía nacional. Los subsidios a la electricidad han significado aproximadamente entre 3% y 6% del gasto público neto total en la última década, y una erogación frecuentemente superior a casi cualquier rubro de gasto administrativo exceptuando educación.

En 2010, los subsidios a la electricidad (95 mil millones de pesos) fueron mayores que el presupuesto total destinado individualmente a Agricultura, Salud, Comunicaciones y Transportes, Seguridad Pública, Defensa Nacional, Marina, Medio Ambiente, Desarrollo Social, y Ciencia y Tecnología. Alrededor de 60% estos subsidios se orientan hacia usuarios domésticos, 10% a usuarios comerciales y de servicios, otro un 10% a los agricultores para el bombeo de aguas subterráneas, y un 20% a la industria. Los subsidios a la electricidad influyen de manera determinante en la dinámica de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) del sector eléctrico y en las emisiones de contaminantes que deterioran la calidad del aire. Además, lastran el cambio tecnológico en edificaciones, en hogares, industrias y servicios, e intensifican el bombeo de aguas subterráneas para riego agrícola promoviendo el uso ineficiente y agotamiento de recursos hídricos. Peor: son regresivos (al igual que los subsidios a las gasolinas y al diesel) en la medida en que benefician mayoritariamente a grupos (deciles o fracciones de 10%) de población de más altos ingresos. Tómese en cuenta que en México, dado el monopolio eléctrico, lo que se considera subsidio puede encubrir total o parcialmente costos más elevados de producción de electricidad asociados a ineficiencias operativas (perdidas, elevados salarios y prestaciones de los trabajadores sindicalizados, baja productividad en términos de conexiones atendidas por trabajador).

Con un poco de visión y raciocinio, el gobierno podría desmantelar el ruinoso subsidio (ya no digamos, desmantelar al monopolio mismo, lo cual es anatema), logrando en paralelo resultados progresivos en la distribución del ingreso, ahorros fiscales gigantescos a mediano plazo y un fomento espectacular a las energías renovables, al desarrollo tecnológico en empresas mexicanas, a la inversión, y al empleo ¿Cómo? Reorientando el gasto en subsidios hacia el financiamiento a fondo perdido de instalaciones de energía solar fotovoltaica en el sector doméstico. Solo con el subsidio de 2010, por ejemplo, sería posible hacer así autosuficientes (interconectadas a la red) a casi ¡700 mil viviendas! Complejidades técnicas, institucionales y operativas aparte, en pocos años, reorientando el subsidio eléctrico hacia un programa nacional de energía solar, podría cubrirse a todo el sector doméstico de México.

Fukushima no sólo nos obliga a replantear a largo plazo las estrategias de desarrollo eléctrico en México, sino a corto plazo, a cuestionar la racionalidad de mantener los onerosos subsidios a la electricidad.

Nota del editor:
Al cierre de esta edición la situación de la planta de Fukushima-Daiichi había alcanzado el nivel 7, dentro de la escala de accidentes nucleares. Esto significa que sus consecuencias podrían ser similares a las de Chernobyl, en cuanto a impacto ambiental.

Fuente: Equilibrio, p 34-36.
Articulista: Gabriel Quadri de la Torre.
Publicada: Mayo 2011, número 33.

Click sobre la imagen para ampliar

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

PLATIQUEMOS EN REDES SOCIALES

Lo más reciente

DEBES LEER

TE PUEDE INTERESAR