Por Odile Cortés, directora operativa de IntegraRSE
Las mujeres parecieran tener una relación intrínseca con la naturaleza, o por lo menos es lo que algunas perspectivas del ecofeminismo plantean. Esta visión esencialista hace un símil constante entre la capacidad reproductiva de la mujer y la del medio ambiente, al que incluso algunos llaman MadreTierra. Pero no debemos dejarnos nublar por esta romántica visión al considerar lo que existe detrás de esa relación: mujeres y niñas que sufren constantemente los embates del cambio climático y cuyo acceso a oportunidades es tremendamente desigual precisamente por su relación tan cercana al medio ambiente.
La vulnerabilidad de la mujer no está en su esencia sino en el contexto social que ha hecho que sea la principal víctima de un capitalismo extractivo y desigual entre países y dentro de los países. La feminización de la pobreza es una realidad: aunque las mujeres realizan el 66% del trabajo en el mundo y producen el 50% de los alimentos, solo reciben el 10% de los ingresos y poseen el 1% de la propiedad, reveló Amnistía Internacional en el 2020.
Esta no es la única situación preocupante. Las mujeres además son las mayores víctimas del cambio climático. Basta enfocar el análisis de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas para entender que el impacto de la desigualdad de género no solamente es uno de los objetivos, sino que atraviesa a los 16 adicionales pues siempre son las mujeres quienes más resienten estos temas.
Pensemos solamente en los temas de agua: las mujeres hoy dedican hasta 200 millones de horas a recolectarla, de acuerdo con la organización WaterAid. Esto significa que cuando falta infraestructura hídrica en las comunidades, las mujeres tienen que dedicar más horas a buscar fuentes seguras para obtenerla. Eso significa más horas del día dedicadas a tareas domésticas y, por tanto, menos horas disponibles para enfocarse en el estudio e incluso el esparcimiento.
El agua es también la fuente principal de salud y de higiene. De acuerdo con UNICEF, una de cada tres personas en el mundo no tiene acceso a agua potable. Para las mujeres va más allá de tener agua para beber sino que involucra también las condiciones de higiene que se requieren entre tres y cinco días al mes durante su periodo menstrual. En Latinoamérica, UNICEF México informó que el 43% de las alumnas con periodo menstrual prefieren no ir a la escuela durante su ciclo ante la falta de condiciones higiénicas, que, si bien incluyen carencia de toallas sanitarias o tampones, se acrecientan cuando no hay siquiera agua con qué lavarse.
Las mujeres son también quienes más afectadas están cuando no se encuentran fuentes de energía limpias al alcance. Por ejemplo, al ser las mujeres y niñas quienes pasan más tiempo en la preparación de alimentos, el humo de los fuegos de madera tradicionales es el asesino silencioso de unos cuatro millones de personas al año, preponderantemente del género femenino. También no tener fuentes de energía afecta la capacidad hospitalaria de algunas regiones: durante el parto, las mujeres en las zonas rurales a menudo dan a luz en centros de salud que carecen de electricidad, poniendo sus vidas y las de sus bebés en mayor riesgo.
Las mujeres y las niñas han liderado y siguen liderando movimientos medioambientales y de acción por el clima. Basta ver la encomiable labor que encabeza Greta Thunberg. Pero los hombres ocupan el 67 por ciento de los puestos en los que se toman las decisiones relacionadas con el clima. En México, menos del 20% de los dueños de los ejidos y tierras comunitarias son mujeres. Debido a que las decisiones de la comunidad se toman en la asamblea en la que solamente pueden participar los dueños de la tierra, las mujeres casi siempre son excluidas del proceso, aun cuando se calcula que representan alrededor del mundo el 43% de la fuerza de trabajo en la tierra y que es el género femenino quien produce más del 50% de los alimentos cultivados en todo el mundo, según estimaciones de la FAO.
Si todo esto no prueba la victimización desmesurada que sufren las mujeres ante temas de cambio climático, puede sumársele al argumento el incremento de la violencia doméstica ante la falta de recursos. Se trata de un aumento en la violencia sexual cuando no existe electricidad en los hogares, por ejemplo, o el comprobado crecimiento de la explotación sexual de las mujeres tras crisis climáticas, como fue el caso del tifón en Haití en el 2013.
Tener todo esto en mente es lo que realmente significa legislar y obrar con perspectiva de género. No es un únicamente pensar en disminuir la brecha salarial o trabajar por la igualdad de género. Es analizar detenidamente cómo cada una de las aristas del desarrollo sostenible tiene implícito un sesgo de género que es necesario contemplar cuando se están trabajando soluciones a favor de temas que parecieran no relacionados, como las energías limpias o el acceso al agua.
Odile Cortés es directora operativa de IntegraRSE, especialista en responsabilidad social y consultora acreditada del Cemefi, reconocida en 2021 por Al Gore con el premio Green Ring del Climate Reality Project por su labor a favor de la sustentabilidad en Latinoamérica y una de las cinco mujeres mexicanas que se sentó a la mesa con la Vicepresidenta de los Estados Unidos Kamala Harris, en su reciente visita a México.