Testimoniales de mujeres victoriosas del cáncer de mama
Soy una mujer de 52 años y me dió cáncer hace cuatro años, justo cuando mi hija me había avisado que me iba a casar. La noticia me angustió terriblemente, quería detener el tiempo para que en la boda de mi niña aún conservara el pelo. No estaba pensando sólo en mi; sino tambien en ella: no quería que recordar, en ese día tan especial para toda mujer; a una madre frágil y visiblemente deteriorada ante los estragos de la quimioterapia. Necesitaba contar con la fortaleza suficiente para ayudarla en sus preparativos. Pero el tiempo no se detuvo porque yo tuviera cáncer y todo siguió, junto con la ilusión de mi hija de unirse al hombre de su vida.
Pasé mis quimioterapias, seis de una, dos de otras… dentro de todo creo que me fue bastante bien. Los malestares que tuve como consecuencia del tratamiento fueron bastante aceptables, y mantuve la fortaleza que siempre deseé tener. Entre las cosas que más trabajo me costó afrontar estuvo la pérdida de mi pelo. En un principio le daba la espalda al espejo para no ver reflejada mi nueva realidad. Tiempo después lo recuperé y me sometí a una cirugía reconstructiva.
Dos años después me encontré otra bolita a flor de piel. El miedo a la reincidencia se había hecho presente. Como no quedé conforme con mi cirugía reconstructiva, porque me habían dejado un pecho 30 por ciento más grande que el otro y se me notaba mucho, entonces aproveché para quitarme la bolita y cambiarme la prótesis. Como tenía miedo de que el cáncer volviera a mi vida, le pedí a mi oncólogo cirujano que estuviera presente el día de la operación y, aunque me prometió que ahí estaría, el hecho es que nunca llegó.
La impaciencia por conocer los resultados del análisis de la bolita me estaba consumiendo, y como no obtenía respuesta debido a que se cruzaban los días festivos, tuve que insistir para que me los dieran por teléfono. La sorpresa fue devastadora cuando me anunciaron que el resultado era positivo. La noticia me causó una gran inseguridad, me sentí víctima de un descuido médico, estaba aterrada ante la posibilidad de que el cáncer se hubiera ramificado y que la muerte me estuviera rondando.
La primera vez la esperanza era una gran luz; en esta ocasión todo parecía tan desolado, tan gris. Ya nada era nuevo, ni las sensaciones, ni las expectativas, ni la misma enfermedad. Sólo de pensar de nuevo en la quimioterapia me ponía mal. No sabía cómo iba a reaccionar mi cuerpo ahora, ya estaba desgastado por las sesiones anteriores, yo ya estaba consciente del desgaste físico y emocional que conlleva un cáncer porque lo había vivido en carne propia. Tal vez por eso me costó tanto trabajo aceptarlo de nuevo. Ya sabía a lo que iba y tenía miedo de no poder erradicar nunca la enfermedad.
En la primera ocasión me la pasé en mi casa, me dejé apapachar; me cuidé mucho, todo mundo estaba pendiente de mí. La segunda vez viví todo de distinta manera. Empecé a trabajar, mi hija ya estaba casada, y los otros dos tenían sus actividades en la universidad y en el trabajo. Necesitaba encontrarle un sentido a mi vida porque la decepción era enorme. Yo sentía que había librado honrosamente el cáncer, pero no era así.
Me fui a los Estados Unidos, en donde me quitaron la prótesis y me «limpiaron» toda la zona afectada. Me informaron que tenía que someterme de nuevo a quimioterapia y tambien a radioterapia. Este tratamiento era peor que el de la primera vez.
Sentí mucha rabia, estaba enojada con mis doctores, y mucho… Mi enojo no era con la vida, no, sino con ellos. Pero decidí que, en lugar de gastar mi energía en quejarme, en cuestionarme «por qué a mí», lo mejor era echarle ganas y salir adelante.
Eso me habia tocado, como desafortunadamente le ha tocado a muchas. Mi mamá había muerto de cáncer de páncreas. Ella era una persona a la que no le gustaba comunicar sus preocupaciones, era una forma de proteger a los demás, y creo que por eso yo decidí actuar de diferente manera. Yo prefiero sacar y platicar todo lo que me ocurre; me gusta y acepto el apapacho de los demás.
Ahora que h estado yendo a terapia por insistencia de mi hermana, he tomado conciencia de muchas cosas que me han ayudado a cambiar de actitud. Creo que conozco mucho más de la vida, soy mucho más luchona y optimista. Hoy sé cuántas personas me quieren, y su cariño no lo cambio por nada.
Creí que con el sufrimiento que experimenté la primera vez había sido suficiente, pero la reincidencia me vino a demostrar que no era así. A pesar de todo, también aprendí muchas cosas en esta ocasión. Volví a sentir la compañía, el amor y el apoyo de mi marido, mis hijos, de mis hermanos y de mis amigos, y eso me hizo sentir muy bien otra vez.
Por supuesto que hubo momentos dolorosísimos. Pensaba que, por lo menos, el cáncer había llegado a mi vida cuando ya estaba «crecidita» y no cuando mis hijos dependían al cien por ciento de mí. Aunque debo confesar que este tipo de cáncer a cualquier edad duele; como mujer, al pérdida de una parte de tu femineidad es muy frustrante.
Aprendí a vivir con la tranquilidad, aceptando que siempre existe el riesgo de que haya una celulita cancerosa dormida en tu cuerpo.
El proceso del cáncer me hizo una mujer más segura de mí mismaa, con más fortaleza. Me valoro por ser lo que soy, acepto y recibo con alegría el cariño de la gente.
Cuando mencioné que en la reincidencia ya esta trabajando, debo reconocer que esto llegó como caído del cielo. Yo no lo fui a buscar; él llegó a encontrarme a mí cuando más lo necesitaba.
El dedicarme a bienes y raíces me hizo conocer el éxito profesional. Antes sólo me dedicaba a mi casa, a mis hijos, de vez en cuando tomaba cursos, pero me sobraba tiempo, tiempo desperdiciado en nada. Hoy soy tan feliz con mis dos socias maravillosas y un empleo que me hace sentir útil y productiva, Soy afortunada porque, a pesar de mi inexperiencia, logré destacar. Creo que tengo carisma para las ventas, y lo descubrí justo a tiempo.
No me puedo quejar tampoco. También en esta ocasión salí airosa de los efectos de las quimios y las radioterapias. Eso me hace suponer que soy bastante sana, aunque en estas circunstancias resulte contradictorio mencionarlo.
Las quimioterapias me las realicé en México, pero las radioterapias las tomé en Houston. Durante esos dos meses estuve siempre acompañada de mi familia, y gracias a eso me la pasé como de vacaciones.
Ahora ya nada se me atora. Ya no permito que decidan por mí. Soy una mujer fuerte y luchona. Tuve la suerte en las dos ocasiones de haber detectado la enfermedad a tiempo.
Tengo una prima que hace 20 años fue también víctima del cáncer. Decidí seguir sus pasos poniéndome en las manos de los mismos doctores; así, ella se convirtió en una especiee de hada madrina para mí. Se que ella sufrió muchísimo y tuvo fuertes efectos secundarios durante las quimioterapias, pero aun así y superando el mal sabor de boca, me acompañaba a algunos tratamientos.
A veces siento que la gente me ve y dice «Ay pobre, tuvo cáncer», y no me gusta inspirar lástima. Sé que con el linfedema que me dio en el brazo, se nota más que tuve cáncer. Pero yo no me siento enferma, así que a veces hasta miento, y cuando me preguntan «¿Qué te pasó en el brazo?», les digo que me lo torcí o alguna otra explicación absurda.
Actualmente sigo con chequeos periódicos. A veces me he llegado a asustar cuando me dicen que tengo la antígena alta. La antígena es un análisis de sangre que, cuando su resultado se sale de los parámetros normales, funciona como una alerta de reincidencia, entonces hay que checar el porqué se ha salido de control.
Como verán nada es seguro, pero aquí estoy, dispuesta a seguir luchando por mi salud y por mi vida las veces que sea necesario.
Fuente: Matices. 27 testimonios de sobrevivientes de cáncer de mama; Lindero Ediciones, 2003. p116-117.
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