Euan Nisbct, profesor de ciencias de la tierra de la Universidad de Londres, quien ha recorrido el mundo midiendo los niveles de contaminación de gases de efecto invernadero en el aire, llega hasta las salientes rocosas de la Costa Este de la Isla de Hong Kong en una mañana soleada de noviembre.
Saca una bomba a pila y la conecta a un delgado tubo y a una bolsa de plástico para atrapar las huellas del viento.
«Es un buen día para juntar muestras», dice Nisbet, mirando al mar. «La brisa es buena y fuerte, y viene desde el continente. Es la respiración de China».
Mientras conecta su aparato succionador de aire, Nisbet dice que el mundo confía excesivamente en las estimaciones de los gobiernos sobre las cantidades de dióxido de carbono, metano y otros gases que atrapan el calor y que son responsables del cambio climático. Eso es porque las empresas y los países basan el cálculo de emisiones en la materia prima que ingresa a las fábricas o a las centrales de energía; no hacen un control de la contaminación que sale de ellas. «Esto es lo mismo que iniciar una dieta sin pesarse», explica Ray Weiss, profesor de Geoquímica del Instituto Scripps de Oceanografía de California, cuyo artículo escrito en colaboración con Nisbet y publicado en junio en la revista Science, aboga por la medición de gases en la atmósfera.
Mientras el mundo recurre a tratados climáticos y mercados de comercialización de emisiones para domesticar el calentamiento global, los científicos y los responsables de los entes reguladores no coinciden en la respuesta a una pregunta clave: ¿Cómo medimos la contaminación que estamos intentando reducir? Las empresas utilizan cálculos de abajo hacia arriba (desde el suelo a la atmósfera) y reportan sus estimaciones de emisiones con base en sus aportaciones (la cantidad de carbón que quema una fábrica, por ejemplo). Los países tabulan estas estimaciones y agregan datos de todo su territorio: cuántos vehículos circulan dentro de sus límites territoriales O la cantidad de desperdicios que se arrojan a los basureros, Nisbet, Weiss y otros investigadores dicen que este enfoque de abajo hacia arriba no revela necesariamente lo que sucede con el aire. Alertan que los gases de efecto invernadero que se miden en la atmósfera pueden ser el doble de lo que las empresas y naciones estiman en sus mediciones en el suelo.
Es importante garantizar que los números coincidan por otra razón más inmediata: ellos consideran el único tratado internacional climático que establece topes obligatorios para los gases de efecto invernadero -el Protocolo de Kyoto-, vigente desde 2005, que estableció las metas de emisión para 38 de los 191 países que lo firmaron. Hoy, los 141,000 millones de dólares de crédito que ayudan a los países a cumplir con sus metas de Kyoto cambian de dueño en los mercados globales de emisiones. Y el mercado está floreciente gracias a los derechos de los países y naciones que contaminan en exceso al solicitar créditos para desarrollar proyectos ecológicos en otros lugares. Todos estos esfuerzos se basan en la exactitud de las mediciones de abajo hacia arriba.
«Tenemos que lograr los números correctos lo más rápidamente posible», dice Shakeb Afsah, ex economista ambiental del Banco Mundial y fundador de la empresa de análisis de datos Performeks LLC. «Hemos visto cómo el efecto de pequeños errores que se acumularon en los mercados financieros explotaron cuando las pequeñas grietas se transformaron en enormes fallas geológicas».
Los operadores y los encargados de los entes reguladores dicen que el mercado del carbono (sistema de comercio a través del cual los gobiernos, empresas o individuos pueden vender o adquirir reducciones de gases efecto invernadero) de Europa, conocido como el Sistema de Comercialización de Emisiones, y el mercado de compensaciones de emisiones internacionales de la ONU, conocido como el Mecanismo de Desarrollo Limpio, están dejando su marca en las emisiones de gases de efecto invernadero. De los 570 millones de dólares por año en 2004, el mercado global de carbono podría llegar hasta los 1.4 billones de dólares para fines de esta década, dice Bloomberg New Energy Finance. Los contratos de comercialización de bonos de carbono (créditos que se comercializan en un mercado creado para ello) subieron a casi 10,600 mdd en 2009. La Unión Europea está apostando a los límites y a la comercialización. Los 15 países que conformaban la Unión Europea en el momento en que se firmó el pacto adoptado en Kyoto dicen que el sistema ya los ha ayudado: han superado sus metas de recorte de emisiones a cinco años, hasta 2012, en un promedio de 8% respecto de 1990. A partir de 2008, la Unión Europea -ahora conformada por 27 naciones- reportó a la ONU que las emisiones han bajado 11.3% en relación con 1990. Endesa, el principal usuario de las compensaciones de la ONU en el mercado de la Unión Europea hasta 2008, dice que ha reducido las emisiones en sus plantas españolas 5% anual desde 2005. Además, la Comunidad Europea ha fijado metas internas.»Está funcionando», dice James Cameron, vicepresidente de Climate Change Capital, un fondo de administración de Londres que ha invertido más de 1,000 mdd en bonos de carbono. Afirma que «Este sistema existe sólo para eliminar toneladas de carbono de la atmósfera; no tiene otro fin». Para Jean-Pascal van Ypersele, vicepresidente del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, una red de científicos Uderada por la ONU, las empresas y los países usan fórmulas comprobadas para el cálculo de las emisiones.
El dióxido de carbono es el principal gas de efecto invernadero que se comercializa en el mercado de la Unión Europea. El dióxido de carbono es relativamente simple de calcular, dice.
Los auditores y los paneles de expertos revisan y rubrican las cantidades que reportan las empresas y los países.
Si hay discrepancias entre las cifras de reducción de emisiones, quizá sea porque los países que las calculan no siguen un conjunto de reglas fijas, dice van Ypersele. Hasta un pionero en los cálculos de abajo hacia arriba dice que ahora ve las desventajas de esta medición. «Estas estimaciones son poco más que conjeturas», dice John Bosch, que se retiró de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) en 2009 luego de 38 años de servicio. Los científicos dicen que los estudios publicados en 2010 respaldan su llamado a una mejor verificación de las cifras de abajo hacia arriba. Se hicieron mediciones de metadona, el gas de efecto invernadero más común después del CO2, en Los Ángeles, con un analizador láser y el resultado fue que las emisiones eran tres veces superiores a los cálculos de la Junta de Recursos del Aire de California realizados, siguiendo los lineamientos de la ONU, según el número de enero de 2010 de Atmospheric Environment. Los cálculos de abajo hacia arriba podrían desestimar las filtraciones de las tuberías de gas natural y hasta ignorar completamente otras fuentes, dice el estudio.
Mark Lewis, director administrativo de investigaciones globales sobre carbono del Deutsche Bank AG, dice que los operadores no tienen la experiencia y los conocimientos para anticipar cómo se crean los mercados de emisiones. Tienen que creer en los sistemas que los expertos han establecido.
«La medición de gases en el aire requeriría de una red global como las estaciones que reportan los patrones climáticos. Hasta ahora, los países no se han mostrado dispuestos a desembolsar dinero para este fin. Esto hace que quienes miden los gases en el aire constituyan una banda suelta de unos pocos que realizan su trabajo en todo el mundo. La construcción de una red de alcance mundial sería de aproximadamente de 5,000 MDD, dice Michael Woelk, director ejecutivo del fabricante de equipos de medición Picarro, de Sunnyvale, California.
Los cálculos de emisiones inexactos podrían implicar una corrección poco grata de la economía, agrega. «¿Cómo podemos saber si está funcionando el canje para la reducción de emisiones si no entendemos la composición real del aire?».
«Esencialmente estamos estableciendo las bases para una crisis subprime (de alto riesgo) del carbono».
Fuente: Expansión, p. 39-41.
Reportera: Natalie Obiko Pearson.
Publicada: Febrero de 2011.
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