Muchos centros educativos se esforzaron en elaborar las mejores mallas curriculares para convertir el oficio de informar en una carrera superior y la mayoría la llamó Ciencias de la Comunicación.
La Escuela de Periodismo Carlos Septién García, fundada en 1949 por Luis Beltrán y Mendoza, Alejandro Avilés y Fernando Díez de Urdanivia, entonces editorialista de Excélsior, fue la primera en su tipo, ya que su plan de estudios tuvo como base la enseñanza de los géneros periodísticos.
Durante cuatro años, los integrantes de la segunda generación (1953-1956) nos formamos en el tercer piso de un edificio ubicado en San Juan de Letrán 23, en el cuadro central de la Ciudad de México, bajo la tutela de destacados informadores de la época, como el cronista taurino Carlos Septién García y José N. Chávez González, director del semanario Señal, en el que algunos de mis contemporáneos firmaron sus primeras colaboraciones.
Aquellos maestros nos contagiaron su entusiasmo por el apasionante quehacer periodístico que, cuando se ejerce con ética y responsabilidad, es indispensable en un país democrático.
El programa académico iniciaba con la materia de Redacción periodística y con ella se pretendía que fuéramos precisos en el relato de los hechos y en el uso de las palabras, concisos en el número de vocablos empleados para informar y “macizos” en su estructuración para que el lector los entendiera en su primera lectura. Tanto se enfatizaba en esta fórmula (ser precisos, concisos y macizos) que aún hoy algunos exalumnos la consideran de su propia autoría.
Enseguida se enseñaba la noticia veraz, de hechos reales; oportuna, en el momento que debe saberse, y objetiva, sin invenciones ni fragmentaciones.
Después se estudiaba a fondo la entrevista, útil para conocer a los protagonistas de los hechos: cómo piensan, cómo actúan, quiénes son y hacia dónde se dirigen.
El siguiente género era la crónica, esa narración secuencial y pormenorizada que ayuda a comprender quiénes y cómo intervienen en los sucesos de interés general, y cuál es su relevancia.
Con los anteriores conocimientos iniciábamos el estudio del reportaje, el llamado género rey, que es el resultado de la investigación minuciosa de un hecho con personas, así como en lugares y documentos, para tener una amplia visión de por qué y para qué ocurrió.
Después nos abocábamos a los géneros de opinión: la columna, el artículo y el editorial (en masculino, porque es la voz de la casa editorial donde se publica y que da a conocer su postura ante los acontecimientos que conmueven a la sociedad). Y, posteriormente, aprendimos a elaborar el ensayo periodístico.
Todos estos géneros se contextualizaban con distintas materias, cuya finalidad era ayudarnos a entender la vida política, económica y social del país.
Pero estas lecciones eran apenas una primera parte del bagaje requerido para el trabajo profesional. La segunda parte se adquiere con disciplina y perseverancia en la práctica, esto es, en la calle, esa otra gran escuela del reportero, en una redacción y frente a un micrófono.
Además, el periodista tiene la obligación de hacer del estudio su alimento diario; la lectura de los periódicos es clave para que comprenda a un mundo en constante transformación y también lo es el consumo de la buena literatura, de la cual se extrae un vocabulario ágil y rico.
A casi 70 años de las primeras clases, cientos de egresados se han colocado en los medios de comunicación de México y algunos del extranjero. Un ejemplo notable fue Vicente Leñero Otero, quien se iniciaría en el diarismo (1960) en Excélsior, publicando la columna de crítica cinematográfica La linterna mágica. Años más tarde se convertiría en un destacado periodista, novelista, dramaturgo y guionista de radio, cine y televisión; actividades en las que obtuvo importantes reconocimientos a nivel nacional e internacional.
El recuerdo de los inicios de nuestra escuela se compendia, precisamente, en las palabras del maestro Septién:
“La verdad es que un Estado se hallará en mejores condiciones de decidir sobre los pasos de su Patria, si el pueblo que lo sustenta es un pueblo alerta, enterado, sagaz por el conocimiento y el juicio de los hechos. Quienes hayan de emprender la carrera periodística deberán tener presente esta fundamental importancia de la información verídica y fiel. El servicio que con ello se da a los semejantes es el cumplimiento de la responsabilidad social del periodista.
“El médico dará la salud, el abogado protegerá el derecho, el ingeniero se ocupará de las obras materiales, pero el periodista satisfará en todos la nobilísima necesidad de la inteligencia por conocer la verdad del acontecer humano y al hacerlo con respeto y oportunidad estará ensanchando cotidianamente los dominios de la verdad y preparando a las voluntades para el servicio del bien”.
Fuente: Excelsior