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Los paisajes invisibles

Hay un hombre sentado de espaldas a una puerta, leyendo en un sillón de terciopelo verde la planificación de un crimen. En la historia, los asesinos se encuentran de pronto frente a su víctima, sentada de espaldas a una puerta, en un sillón de terciopelo verde: aquel hombre lee la novela de su realidad. Se trata del texto “Continuidad de los parques”, de Julio Cortázar. Hoy, cualquiera podría ser ese personaje. Alguien vuelto hacia sí mismo en el preciso momento en que ocurre la desgracia.

Sin embargo, hay otros finales para esta historia, luminosas salidas para esa claustrofilia y ese ensimismamiento. Una fuga multiplicada de ese jardín donde las tragedias se bifurcan.

Aristóteles definió el espacio público como el sitio vital y humanizante donde la sociedad se encontraba a sí misma para compartir sus juicios, medir el impacto de las propuestas que le incumbían y elegir entre ellas la mejor. Lugares donde nos miramos a nosotros mismos en las demás personas: un espejo desenterrado donde es posible observarnos para saber quiénes somos. Quizá por ello, la arquitectura es una disciplina extraña en el sentido de ser al mismo tiempo propuesta estética y técnica, discurso público y espacio de interacción humana. No por nada, Le Corbusier definió certeramente las construcciones dispuestas a ser habitadas como “la máquina de vivir”. Sin embargo, la trepidante actualidad nos ha empujado a vivir sin realmente “estar”, habitantes de entornos alienados, presos de la prisa, la rutina, el miedo o la percepción viciada, vueltos de pronto incapaces para valorar la riqueza de nuestro entorno. Fue el antropólogo francés Marc Augé quien definió los “No lugares” como espacios donde ocurre la “transitoriedad”. Puntos geográficos sin la importancia para ser llamados “lugares”: autopistas, habitaciones de hotel, supermercados, salas de aeropuerto. Sobra decir que nuestra vida se ha llenado de “No lugares”. Los espacios públicos fueron perdiendo significado, se abandonaron o se volvieron reductos de presencia pasiva. Se impuso la noción de ganancia o de plusvalía sobre las ideas de planificación, funcionalidad o belleza.

Las ciudades fueron planeadas más para los autos que para las personas. Se alienta la reclusión, la competencia, el hacinamiento, la soledad, el miedo. A este gris panorama, Augé contrapuso la noción de “Lugares” como sitios de identidad; referentes geográficos para que un grupo de individuos entendieran su relación, su pertenencia, su historia: el signo de su filiación. Los etnólogos han señalado ya la sutil relación entre la manera en que se organizan los grupos humanos y la forma en que configuran su hábitat.

Hemos aprendido a vivir y a ver la civilización como un legado de la hostilidad, un rostro de lo inhabitable. Lamentando como Walter Benjamín que: “No existe un solo documento sobre la civilización que no sea al mismo tiempo un documento sobre la barbarie”. Hemos expulsado o vuelto invisible a la belleza en la noción de ciudad. Raramente conjugamos de manera equilibrada lo artificial con lo natural, lo natural con lo cultural. Se nos olvida que todo cabe en el lugar que se presume como culmen del desarrollo. Tendrían que caber lo mismo acero y granito, mosaico y cristal, que los barrios y las iglesias, la faz pétrea de los héroes, pero también los puentes y los museos. El latido de los mercados y la penumbra geométrica de los institutos. Texturas de agua viva y volúmenes de grávida piedra. Parques y senderos para caminar o perderse. Gradaciones de cielo enmarcadas por edificios como huellas del legado y el desarrollo humano. Ciudades para disfrutarse y ser vividas.

Los espacios internos y externos participan de una polaridad. El envés y la trama de una ciudad pueden entenderse a partir de lo público y lo privado. En Saltillo, el gobierno municipal recién inauguró el Biblioparque Sur. Un lugar dedicado al deporte y al esparcimiento de que esperan la afluencia mensual de 70 mil personas. Canchas y pistas para distintos deportes, foros y en medio de ese destello múltiple, una biblioteca de cuatro pisos, con la forma de un gigantesco libro abierto. Doy fe de la forma en que un proyecto de esta naturaleza impacta la vida de las personas. Ofrece un respiro ante un ambiente muchas veces sofocante. Los 13 mil tomos que componen su biblioteca de cuatro pisos se dotaron gastando un millón y medio de pesos: la misma cantidad con la que se habrían comprado tres o cuatro patrullas. Hay esperanza. Proyectos como éste florecen cual flores tardías a lo largo y ancho del país: La nación aspira a respirar. En Saltillo esperamos por lo menos dos Biblioparques más.

En Ciudad Juárez, ese vórtice de los 3 mil kilómetros de frontera común con Estados Unidos, la revista Arquine recién lanzó una convocatoria para que arquitectos de todo México propongan la forma y el trazo del Media Park, un espacio vital que ofrezca alternativas a una sociedad sofocada.

Ciudades y símbolos

Un gigantesco punto de encuentro que hable más allá de las arquitecturas blindadas. Orientado sobre todo a los jóvenes, aprovechando los terrenos abandonados de la Zona del Programa Nacional Fronterizo, creado desde 1961. Un territorio para la levedad y el relajamiento, donde se contemplan desde ya áreas como una mediateca, auditorios, sala de exposiciones, y puntos especiales para practicar el graffiti y el skate. Proyecciones que nos enseñan la posibilidad de la convivencia libre y segura y la enorme necesidad de la cultur a y del aprendiz aje. Al final de cuentas, el paisaje también son los símbolos. Todo individuo es afectado por el espacio que lo cerca. Ese contexto moldea sus ideas y sus sensaciones. Nuestra construcción sensorial y estética se amasa en nuestra penumbra interna y en los destellos extramuros. Las ciudades son lo que sentimos.

El paisaje urbano es el resultado de sus prácticas y sus usos, su técnica colectiva y la configuración mental de sus individuos. Gestos que generan un rastro. Los valores comunes a un grupo. El paisaje es nuestro gigantesco retrato. Un esquivo dactilar de humo. Caricias o cicatrices. El verdor o la aridez. La asfixia o la respiración. Una huella que en días despejados puede ser vista desde el cielo.

Fuente: El Universal, Suplemento DíaSiete, p. 14-16. No 552.
Articulista: Alejandro Pérez Cervantes.
Publicado: Marzo 2011.

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