Durante décadas, la Unión Europea (UE) ha mantenido una doble moral en su relación con el resto de los países del norte de África. Por un lado ha enarbolado la bandera de los derechos humanos y ha defendido a capa y espada a los regímenes democráticos; pero, por el otro, ha tolerado férreas dictaduras con tal de conseguir importantes intercambios comerciales. El caso del dirigente de Libia, Muammar Gaddafi, ha sido un claro ejemplo de ello.
Durante sus más de 41 años al frente de un país del que se ha convertido en dueño y señor, han sido muchos los líderes europeos que no han tenido ningún problema de conciencia en hacer negocios con él.
Saben que Libia, además de ser el país más rico del norte de África, es, según la Comisión Europea el decimoctavo país del mundo en producción de petróleo, el octavo en reservas (con 44 mil 300 millones de barriles por extraer) y cada día obtiene 1.65 millones de barriles (desde el estallido de la crisis la producción se ha reducido en 500 mil barriles diarios).
Y aunque también saben que Gaddafi es un dictador, que llegó hace 42 años al poder mediante un golpe de Estado, que gobierna violando los derechos humanos y que en los años 70, 80 y 90 financió y armó varios grupos terroristas que operaron en Europa y que hoy reprime a su población a sangre y fuego, lo olvidan ante la necesidad de importar el petróleo y el gas que sus países no producen.
Todo ello explica por qué la UE ha tardado tiempo en sancionar al líder libio congelando sus bienes y bloqueando sus cuentas corrientes en respuesta a la represión de las revueltas ciudadanas en su contra en las que ya han muerto 6 mil personas, según la Liga Libia de Derechos Humanos.
Los países del viejo continente no sólo han comprado petróleo a Gaddafi, sino que incluso le han vendido las armas con las que ahora está masacrando a su población. Es el caso de Bélgica, cuya empresa FN Herstal vendió a Gaddafi en 2009 un lote de fusiles de asalto, ametralladoras y granadas que, según la Liga para la Defensa de los Derechos Humanos, estarían siendo usados directamente para disparar contra los manifestantes, a pesar de que el contrato de venta especificaba —como suele ser habitual en este sector— que estaban destinadas al Batallón 32 de las fuerzas de élite libias, encargadas de proteger los envíos humanitarios a la región sudanesa de Darfur.
También España firmó, en 2007, acuerdos para vender armas a Trípoli por 2 mil 100 millones de dólares y confiaba en cerrar contratos por 17 mil 200 millones, según revela un cable de WikiLeaks despachado por el embajador de Estados Unidos en Madrid y difundido recientemente.
Aceptado por todos
Fue en la década de los 90 cuando Libia normalizó sus relaciones con la comunidad internacional. Gaddafi anunció que destruía sus armas de destrucción masiva y se comprometía a colaborar en la lucha contra el terrorismo islámico. Las Naciones Unidas, el Consejo Europeo y Estados Unidos —entonces presidido por George Bush—, levantaron sus sanciones económicas. Libia dejó de pertenecer al considerado “eje del mal” y los países europeos perdonaron el pasado terrorista de Gaddafi y su presente como dictador.
La UE se convirtió en el principal destino del petróleo de Libia, país que hoy en día es el principal suministrador del bloque, con el 90% del total de sus exportaciones.
En el año 2004, tras la invasión de Estados Unidos en Irak, Gaddafi pasó, de ser el “perro loco de Medio Oriente”, como le llamaba el ex presidente estadounidense Ronald Reagan, al invitado de honor de los principales líderes europeos. Viajó y extendió sus lujosas jaimas (casas de campaña) en Bruselas (Bélgica), sede del Parlamento Europeo, en Italia, en Francia, en España y en Rusia. E incluso el rey Juan Carlos le visitó en el 2009.
En el año 2008, consciente de la dependencia de Libia en materia energética, la UE comenzó las negociaciones para la firma de un acuerdo de asociación entre ambos semejante al firmado con otras naciones.
La única diferencia estribó en que al régimen de Gaddafi no se le exigió firmar una cláusula de respeto a los derechos humanos ni de democratización. Y las pláticas giraron únicamente en torno a tres pilares: las relaciones políticas, la energía y la inmigración.
El poder de las inversiones
Así, varios países europeos se convirtieron en los principales socios económicos del dictador libio. Como Italia, cuyo primer ministro, Silvio Berlusconi, ha sido hasta ahora el mejor amigo de Gaddafi y el principal inversor en el país africano, seguido de Alemania, España, Turquía y Francia. Berlusconi visitó ocho veces Libia y recibió las jaimas del libio en Italia en cuatro ocasiones. Además, en 2008 firmó el Tratado de la Amistad —hoy suspendido— con el líder libio, y se convirtió en su máximo defensor. Gaddafi se comprometió no sólo a seguir proporcionando crudo al italiano, sino a frenar la salida de inmigrantes hacia el país europeo.
También el líder libio se ha aprovechado de esta situación y ha utilizado sus empresas familiares y el dinero obtenido con la venta del petróleo para invertir en Europa y para remodelar su país con la ayuda de empresas extranjeras. A través de un fondo de inversión llamado Lybian Investment Authority, ha invertido en sectores tan dispares como la construcción, las infraestructuras, la banca, el transporte y hasta los medios de comunicación.
Y en la actualidad posee desde un grupo editorial en el Reino Unido hasta unos terrenos en el sur de España, un banco y una empresa de fabricación de armas en Italia, aunque ahora sus bienes en todos estos países están embargados. Lo que es peor, la población libia está siendo masacrada con las armas que le vendieron a Gaddafi países que hasta hace poco lo veneraban.
Fuente: El Universal, el Mundo, A18.
Publicada: 6 de marzo de 2011.