Cada empresa, de acuerdo con sus recursos, definirá el tipo de acciones que llevará a cabo y el impacto que podrá generar.
Recordemos que la Responsabilidad Social no significa simplemente llevar a cabo acciones de corte social o filantrópico —como se confunde con frecuencia—, que son realizadas de forma eventual o esporádica. Se trata más bien de un proceso sistemático y permanente, que implica necesariamente una mejora continua.
El proceso de Responsabilidad Social debe responder inicialmente a un diagnóstico en donde se identifiquen áreas de oportunidad en aspectos económicos, sociales y medioambientales, que lleven a la definición e implementación de acciones programadas, dirigidas y pertinentes para la mejora continua de la organización.
En este sentido, la realización y continuidad de las acciones a través del tiempo es un factor determinante, pues se trata de un proceso permanente, inacabado y perfectible, en donde no existen topes o rangos máximos por alcanzar, ya que siempre existirán puntos o aspectos por mejorar, proyectos por desarrollar, impactos negativos que eliminar o mitigar, todo ello en favor de la propia empresa, de la sociedad y del entorno.
Las acciones de Responsabilidad Social no se realizan en función de la estructura orgánica de la empresa, de su tamaño, giro, e incluso ni siquiera de un presupuesto especial para realizarlas.
Cada organización, de acuerdo con los recursos que tenga, podrá definir qué tipo de acciones está en posibilidades de llevar a cabo y el impacto que podrá generar con ellas en los diferentes ámbitos que tenga contemplados.
Desde luego, hay que partir del cumplimiento de las obligaciones laborales, fiscales, de seguridad y protección civil, medioambientales, etcétera, para continuar con la implementación de acciones que van más allá de cumplir con estos requerimientos legales.
De hecho, no importa si se trata de una campaña de separación de basura o de implementar medidas de inclusión de personas con discapacidad o adultos mayores; de establecer estrategias éticas y medidas anticorrupción dentro de la organización, o bien, de la posibilidad de comprar una planta de tratamiento para reciclar el agua.
Lo importante es fomentar una cultura de Responsabilidad Social, en la que el punto de partida dependerá de cada institución, la cual deberá establecer formalmente su propio programa de mejora continua e ir avanzando progresivamente hacia un mejor desempeño.
No hay que olvidar que todas las acciones establecidas en el programa de Responsabilidad Social, por sencillas que éstas sean, deberán ser evaluadas para conocer su impacto y el grado de avance, así como para difundir sus logros y los retos por alcanzar.
Fuente: El Economista