Este año ha sido un curso intensivo de amor a la vida, de dolor y de fuerza espiritual. Tengo 34 años y me diagnosticaron cáncer hace unos meses. Es un cáncer de mama en tercera etapa. En este momento estoy en proceso del tratamiento de quimioterapia, son ocho ciclos; después harán una valoración para la cirugía, que será inminente y, para terminar, un tratamiento de radioterapias. Desde un principio el oncólogo me dijo que me iba a hacer la cirugía, pero el tumor era tan grande que decidieron invertir el proceso, empezando por el tratamiento coadyuvante de quimioterapia.
Me descubrí el cáncer de una manera bastante curiosa. En el mes de mazo empecé a tomar clases de paddle. En ese momento estaba muy entusiasmada por comenzar un nuevo proyecto de trabajo. Quería continuar mi rumbo en el negocio de la repostería, pero también me interesaba probar nuevos horizontes. De repente, justo el primer día que empecé a trabajar en la agencia de viajes, me había acostado con el seno de un tamaño y me había levantado con el seno de otro tamaño. Evidentemente no fue de esa manera, pero así lo sentí. Al meterme al baño me observé y me dije “¿Qué pasa?, siento extraño mi pecho”.
Pensé que era por el ejercicio que estaba haciendo en el paddle, porque soy zurda y el pecho inflamado precisamente era el izquierdo, así que se lo atribuí por completo a este deporte.
La ginecóloga con la que yo acostumbraba ir no estaba, por fortuna, porque evidentemente no era muy buena, ya que hacía menos de siete meses que había ido a mi revisión. Así que fui con otro ginecólogo. En cuanto me descubrí el seno su cara de asombro prácticamente me lo dijo todo. Él trató de ser prudente, pero me mandó a hacer una mastografía.
“¿Tiene seguro social?”, me preguntó el médico cuando le llevé los resultados. Le contesté que no, que apenas llevaba pocos días en mi nuevo trabajo.
Me explicó entonces que la mastografía no era contundente, pero consideraba necesaria la opinión de un oncólogo. También me dijo que compartiera con alguien lo que me estaba pasando, pues de resultar los exámenes positivos se avecinaban tiempos muy difíciles.
Todo fue tan rápido que no tuve tiempo de deprimirme. Tenía que hablar con el contador de la empresa, darme de alta en el Seguro para obtener actuar, pero lo más angustiante era enfrentar la reacción de mi jefa por no ser precisamente la empleada que más le convenía en ese momento. La preocupación por perder mi trabajo era lo más terrible.
En el Seguro Social me trataron de maravilla. Allí conocí a un oncólogo, el doctor Jaime Rivera Castro, que se tomó mi caso de una manera especial y me recomendó con el doctor Juan Alejandro Silva, jefe del Departamento de Oncología Médica del Centro Médico Siglo XXI. También acudo con el doctor Carlos Sánchez Basurto, quien en la primera consulta me dio aliento y muy buenas esperanzas de sanación.
En cuanto el oncólogo me revisó, me hizo una punción para mandarla a Patología. La patología fue mero trámite, mi cáncer ya era un hecho. El tumor era de seis centímetros aproximadamente.
Yo no tengo medios económicos fuertes, pero he tenido principalmente a mi madre, a mi hermano, a mis dos sobrinos y a mis amigos como ángeles a mis espaldas todo el tiempo. También mis doctores se convirtieron para mí en una gran apoyo, una luz en mi camino. Siempre que llegaba a los consultorios o laboratorios, me decían: “¿Y el paciente?”. “La paciente soy yo, doctor”, les contestaba.
A pesar de todo siempre mantuve una actitud positiva. Tenía mucho miedo, muchísimo… miedo a las quimios, miedo a la operación, y ni así me permitía caer, tampoco llorar. Dicen que debo hacerlo para desahogarme, que no cargue todo el tiempo a la bandera de la fortaleza, que se vale derrumbarse de vez en cuando. Una de las cosas que más trabajo me costo fue decírselo a mi mamá. Era como querer protegerla a ella más que a mí, al menos ésa era mi sensación.
Poco a poco llegó la resignación, y con ella la aceptación de mi realidad. No tenía muchas opciones, pero algo empezó a complicarse: me pusieron un portacat para introducir la quimioterapia por ahí, pero no fue posible utilizarlo sino hasta en el cuarto ciclo, ya que después de quitarme los puntos la herida se abrió y se expuso el tambor del portacat, por lo que tuvieron que abrirme dos ocasiones.
Esto ha sido muy doloroso y tuvo como consecuencia la flebitis en mi brazo derecho, en donde recibí las tres primeras quimios. Todo esto provocó más frustración en mí.
El puesto en la agencia de viajes me lo han cambiado en dos ocasiones debido a los días de incapacidad que tengo que tomar en cada ciclo de quimioterapia. Esta incapacidad ha sido de quince días seguidos, y no precisamente por las quimios, sino por los estragos físicos que me causó el portacat.
He intentado vivir mi vida lo más normal que puedo. Me levanto, camino una hora, me voy a trabajar, al cine, al teatro, a tomar café con mis amigas; no he tenido grandes malestares o náuseas. A veces tengo la sensación de no poder caminar, siento un cansancio extraño en el cuerpo y en la mente el cáncer ha sido como un fuerte viento que agrede mi cuerpo y no deseo admitirlo en mi alma, esta alma que hoy siente limitada, suspendida, que hoy tiene que esperar, retomar luchas y posponer proyectos, que va kilómetros atrás de mis pies como si todos mis sueños tuvieran que esperar, como si alguien me hubiera puesto una pausa. Hoy tardo en recorrer distancias y vuelo con sueños perdidos al mañana. Y hasta dentro de nueve meses, cuando todo este show haya terminado, podrá irse esta sensación.
Claro que hay noches feas, días en los que me deprimo y me enojo. me incomoda mucho no poder hacer planes a largo plazo. Debo reconocer que la pérdida más grande ha sido la de mi libertad.
Siempre he sido una mujer vanidosa y pareciera que esto fue a propósito. Yo viví a dieta toda mi vida, y ahora, en cinco meses tengo seis kilos de más, no tengo pelo y se están cayendo las pestañas. Pero también reconozco que soy una mujer aguerrida, empeñosa y que va para adelante. Esta enfermedad me ha traído pérdidas, pero el conocimiento de mí misma, mis amigos ganancias.
La quimioterapia, mal que bien pasa, aparte ya la estoy viviendo. Pero la operación es algo a lo que me voy a enfrentar, y por más que yo haya visto ya un seno engrapado, pues no es el mío. Estoy muerta de miedo, porque aunque el seno lo pueda recuperar más adelante con una cirugía, llegado el momento que salga del quirófano y tenga que vérmelo no sé lo que va a pasar, no sé qué reacción voy a tener.
Actualmente no tengo pareja, exactamente en el mes de marzo estaba en proceso de recuperarla. De recuperarnos los dos. Yo tenía en ese momento el proyecto más importante de mi vida era volver a estar juntos, pero ese sueño también lo tuve que posponer, esa lucha ya la he dejado a un lado; lo importante en estos momentos es que cuento con la amistad desinteresada que hasta hoy nos ha unido y que ha sido eje de nuestra relación.
Él es un hombre muy inteligente y especialmente sensible, yo no creo que esto llegara a afectarnos, pero en mis circunstancias me preocupa más mi reacción que la de él. Desde mi diagnóstico, Ig (como lo llamo), ha sido como una estrella que con su luz guía el final del camino a donde ansiosa deseo llegar, aunque el final no sea él. Sé que en lo futuro el hombre que me ame debe ser lo suficientemente inteligente para aceptarme como soy, también me encuentro egoísta al tener que enfrentar a mi pareja a algo que yo misma no acepto y que aún no he vivido. Por eso creo que tengo que trabajar no sólo en mi reconstrucción física, sino también en la espiritual y en la emocional.
Siempre le he tenido miedo a la muerte. Sin embargo, a raíz del diagnóstico y a pesar de que al cuarto ciclo de quimioterapia un médico del Centro Médico difirió del resto de mis doctores, opinando que el tumor no había respondido satisfactoriamente al medicamento y me lo tuvieron que cambiar, hoy tengo la seguridad de que no es en esta etapa de mi vida en la que me voy a morir, al menos no de esta enfermedad.
Un día Viviana, mi gran amiga me dijo: “Ela, estos momentos tan duros solamente les llegan a personas que Dios sabe que los pueden enfrentar y superar: Y a partir de eso, sin lugar a dudas, te haces una mejor persona, te sensibilizas” Y es verdad, decir mejor persona suena un poco presuntuoso, pero también digo ¿y por qué no?
Yo he descubierto a una Ela más fuerte de lo que imaginé que era, comprometida con la gente que ama para que esta experiencia sirva como advertencia, una Ela dispuesta a trabajar para informar a la sociedad en general sobre la prevención de esta enfermedad, capaz de tener gente que la quiere por sí misma con una amor inmenso e incondicional de 24 horas, y saber que soy merecedora de ese cariño es algo invaluable.
Fundación Cim*ab
Fuente: Matices. 27 testimonios de sobrevivientes de cáncer de mama; Lindero Ediciones, 2003. p124-126