Por: Josep Maria Canyelles
Estamos rodeados de ondas electromagnéticas hertzianas, pero sólo lo sabemos cuando encendemos un aparato de radio. Del mismo modo, estamos rodeados de otras realidades que tampoco se pueden ver ni tocar pero que son reales y nos afectan. A menudo se habla de la importancia de los valores de las personas, pero en gran parte, estos valores de las personas están influidos por los grandes valores de la sociedad. Son valores que forman parte del ambiente y que cada uno de nosotros, como si fuéramos un aparato de radio, acabamos reproduciendo.
Finalmente cada persona es libre de adoptar el comportamiento que quiera, pero la influencia social que tenemos es enorme. Cada persona y cada organización puede limitarse a reproducir los valores que le llegan, sin ningún sentido crítico, o bien puede modular y ser parte activa en el fomento de unos valores más humanísticos, sostenibles y éticos.
Cada persona y cada organización somos como pequeñas emisoras que no dejamos de emitir una programación de valores. Cada actitud nuestra, cada comportamiento, cada manera de hacer, es una opción por unos valores u otros. Incluso cada vez que compramos es como si estuviéramos votando.
Este programa de radio que cada uno de nosotros emitimos puede que no sea exactamente el que nosotros quisiéramos, puede que no refleje exactamente nuestros valores más profundos, pero la influencia social, lo que pensamos que los demás esperan de nosotros, lo que tiene una estructura de plausabilidad, hace que finalmente nuestra emisión sea un punto medio entre los valores que realmente tenemos dentro de nosotros y los valores que la sociedad impone.
Así, si todo el mundo se permite rebajar su nivel ético, llega un momento en que todos nos nivelamos hacia la mediocridad, hacia un bajo nivel de autoexigencia, hacia la tolerancia de lo que no debería ser tolerable, hacia la falta de respeto hacia lo que es diferente…
Para subir la capacidad ética de nuestra sociedad, sería tan sencillo como que nuestra «programación de radio», por decirlo así, no hiciera media con la sociedad sino que tendiera a encontrar un punto medio entre lo que somos nosotros y los estándares éticos comúnmente aceptados, como los que provienen de las Naciones Unidas. Si cada uno de nosotros no se convierte en un agente activo para subir el nivel, el hundimiento ético será imparable.
Finalmente, cabe decir que este «nosotros» no sólo se refiere a la persona sino también a las organizaciones de donde formamos parte. La autoexigencia ética debe provenir también de las empresas, administraciones, clubes, asociaciones, comunidades de propietarios y vecinos…
Si las organizaciones no gestionan los valores, no muestran una autoexigencia, será difícil que los individuos puedan mostrar una ética avanzada. Si bien es cierto que las organizaciones son personas, finalmente las organizaciones acaban generando una cultura corporativa u organizacional, con unas pautas de comportamiento y unos valores. Si aquellos individuos que tenían unos valores personales positivos no han sabido traducirlos para codificar unos valores organizacionales es posible que la organización acabe desarrollando una lógica que finalmente desbordará los valores personales, que se convertirán en no funcionales y, por tanto, residuales dentro del funcionamiento cotidiano de la organización.
Josep Maria Canyelles
Experto en Responsabilidad Social de las Empresas y Organizaciones. Promotor del think tank Responsabilitat Global. Promotor de collaboratio, iniciativa para los Territorios Socialmente Responsables. Coordinador de la Comisión de RS de la Asoc. Catalana de Contabilidad y Dirección. Asesor técnico de la Cámara de Comercio de Barcelona en materia de RSE. Colaborador de la Asoc. para las Naciones Unidas en materia de RS. Asesor de gobiernos en RS. Ha realizado una comparecencia parlamentaria en la Subcomisión de RSC del Congreso de los Diputados en calidad de experto. Colaborador docente de diferentes universidades y programas formativos de alta dirección.
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