¿Por qué leer esta nota?
Tener estrategias empresariales ayuda a tener los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) más fructíferos no solo para el planeta y la sociedad, sino para el resultado final. En 2017, un estudio de 13 corporaciones descubrió que las estrategias con los ODS generaron 233 mil millones de dólares en ingresos.
Desde que se presentaron ante la Asamblea General de Naciones Unidas del 25 de septiembre de 2015 y su entrada en vigor en enero de 2016, los ODS han arraigado notablemente en la agenda de Gobiernos y empresas.
En la opinión de Alberto Andreu y Joaquín Fernández para El País, es conveniente recordar que los ODS son un llamamiento de la ONU para alcanzar “un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos como parte de una nueva agenda de desarrollo sostenible”. Cada objetivo tiene metas específicas (hasta 169 en total) que deben alcanzarse en los próximos 15 años.
A pesar de su innegable relevancia para alcanzar esta agenda, quienes firmamos este artículo entendemos que, en su configuración y mecanismos de seguimiento en implantación, podrían existir algunas lagunas, tanto de forma (metodología) como de fondo (contenidos), que convendría identificar y reducir.
Respecto a las lagunas de forma (metodología de medición), y sin ánimo de caer en una reflexión excesivamente técnicas, nos gustaría formular una pregunta: ¿cómo seremos capaces, en 2030, de saber si se ha cumplido la Agenda de los ODS de forma integral… más allá del cumplimiento individual de cada uno de los 17 objetivos y sus 169 metas asociadas? Tal y como se ha definido la metodología, a cada uno de ellos se les ha asignado un indicador de medida de forma lineal, lo que permite ver el nivel de cumplimiento objetivo a objetivo y meta a meta. Sin embargo, parece lógico pensar que uno de ellos, por ejemplo, el 13, relativo a la acción por el clima (que incluye metas dirigidas a reducir emisiones de CO2) tendrá un impacto sistémico sobre otros muchos objetivos. De hecho, William D. Nordhaus y Paul M. Romer ganaron el premio Nobel de Economía de 2018 por generar un modelo que estudia las interacciones entre clima y economía, el primero, y clima e innovación tecnológica, el segundo.
Muchos analistas del cambio climático hablan ahora de efectos bola de nieve por las interacciones entre ecosistemas. Esto nos hace recordar al biólogo austriaco Ludwig von Bertalanffly, que entendió que la naturaleza de un organismo vivo está directamente relacionada con sus formas de organización y no tanto por el estudio aislado de sus partes. Posteriormente, Gregory Bateson y Edgar Morin impulsaron las ciencias de la complejidad al comprender que las partes solo adquieren verdadero sentido en la medida en que son constituyentes integrados de una realidad superior, que es el propio sistema. Esto nos lleva a plantear cómo los indicadores asignados a cada uno de los Objetivos y metas interaccionan entre ellos, y qué efectos generan.
Si los indicadores se asignan a cada una de las metas, no se verá cual es la situación global de la Agenda 2030 en conjunto.
En otras palabras: si los indicadores se asignan a cada una de las metas, no se vería cual es la situación global de la Agenda 2030 en conjunto. Una parte significativa de los estudios y de las publicaciones científicas persisten en el enfoque clásico lineal, válido, pero quizá insuficiente para analizar una realidad interrelacionada, donde tienen lugar fenómenos de interacción, retroalimentación y formación de sinergias. Sin embargo, como hemos señalado, cada vez se reconocen más estudios que estudian las interconexiones entre las partes y, en definitiva, la noción de interdependencia sistémica.
Respecto de las lagunas de fondo (contenidos), existen dos especialmente llamativas. La primera tiene que ver con el limitado protagonismo que se da a la tecnología. A pesar de que ya estamos viviendo en la Cuarta Revolución Industrial, la Revolución 4.0, y de que es difícil imaginar cualquier segmento de la sociedad que no será transformado en los próximos años por la inteligencia artificial, la robótica o el big data, los ODS incorporan la innovación y la tecnología como un objetivo más (el 9), no como el motor transversal de todos ellos, tal y como ya se afirmó en un artículo previo publicado en Planeta Futuro (La oportunidad perdida de los ODS, de Alberto Andreu).
La segunda limitación de fondo tiene que ver con la ausencia de un llamado a la ética (más allá de lo que se recoge en el Objetivo 16 en relación con promover sociedades, justas, pacíficas e inclusivas). No nos referimos exclusivamente a la necesidad de luchar contra la corrupción, sino sobre todo a incluir en la Agenda 2030 algunas consideraciones sobre los nuevos debates éticos que surgirán de la aplicación de las nuevas tecnologías. como ya se avanzaba en un artículo del WEF. La revolución digital abre una serie de debates éticos que podrían limitar la agenda 2030, como son los algoritmos discriminatorios por razón de sexo, raza o tendencia sexual (afectando al ODS número 5, igualdad de género), o los riesgos de pérdida de puestos de trabajo por la robotización de labores administrativas o productivas (afectando directamente al Objetivo 8, trabajo decente y crecimiento económico).
Estas son, en nuestra opinión las posibles lagunas de los ODS. Más allá de algunos aspectos de fondo, que consideramos relevantes, la principal aportación pendiente tiene que ver con la metodología. Creemos que ahí se abren futuras líneas de investigación, donde la academia puede contribuir de forma notable al perfeccionamiento de los ODS.