Testimoniales de mujeres victoriosas del cáncer de mama
Un día como cualquier otro, mientras me vestía, me percaté de que tenía una bolita en mi seno. Esto me despertó una gran inquietud.
Todo ese fin de semana estuve incómoda, un presentimiento de que algo malo no estaba del todo bien se apoderaba de mí sin poderlo evitar. Decidí entonces consultar a mi ginecólogo.
Imposible que tengas algo malo, tú, a los 30 años…Imposible. Probablemente te has excedido en el ejercicio – me contesto el doctor -. Tómate unas vitaminas que te ayudarán a que esa pequeña inflamación desaparezca.
Así lo hice, pero la tranquilidad ya había desaparecido de mi vida.
Al mes, yo seguía notando que la bolita estaba intacta. Volví a consultar a mi médico y me pidió paciencia, que para él todo estaba mejor. No contenta con su diagnóstico, volví a los tres meses; la presencia de ese pequeño intruso en mi seno me quitaba la paz. Pero la respuesta de mi médico fue la misma.
A los siete meses regresé decidida a que esa situación tuviera una respuesta más concreta. Esta vez el ginecólogo accedió debido a mi insistencia y para darme tranquilidad.
Acudí a hacerme un ultrasonido de mama al hospital. Iba sola, en salir a buen tiempo para asistir a una junta de trabajo que tenía más tarde. Pero nada sucedió como yo lo había imaginado… al estar con la persona que me estaba haciendo el ultrasonido, empecé a ver en su rostro una gran inconformidad. Me asustó terriblemente su expresión de angustia, y de inmediato pregunté:
-¿Qué pasa? ¿Algo está mal?
Su respuesta me dejó más consternada de lo que ya estaba:
-Necesito hacer estudios más profundos, como una mamografía, para dar una opinión.
Las lágrimas no se hicieron esperar, estaba aterrada ante la posibilidad de tener algo grave. Prácticamente exigí que se me hiciera una mamografía (estudio del cual yo no tenía la menor idea) y, en ese momento la mujer que me lo realizaba me dijo:
-No llore, yo también tuve cáncer hace ocho años y aquí estoy.
No atine a decir palabra, las lágrimas de desconsuelo hablaban por mí. Un sinnúmero de pensamientos galopaban en mi cabeza. ¿Qué significaba “yo también”? Era evidente, el cáncer estaba presente en mi vida.
Imaginé todo, pero jamás un cáncer de mama a los 30 años. Era una mujer joven y sana para ese diagnóstico. Corrí a mi casa, no quería ver a nadie, no quería pensar en nada, era demasiado abrumadora la noticia como para digerirla. Pero necesitaba cerciorarme y llamé a mi familia, les pedí que se comunicaran con mi ginecólogo para que me explicara qué estaba sucediendo y qué había que hacer.
El diagnóstico de mi médico fue “una lesión sospechosa” por lo que había que realizar una cirugía y biopsia para analizarla. Me operaron y se comprobó que había una “malignidad” en mi pecho: la propuesta fue una mastectomía radical de los dos senos, uno por enfermedad y otro por estética. Esto me pareció tan absurdo que, no dudé en pedir otra opinión.
Creí que me iba a morir, que a lo mucho me quedarían tres años de vida, que no me servían de nada, que no me alcanzaban para nada de lo que yo quería hacer.
Me fui a los Estados Unidos y empecé a ver un poco de luz. Pasé de la peor noticia a la menos agresiva. Tuvieron que intervenirme de nuevo para quitarme el resto del tumor y tejido maligno, pero el diagnóstico era más alentador. No había necesidad de hacer mastectomía radical de ninguno de los dos senos, solo volver a intervenir para limpiar por completo el área donde está el tumor.
Dentro de todo, era un alivio saber que no perdería mis senos. Convencida de que tendría que someterme a quimioterapias, me corté el pelo como una manera de ir aceptando mi realidad. Recuerdo que no me gusto el corte, me sentía espantosa, y manifesté la idea de raparme. Una de mis hermanas se solidarizó conmigo y estaba dispuesta a raparse también, pero me pidió que esperáramos los resultados definitivos de la patología.
Mi sorpresa fue grande cuando los médicos me dijeron que no tendría que someterme a la quimioterapia: con ocho semanas de radioterapia y un tratamiento de hormonoterapia – ya que mi cáncer había sido receptivo a estrógenos -, estaba salvada.
Debo confesar que era un gran alivio que no recibiría quimioterapia. Le tenía mucho miedo, porque sabía que el 50 por ciento de los casos causaba esterilidad. Yo no tenía hijos aún, pero deseaba tenerlos algún día, por eso la alternativa de la hormonoterapia me devolvía el aliento.
Empecé mi tratamiento. Diario recibía una sesión de radiaciones. Me pusieron al tanto de los efectos secundarios que esto me provocaría, como la fatiga y la irritación de la piel, entre otros. Pero no me di por vencida, me convencí que la actitud positiva ayudaría a que estos trastornos no se presentaran, entonces empecé a caminar y luego a correr. Lo hacía todos los días, no me permití que llegara el cansancio agotador del que me habían hablado. Yo no me podía cansar, tenía mucho por que luchar y esto se convirtió en un reto personal en el que yo misma establecía mis propios “récords”.
Por fin termino la pesadilla. Nunca me sentí una mujer devaluada por el proceso que me toco vivir, pero debo admitir que hubo momentos en los que mi autoestima se vio seriamente afectada. Había terminado la etapa más difícil, pero aún me faltaba la confrontación a mi nueva realidad.
Regrese a México convencida que no serían tres años de los que me quedaría de vida, si no 30. Me encontré gente que no sabía cómo comportarse o reaccionar ante mi enfermedad. Unos la evadían, como si me hubiera ido de vacaciones y no hubiese pasado nada con mi salud. Otros me sorprendieron al estar conmigo en cuerpo, alma y en espíritu. Hubo algunos otros con los que esperaba contar; que añore y no llegaron.
Jamás podre dar gracias de que el cáncer haya aparecido en mi vida. Ojala nunca hubiera experimentado esa vivencia. Fue un proceso horrible y desgastante. Sin embargo, sería injusto no agradecer que mi destino no resultó tan patético como el que me daba el diagnóstico original. El cáncer marco un principio y un fin en mi vida, la giró y no en retroceso, si no en otra dirección. Creo que ya no soy la misma en ningún aspecto. Perdí la inocencia y la tranquilidad de que la salud se me daría por añadidura a la juventud. Hoy sé que soy tan vulnerable como cualquiera, que estoy expuesta simple y sencillamente por estar viva.
La vida te quita, pero también te da. Hoy tengo mayor conciencia del aprovechamiento del tiempo, más conciencia de vivir, buscar la paz y no quedarme con nada que me haga daño. Me he vuelto más sensible, he aprendido a decir no, a tomas las riendas de mi vida…
En una de estas riendas nació Fundación Cima. Llegar a la cima era el reto, con actitud, con valentía, con coraje. Romper con las reglas establecidas hasta hoy para las mujeres menores de 40 años, cuando es “casi imposible” padecer cáncer de mama.
Nació dentro de mí la motivación de enfrentar públicamente mi enfermedad, de manejarla no como una derrota, sino como una victoria ante la adversidad, para que las especulaciones del entorno social en el que vivimos vieran que estaba de pie, que no agacharía la cabeza por algo que no pedí, sino que llego sin poderlo evitar, pero que no me derrotó ni física ni emocionalmente, sino que me hizo más productiva.
No quise cerrar los ojos y que nada había pasado. Estaba tan agradecida con esta nueva oportunidad de vida, que sentí que tal vez podía hacer algo con las mujeres a las que les habían detectado cáncer de mama, como una manera de solidarizarme, como una conciencia de que el hecho de ser mujer conlleva el riesgo de padecer cáncer de mama y que si juntas atacábamos la desinformación y la mala información que hay al respecto podríamos evitar que más mujeres mueran en nuestro país a causa de este mal.
Invité a mujeres sobrevivientes de cáncer de mama a unirse a este proyecto, para que nos enriquecieran con su testimonio, para acompañar en su proceso a las que apenas lo empiezan, para que en su andar no se sientan solas e incomprendidas, para compartir los nuevos matices que hoy rigen nuestras vidas esperando dejar las sombras atrás. Y también para aquellas mujeres que no han tomado conciencia de que el cáncer pueda aparecer en sus vidas, para que actúen antes de que sea demasiado tarde porque tal vez no corran con la misma suerte que yo, por que la suerte también se encuentra si la buscas, si aprendes a escuchar a tu voz interior, a hacerle caso a tu intuición y si tienes muy claro que tú salud deben ocupar el primer lugar en tu vida.
De todo corazón, espero que el objetivo de este libro se cumpla como una misión de vida. Gracias.
Fundación Cim*ab
Fuente: Matices. 27 testimonios de sobrevivientes de cáncer de mama; Lindero Ediciones, 2003. p 111-113
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