El papa Francisco alzó este viernes la voz a favor de los más pobres, advirtió que son personas y no números, que reclaman a la comunidad internacional su apoyo para mirar al futuro con un mínimo de esperanza.
En un mensaje enviado al director de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José Graziano da Silva, el pontífice constató que los más desfavorecidos piden a los gobiernos y a las instituciones internacionales “que actúen cuanto antes, haciendo todo lo posible”.
Lamentó que, no obstante los esfuerzos realizados, “tantos hermanos” pasan hambre y malnutrición, sobre todo por la distribución inicua de los frutos de la tierra y también por la falta de desarrollo agrícola.
“Ellos, por la falta de protección social, sufren las nocivas consecuencias de una crisis económica persistente o de fenómenos relacionados con la corrupción y el mal gobierno, además de padecer los cambios climáticos que afectan a su seguridad alimentaria”, insistió.
Constató que en la época actual prima la “búsqueda afanosa del beneficio”, la “concentración en intereses particulares” y los efectos de políticas injustas frenan iniciativas nacionales o impiden una cooperación internacional eficaz contra la pobreza.
Precisó que queda mucho por hacer para lograr la seguridad alimentaria, que se ve como una “meta lejana”, mientras el “doloroso escenario” reclama “con urgencia” buscar los medios necesarios para librar a la humanidad del hambre.
Reconoció que se trata de un “objetivo ambicioso pero improrrogable” y lamentó que, a menudo, el mundo es “testigo mudo y paralizado” del crecimiento de la desigualdad como resultado de una cultura que descarta y excluye a tantas personas de la vida social.
“Durante los viajes y las visitas pastorales, he tenido numerosas oportunidades de escuchar a estas personas expresar sus penosas dificultades, y es natural que yo me haga portavoz de las arduas preocupaciones que me han confiado”, contó.
Constató que la vulnerabilidad de estas personas tiene repercusiones muy gravosas en su vida personal y familiar, ya abrumada por el peso de las contrariedades o por jornadas agotadoras y sin límite de tiempo, como no sucede en tantas otras categorías de trabajadores.
“¿Es aún posible concebir una sociedad en la que los recursos queden en manos de unos pocos y los menos favorecidos se vean obligados a recoger sólo las migajas?”, cuestionó.
“Esto exige una firme voluntad para afrontar las injusticias que nos encontramos cada día, en particular las más graves, las que ofenden la dignidad humana y afectan profundamente nuestra conciencia”, ponderó.
Fuente: El Economista