Generalmente se dice que muchas firmas de «fast fashion» o «low cost» se encargan de replicar de manera inmediata lo que presentan las grandes marcas de moda, con la finalidad de ponerlo al alcance de grandes masas.
No obstante, con la explosión de los medios electrónicos, parece haber también sospechosas «similitudes» entre los creadores consagrados.
Por ejemplo, un blog alemán señalaba que un diseño del nuevo niño estrella Raf Simons para Dior consistente en un vestido entallado de arriba con una gran falda de flores es peligrosamente similar a uno que lució Grace Kelly en su juventud, creado por la gran modista Edith Head.
El sitio web citaba también el abrigo con mangas sueltas y anudadas que causó sorpresa en el desfile de Céline afirmando que no era del todo original, ya que parecía sacado de la mente del artista estadounidense Geoffrey Beene.
A los anteriores casos se suma el de una de las mujeres más respetadas de la moda, Miuccia Prada, quien se inspiró recientemente en dos creaciones que el diseñador André Courrèges ideó en los años 60.
Asimismo, Roberto Cavalli ha protestado por diseñadores que parecen haberse inspirado más de la cuenta en sus creaciones.
«Al principio, cuando la gente me copiaba yo estaba feliz», dijo el modisto en una entrevista a Harper’s Bazaar, «ahora puedo entender cuando H&M o Zara me copian, pero lo odio cuando grandes diseñadores me copian. Tú tienes un gran nombre, nunca deberías copiarme».
En el otro lado de la historia se encuentra la autora Johanna Blakely, investigadora de la Universidad del Sur de California, quien aboga por la gran libertad para la propiedad intelectual en la industria de la moda.
Para ella, la ausencia de escrúpulos y trabas legales a la hora de replicar, copiar o imitar es óptima e increíblemente beneficiosa para el mercado fashion.
«Todos, incluso los diseñadores más grandes y de mayor prestigio, copian. Sólo hace falta fijarse en la pregunta que siempre se les hace al acabar el desfile: ‘¿cuál ha sido tu inspiración esta temporada?’, que lleva implícita una realidad: nada es original, las ideas siempre vienen de algo que ya existía antes, ya sean los cuadros de Pierre-Auguste Renoir o las películas de los años 40 de Humphrey DeForest Bogart y Lauren Bacall.
«El talento reside en cómo reinterpretar toda esa información y adaptarla a nuestro ‘zeitgeist’. El modo en el que se robe y se reinterprete esa belleza a los nuevos tiempos es lo que define a un buen diseñador», afirmó al periódico El Mundo la especializada en la industria del entretenimiento.
Sólo los logos están protegidos
La industria de la moda carece de propiedad intelectual y únicamente los logos y algunos estampados están a salvo legalmente, por ello, grandes firmas de lujo los protegen con uñas y dientes. Como la doble «C» de Chanel o el LV de Louis Vuitton.
Sin embargo, ninguna marca o diseñador ostenta el privilegio de ser el único propietario de los derechos de un tipo de vestido, hombrera, corte, escote o botón.
«Un abrigo o unos pantalones se consideran objetos demasiado utilitarios como para que alguien pueda poseer el derecho sobre ellos», comentó Johanna, «aunque la realidad es que muchas veces la moda está más cerca del arte que de lo útil».
Además, hay diferentes mercados. Una marca de lujo con clientes dispuestos a gastarse varios miles de dólares en una bolsa no tiene competencia con firmas cuyos compradores adquieren imitaciones baratas en Zara.
«Así, no creo que Chanel haya perdido algún consumidor por la colaboración que hizo Karl Lagerfeld para H&M», afirmó Blakely.
Así lo dijo:
«No hay nada nuevo bajo el Sol. Se trata de adaptar cosas ya existentes a los nuevos tiempos».
Fuente: Reforma