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Lo importante no siempre es interesante

Este fue el comentario del director de un periódico, cuando estábamos debatiendo cómo los medios de comunicación crean la agenda de lo que es relevante y configuran el universo sobre el que pensamos.

La objeción, como se puede suponer, era la habitual: superficialidad, banalidad, irrelevancia, solo hablar de lo negativo y escandaloso… He rememorado este comentario a menudo mientras hemos llevado a cabo con mi colega Àngel Castiñeira el seminario sobre Valores y dirección pública en el programa EMPA de ESADE.

Durante 13 horas hemos estado acompañando a 35 directivos del sector público en su reflexión sobre los valores que deben regir el servicio público y sobre los instrumentos y las prácticas que pueden favorecer su integración en la gestión cotidiana.

Por eso quiero insistir en que lo importante no siempre es interesante (al menos mediáticamente). Porque la reciente proliferación de escándalos y malas prácticas (ante la que toda clarificación y transparencia será poca) pesa como una losa sobre el ingente número de directivos y profesionales del sector público que llevan a cabo su trabajo con disponibilidad, rigor, esfuerzo y decencia.

Y, encima, el uso entre morboso y partidista de estos hechos los está convirtiendo en una arma de destrucción masiva no tan solo de los valores democráticos, sino también de la autoestima y el reconocimiento de quienes nunca han traspasado estas líneas que nunca debieran traspasarse.

Lo importante es el compromiso profesional de estas personas. Su disposición al cambio. Su compromiso con el servicio a los ciudadanos. Su preocupación por la ética pública.

Su interés en mejorar y modernizar las diversas administraciones públicas en las que trabajan. Su sinceridad cuando se trata de compartir experiencias y problemas. Y también su lucidez y realismo. Para reconocer las tensiones y las limitaciones con las que trabajan. Para explorar y dar nombre sin subterfugios a los contravalores enquistados en las prácticas y en las estructuras organizativas.

Para asumir los errores en la manera de plantear la relación con los ciudadanos. Para convivir con problemas que deberían solventarse, que son difícil solución a corto plazo. Para aceptar que todo lo que es deseable no siempre es factible simultáneamente, y para tener la honradez de no convertir este hecho en una coartada o en una renuncia.

En definitiva, personas que desde su propia realidad –ni héroes ni villanos- viven sinceramente comprometidos con su identidad de servidores públicos. Quizás por este motivo (ni héroes ni villanos) no son interesantes. Pero son importantes. Muy importantes.

Escuchándoles he recordado los planteamientos que en su día hizo Robert Greenleaf sobre el liderazgo servidor o el liderazgo como servicio (servant leadership). Greenleaf detectó con acierto que hay un componente del liderazgo al que se presta poca atención (entre otras razones, porque predominan maneras de entender el liderazgo que quizá sería mejor calificar de egolatría).

Greenleaf insistía en que es un tipo de orientación vital en la que lo que prima es el servicio, y que el liderazgo viene después. O, más bien, que la disposición al liderazgo está directamente vinculada a una actitud de servicio.

Servicio entendido como atención a las personas y a los equipos que dependen estas personas, y entendido también como voluntad de tener como referencia y horizonte de su actividad la construcción de la comunidad. Adquieren una gran importancia, entre otras, actitudes de colaboración, empatía y consideración de las dimensiones éticas del ejercicio del poder.

Aviso para escépticos. No sufro síndrome de Estocolmo (o eso creo…). No tengo tendencia a idealizar nada ni a nadie. Y, en cualquier caso, la perfección no forma parte de mis ideales, ni de mis expectativas, ni de mis criterios. La misma concepción del servant leadership me parece que tiene serias limitaciones, y no es la menor una cierta absolutización (y quizás idealización) de la idea de servicio.

Pero me parece importante resaltar que el servicio es (o puede ser) un componente sustantivo del liderazgo, y que hay personas –ni héroes ni villanos, repito- para quienes la idea de servicio público es algo que orienta, justifica, motiva y da sentido a su trabajo cotidiano.

Por eso creo que nuestro en nuestro país necesitamos dar un paso adelante en lo que se refiere al desarrollo de una ética pública, y es reconocer la especificidad del servicio público y de sus valores y principios rectores. En los últimos años lo público ha sido abducido por lo político, y se ha contribuido a ello desde las más variadas formas de clientelismo.

Lo decisivo, en muchos casos, en la organización de lo público ha sido ante todo, que sea de los nuestros. Y ha llegado el momento de ir más allá. Con conciencia del riesgo –siempre presente- de corporativismo. Pero ese riesgo hay que asumirlo con conciencia, y no convertirlo en una coartada para el inmovilismo.

Afrontar este riesgo implica trabajar sobre dos temas subyacentes. En primer lugar, una comprensión de la identidad profesional que no se reduce a las competencias técnicas y de gestión, sino que incluye el compromiso con los valores que deben informar al servicio público.

Y, en segundo lugar, la convicción de que esta identidad profesional es relativamente independiente de la administración a la que se sirve; no es simplemente un reto interno a cada administración, en sus diversos niveles. Ni mucho menos una cuestión meramente individual.

Aunque pensemos en la suma de miles de individuos. Si queremos dotar de visibilidad y sustancia a la ética del servicio público, hay que dotar de visibilidad y sustancia a los servidores públicos en tanto que servidores públicos (y esto comporta la creación de un mínimo marco institucional y organizativo).

La reconstrucción de la relación entre valores y prácticas es un proceso transversal, que atañe a la identidad y, si se me permite la expresión, al orgullo profesional del servidor público, trabaje para la administración que trabaje y la gobierne quien la gobierne. Y ello requiere rescatarla del silencio, y generar espacios y un dinamismo donde sea posible tratar estas cuestiones, y donde los protagonistas sean sus actores.

Los valores del servicio público deben estar en las manos y en las voces de los servidores públicos… lo que requiere que den un paso al frente, institucionalicen su propia identidad y se distingan de los valores de la ética política, aunque ambos compartan el compromiso en la construcción del espacio y las instituciones públicos.

Porque no solo es importante, sino también urgente, que los valores y la ética del servicio público dejen de ser invisibles. Y ello requiere que también dejen de serlo –como colectivo- sus profesionales. Porque debe haber algún término medio entre High Noon i Río Bravo…

Visite la fuente en el blog de Josep M. Lozano



Josep M. Lozano

Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).

Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web (www.josepmlozano.cat) mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad

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