El panorama energético mundial ha cambiado en el último año debido fundamentalmente a dos acontecimientos: el accidente de Fukushima y el descubrimiento de nuevas y abundantes reservas de gas. Los retos de la política energética se mantienen: garantizar el suministro energético de forma competitiva y medioambientalmente sostenible; pero la senda para alcanzarlos ha cambiado. La estrategia para afrontar estos retos debe ponerse en marcha hoy.
El declive de la energía nuclear, el auge del gas y la insuficiencia de las políticas actuales para frenar el calentamiento global son tres de los aspectos más destacables del reciente informe sobre el futuro energético de la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
El futuro de la energía nuclear es incierto. El accidente de Fukushima ha supuesto un replanteamiento de la estrategia nuclear. Alemania, por ejemplo, se ha comprometido a cerrar sus centrales nucleares en 2022. Otros países, como China o Japón, han ralentizado sus inversiones. Además, las medidas adicionales de seguridad han encarecido notablemente la construcción de nuevas centrales.
El peso de la energía nuclear sobre el mix energético mundial se mantendrá en 2035 en los niveles actuales frente a las previsiones de crecimiento contempladas en el escenario pre-Fukushima. El 70% de la inversión tendrá lugar en países emergentes. El declive de la energía nuclear favorecerá el desarrollo de otras energías como el gas o las energías renovables.
La explotación de nuevas y abundantes reservas de gas cambiará el mapa energético mundial. Las nuevas reservas de gas no convencional, es decir, gas no extraíble mediante tecnologías hasta ahora convencionales, y el abaratamiento de las tecnologías de extracción permiten ser optimista sobre el futuro del gas.
En Estados Unidos y Canadá se están explotando yacimientos cuya viabilidad económica resultaba hasta ahora impensable. La extensión de estas tecnologías a otras regiones del mundo permitirá la explotación de cuantiosas reservas. El gas no convencional es especialmente abundante en Norteamérica, Rusia, China y Latinoamérica y, frente a la concentración del gas convencional, se encuentra geográficamente muy atomizado.
De acuerdo con la AIE, la proporción de gas en el mix energético ascenderá del actual 21% al 25% en 2035. El gas no convencional supondrá el 20% de la producción total frente al actual 12%. Las reservas de gas no convencional son suficientes para garantizar el consumo durante más de 250 años. Así pues, el agotamiento de los recursos energéticos no es uno de los problemas más acuciantes a los que se enfrenta la humanidad.
La mayor disponibilidad de gas, la menor concentración geográfica frente al petróleo y el aumento del comercio, debido a innovaciones en el transporte y a nuevas infraestructuras de almacenamiento, harán que se modere su precio y se generalice su uso. Por ejemplo, China prevé en su plan quinquenal 2011-2015 una fuerte apuesta por el gas. La AIE también prevé un incremento del uso del gas en el sector del transporte. Además, la atomización de las reservas de gas suavizará los desequilibrios globales de las balanzas comerciales, uno de los elementos subyacentes en la crisis financiera actual.
Desde el punto de vista de las emisiones de dióxido de carbono, el gas es una opción más limpia que otros combustibles fósiles, pero ¿se traducirá el nuevo mix energético en una disminución de las emisiones respecto al escenario anterior? Sí, pero no de forma sustancial, ya que el gas sigue siendo una alternativa con más emisiones que la energía nuclear, a la que también reemplazará parcialmente.
Los combustibles fósiles seguirán teniendo un papel predominante en 2035. Según la AIE, el nuevo escenario energético con un aumento del uso del gas pero con un menor peso de la energía nuclear que el previsto anteriormente hace disminuir ligeramente las emisiones de CO2 respecto al escenario previo, pero conduce a un aumento de la temperatura en el largo plazo de 3,5 grados centígrados, cifra muy superior a los 2 grados centígrados acordados como objetivo global.
Las políticas actuales no son suficientes para frenar el calentamiento global. El mayor peso del gas no eliminará la necesidad de seguir desarrollando políticas activas contra el cambio climático basadas en las energías renovables, la eficiencia energética, las tecnologías de captura de dióxido de carbono y la adaptación a tecnologías más limpias. El gas puede contribuir a mejorar la seguridad energética y a la transición hacia un mundo libre de carbono pero no es la solución al calentamiento global.
Descarbonizar el mundo es un proceso progresivo y costoso. El margen de maniobra para situar el sector energético en una trayectoria sostenible es limitado. El 80% de las emisiones del sector energético permisibles en 2035 son difícilmente evitables debido a las inversiones ya realizadas.
Según la AIE, se necesitaría una inversión mundial de 28 billones de euros en infraestructura hasta 2035 para poder satisfacer la demanda creciente de energía, especialmente de China e India. Las inversiones deberán ser incluso mayores para mantenerse en una trayectoria sostenible. Las tecnologías actuales no son suficientes para reducir las emisiones de CO2. Es necesario no solo invertir en nuevas tecnologías, sino también hacerlas llegar a los países en fase de industrialización.
La AIE presenta un panorama relativamente favorable para la competitividad y la seguridad energética, pero desalentador en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
¿A qué retos se enfrenta España en este nuevo escenario? Las energías renovables y el gas natural están llamados a desempeñar un papel muy relevante en el sistema energético español. El futuro de la energía nuclear no está decidido, pero es poco probable que se lleven a cabo nuevas inversiones. El carbón nacional tenderá a desaparecer por su alto coste y elevadas emisiones.
La agenda energética del nuevo Gobierno en este nuevo escenario está repleta de retos ineludibles. En nuestra opinión, son tres los más prioritarios:
En primer lugar, la eficiencia energética debe convertirse en una de las claves de la política energética. Hay multitud de medidas con bajo coste que contribuyen a reducir el uso de energía. La eficiencia energética no solo reduce las emisiones de CO2, sino que hace disminuir el alto déficit energético español, que ejerce una gran presión sobre la balanza comercial.
En segundo lugar, se deben sentar las bases para crear un mercado nacional del gas y su integración en Europa. España se encuentra en una situación geográfica excelente para convertirse en un punto de entrada del gas en Europa occidental. El aumento del comercio mundial de gas requiere de infraestructuras apropiadas y de mercados líquidos para que ciudadanos y empresas se beneficien del mismo.
Por último, España debe apostar decididamente por la lucha contra el cambio climático suprimiendo las ayudas al uso del carbón y apoyando el despliegue de energías limpias. El apoyo financiero del sector público a la investigación y adopción de medidas contra el calentamiento global debe ser firme y continuado. La coordinación y optimización de los instrumentos de lucha contra el cambio climático se hacen más necesarias en épocas de restricciones presupuestarias.
La dilación en la puesta en marcha de estas medidas no hará más que encarecer el suministro futuro de energía y reducir las posibilidades de frenar el calentamiento global. Un precio muy alto para las generaciones venideras. La inacción no es una solución sino una condena.
Fuente: Elpaís.com.
Por: Paulina Beato, doctora en Economía por la Universidad de Minnesota, es consejera de Repsol. Juan Delgado, doctor en Economía por la Universidad Carlos III, es consultor en asuntos energéticos.
Publicada. 27 de noviembre de 2011.