A pesar de ser larguísima y difícil de pronunciar, la palabra sustentabilidad se puso de moda y ya se aplica a casi todo, desde planes de gobierno y proyectos económicos, hasta bricolaje hogareño. Sin embargo, ese sustantivo está más cerca de convertirse en un eslogan que de cambiar algo en serio.
Los edificios también tienen su versión sustentable: es la que busca el uso racional de los recursos naturales durante la construcción, el ahorro de energía en su funcionamiento y el cuidado del medio ambiente en todo momento. Todas cualidades más que loables cuando se habla de grandes edificios que consumen enormes cantidades de electricidad para sus ascensores, luces y aire acondicionado; que tiran miles de litros de agua potable en los inodoros y que producen un lindo desastre durante su construcción. Pero, maravillosa paradoja de nuestros tiempos, las más importantes torres de oficinas muestran un notable desprecio por la sustentabilidad (con enormes frentes vidriados en las peores orientaciones y excesivo uso de refrigeración e iluminación artificial) y, aún así, muchas llegan a ser consideradas “sustentables”. El problema es que, como pasa con todo lo que se pone de moda, la sustentabilidad es más usada como un maquillaje que como una fuerza transformadora, y eso tiene razones de peso y pesos.
Caso 1: Parecer sano Desde hace tiempo, las empresas más contaminantes del planeta prefieren edificios que respeten el medio ambiente, lo que hoy se llaman sustentables. Bueno, no es raro que mineras, petroleras y químicas busquen mostrar impoluta santidad en sus oficinas mientras comenten pecados ambientales en otro lado. Las compañías tabacaleras ya demostraron la eficiencia de asociar la imagen de un producto con lo contrario de lo que produce mediante publicidades de cigarrillos en paisajes naturales, ambientes deportivos y mucho aire libre y puro.
Ahora bien, ¿Cómo saber si un edificio es sustentable? En los Estados Unidos y en Europa existen diferentes normas para determinarlo. Y como las empresas internacionales comenzaron a llegar con esas exigencias bajo el brazo, los desarrolladores argentinos se empezaron a poner verdes.
Caso 2: Parecer verde Hace casi diez años, cuando empezó toda esta movida, desde el despacho de uno de los cinco inversores más importantes del país, llamaron a la Redacción del diario para pedir los datos de un especialista que había participado en una nota sobre sustentabilidad. Querían hacer “un edificio más o menos sustentable, porque ahora las empresas lo piden” (sic). Días después, cuando hablé con el especialista, le pregunté sobre su encuentro con el constructor y fue directo: “Quieren un green wash ”, refiriéndose a una tendencia que también se da en el Norte, la de hacer unos toques para que los edificios parezcan más verdes, sin serlo.
Caso 3: Cambiar de parecer La principal razón para simular sustentabilidad es que sale más barato que lograrla realmente. Claro que esto es en lo inmediato, porque un edificio verde resulta muy conveniente en el largo plazo. Hace 6 años, el canal de cable Fox tenía que construir su nuevo edificio en Buenos Aires; justo en ese momento, su dueño, el magnate de los medios Rupert Murdock, estaba fanatizado con la sustentabilidad. Ya con el proyecto concluido, ordenó adecuarlo a la nueva filosofía. Se proyectaron paneles solares, recuperación de agua de lavado para usos menores, materiales reciclables que no tuvieran un proceso de producción contaminante. Resultado: el presupuesto se encareció. Resultado 2: se construyó el proyecto original.
En conclusión, el andamiaje de aparatos y materiales que proponen las normas extranjeras para lograr un edificio amigable con el ambiente se puede reemplazar con un poco de sentido común criollo: frentes cerrados al Oeste, buena aislación térmica, aleros al norte, iluminación y ventilación naturales.
Fuente: Clarin.com
Publicada: 22 de febrero de 2012.