Nueva York es conocida por ser una ciudad costosa, en la que la mayoría de los productos y servicios tienen un precio más alto que en otras áreas de Estados Unidos. Una excepción a esta regla son las manicuras, que pueden conseguirse por tan solo diez doláres, la mitad de la media nacional para este servicio. La mala noticia es que quienes absorben esta diferencia de precio son las mujeres, casi siempre inmigrantes, que hacen el trabajo por sueldos muy bajos y terribles condiciones que ponen en riesgo su salud física y mental.
The New York Times publicó hace unos días un reportaje en dos partes (que puede leerse en línea tanto en inglés como en español, chino y coreano) realizado por la periodista Sarah Maslin Nir, quien habló con más de 100 empleadas de estos salones de belleza de bajo costo para conocer sus historias.
El resultado demuestra la tóxica cultura de la industria, en la que con frecuencia las colaboradoras viven con más de 10 personas en pequeños departamentos, tienen que pagar cuotas de alrededor de 100 dólares para recibir capacitación, no reciben sueldos hasta que pasan un periodo de prueba de hasta tres meses y cuando este acaba su salario es en muchas ocasiones menor al mínimo, porque se espera que vivan de propinas.
Las manicuristas sufren una gran variedad de problemas de salud, desde estrés hasta infertilidad y cáncer, estos últimos causados por estar en contacto todos los días con químicos peligrosos que se encuentran en los esmaltes y otros materiales, que la industria no ha eliminado por completo a pesar de los múltiples estudios que demuestran los daños que causan.
Una de las anécdotas más dolorosas del texto la cuenta Qing Lin, quien ha trabajado como manicurista por más de 10 años, y recuerda cómo en una ocasión las caras sandalias Prada de una clienta resultaron manchadas con quitaesmalte. El dueño del salón le entregó 270 dólares a la afectada, que salieron directo del sueldo de la trabajadora, que además fue despedida. «Valgo menos que un zapato», le dijo Qing Lin a la reportera.
También se entrevista a una mujer que perdió sus huellas dactilares por trabajar con químicos sin usar guantes (prohibidos pro su lugar de trabajo) y a varias que sufrieron abortos o cuyos hijos tienen problemas de aprendizaje, que según sus doctores se deben al contacto frecuente con sustancias peligrosas.
Otro tema que toca el reportaje es el racismo sistémico que sufren las empleadas de los salones. Dado que la mayoría de los establecimientos son propiedad de coreanos, las mujeres de esa nacionalidad reciben un mejor trato y sueldos entre 20 y 15% más altos. Por debajo de ellas están las latinoamericanas y otras asiáticas, quienes no pueden platicar entre ellas, ni sentarse a comer en sus pequeños descansos.
Los dueños de salones entrevistados por Nir no niegan las prácticas descritas, pero las consideran justas, defendiendo su derecho a sacar adelante sus pequeños negocios. Además, argumentan que al dar empleo a personas indocumentadas, que con frecuencia no hablan buen inglés, están dándoles una oportunidad que no encontrarían en otra parte.
3 formas de ser un consumidor responsable en salones de belleza
Leer en su totalidad el reportaje nos recuerda que, como dijo su autora la revista Vice «La idea de un lujo barato es un oxímoron. No existe. La única razón por la que estos salones y manicuras existen a estos precios en Nueva York es que alguien más está cargando con el precio de tu descuento.»
Lo mismo pasa con otros productos en exceso baratos, como la comida rápida, cuyos empleados ya se están organizando para exigir mejores salarios y condiciones de trabajo.
En un artículo aparte, Nir ofrece tres cosas que las consumidoras pueden hacer. Aunque no estés en Nueva York, son últiles para conocer las condiciones en las que se trabaja en el salón que tú frecuentas:
1. Habla con tu manicurista: el tiempo que pasas sentada frente a tu manicurista puede servir para que te enteres de cuál es su sueldo y qué trato recibe por parte de sus patrones. De hecho, así fue como Nir realizó muchas de las entrevistas para su reportaje.
2. Observa: presta atención a cómo las empleadas marcan sus horas de llegada y salida. Si usan alguna máquna para registrar, es más probable que sí se les paguen horas extras, aunque no es una garantía.
3. Paga más: no busques los salones más baratos, pues si un salón está recortando costos lo más seguro es que lo haga recortando también los salarios. Ve a establecimientos que cobren un precio justo y deja siempre un buen porcentaje de propina, entregándolo directamente y en efectivo a la manicurista.
Por supuesto, estas soluciones acompañan pero no sustituyen a otras más estructurales. Debe haber una mayor atención de las autoridades a este problema, un cambio dentro de los dueños de los salones y una myor organización entre sus colaboradoras.