Cuando se les pregunta a los chinos si creen que existe corrupción entre los funcionarios, empresarios y otros sectores de la población, el entrevistado suele mirar a su interlocutor y callar con aspecto de pensar: «Este tipo no sabe dónde vive», o se suelta la lengua y arremete contra todo lo que se mueve. La corrupción es endémica en China. Algunos licenciados pagan a los directores de los colegios para conseguir un empleo, y es frecuente que los padres hagan regalos a los profesores de sus hijos en la época de exámenes. En los hospitales no son raros los sobres a los cirujanos para asegurarse un buen tratamiento en el quirófano. Y los sobornos a policías para evitar multas, a periodistas para que no publiquen determinadas historias y a funcionarios del Gobierno para conseguir contratos oficiales están a la orden del día.
China tiene un índice de 3,5 en la escala de 0 (altamente corrupto) a 10 (muy limpio) de Transparency International, una organización no gubernamental que monitoriza la corrupción en el sector público en todo el mundo. Ocupa el puesto 78 entre un total de 178 países investigados, al mismo nivel que Tailandia, Grecia, Colombia o Lesoto, en el informe de 2010.
La semana pasada, el banco central chino aseguró que entre 16.000 y 18.000 empleados del Gobierno y ejecutivos de empresas estatales corruptos han huido de China o han desaparecido con unos 800.000 millones de yuanes (86.900 millones de euros), conseguidos de forma ilegal, desde mediados de los noventa. Muchos de ellos se han fugado a EE UU, Canadá y Australia. Otros han elegido países más cercanos, como Rusia y Tailandia, y buena parte se refugió en pequeños países de África, Latinoamérica y el este de Europa, a la espera de los documentos necesarios para emigrar a países más ricos.
Los sobornos son la grasa de la máquina de los rápidos cambios sociales y económicos en marcha en China. Pero su magnitud preocupa seriamente a las autoridades. Las encuestas reflejan rutinariamente que la corrupción es la queja número uno de los chinos, y que la situación ha empeorado a medida que el país prosperaba. Hasta tal punto que el presidente, Hu Jintao, y el primer ministro, Wen Jiabao, han repetido incontables veces que es una de las mayores amenazas para la continuidad del Partido Comunista Chino. Pekín ha lanzado numerosas campañas para atajarla, pero los casos de sobornos sonados han continuado emergiendo. El hecho de que el banco central haya publicado los datos sobre la fuga de corruptos pone de manifiesto la determinación de los dirigentes para luchar contra esta lacra.
Sin embargo, el Gobierno quiere que la limpieza se realice desde dentro del sistema, sin gran implicación de la prensa ni de la población. Varios sitios en Internet privados que habían surgido para que la gente pudiera denunciar de forma anónima casos de corrupción -una idea inspirada en India- han cerrado recientemente ante la presión oficial. Pekín temía que fueran utilizados para calumniar a funcionarios o que el acceso a demasiada información pudiera provocar la ira de los ciudadanos e inestabilidad social. Los expertos, sin embargo, ven difícil luchar contra el problema sin un sistema judicial independiente y una prensa libre.
Fuente: El País.com
Por: José Reinoso.
Publicada: 26 del junio de 2011.