Testimoniales de mujeres victoriosas del cáncer de mama
A los 37 años de edad me detectaron un tumor poco mayor de tres centímetros. Creció rapidísimo de cuando me lo detecté, a los 20 días después, que me lo revisó el médico. No quiero entrar en detalles de la cirugía, que fue un procedimiento inmediato al diagnóstico: estaba decidida a operarme lo más pronto posible y hacer cualquier cosa a cambio de la oportunidad de seguir con vida. Fue una mastectomía radical y, hasta la fecha, no tengo la reconstrucción de mi pecho. En un principio pensé que esto era algo que me iba a afectar muchísimo, sin embargo me sorprendía de que no fuera así. Lo realmente difícil fue la pérdida del cabello, porque ocurrió inmediatamente después de mi primera quimioterapia, lo que me hizo darme cuenta de que me equivoqué al pensar que no era vanidosa.
Durante los primeros días de este proceso de pérdida experimenté mil situaciones y sentimientos encontrados; hubo momentos en que me sentí humillada, denigrada, en desventaja, físicamente desgastada y, por supuesto, muy triste y sola.
Pronto me sobrepuse ante las circunstancias y gracias al cariño y apoyo de mi esposo, mi hija, mi familia y algunos amigos que estuvieron en los momentos precisos, logré salir adelante. Tuve la falsa ilusión de que podía salir a la calle sin maquillaje, sin pelo, sin cejas, sin pestañas, pero no pude, fue superior a mí enfrentar ante el mundo esta pérdida. Lucir mi cabello, pasarme los dedos de las manos a través de él, para sentirlo, para acomodarlo, simplemente para sentir que estaba ahí…era algo cotidiano. Pero por un tiempo, que se hizo interminable, mi cabellera se fue, y junto con ella, muchas lágrimas.
Traté de llevar una vida normal mientras duró el proceso de quimioterapias y radioterapias. El reincorporarme al trabajo me ayudó mucho. La idea de quedarme encerrada, pensando sólo en mi problema, no me convencía. Tuve la suerte de contar con la comprensión de mi jefe y amigo durante este proceso. Mi vida ha sido el trabajo, y me gusta lo que hago.
Antes de que se me cayera el cabello conocí a “mi ángel”, al cual le agradezco muchísimo su bendita peluca. En ningún momento pensé que la iba a utilizar, nunca me había pasado por la cabeza usar una. Cuando conocí a Cristy y me la regaló, la vi tan serena, tan tranquila, al igual que algunas personas de Grupo Reto que acudieron a mí como “ángeles caídos del cielo”. Y con esa tranquilidad me enseñó a usarlas y a prepararme para situaciones que más tarde viví en el proceso del cáncer. Hasta que perdí mi cabello por completo, me percaté de lo útil que me serían la peluca, los turbantes y las gorras. No me resultó tan complicado usarla, y aunque te das cuenta de que no ven igual , intentas aceptarlo. Pero la gente a veces es cruel y te pregunta mil cosas: “¿Por qué te cambiaste el look?” Y te sientes “descubierta”, “desnuda”, “en evidencia”.
No era el temor a la crítica, sino la inseguridad que yo tenía y que tomaba fuerza. De pronto surgió en mi un cambio que me hizo reaccionar; aprendí el valor de saber lo que vales, lo que tienes, lo que quieres y lo que puedes lograr por tu tenacidad.
Sentí que este proceso “perdí a Minerva”, a la Minerva de antes, y me alegro, porque ésta que encontré tiene la seguridad que necesitaba para ponerse la peluca, para cambiarse el look cuantas veces quiera, no importaba si hoy usaba un color y mañana otro, si lo llevaba corto hoy y largo mañana, sin temor a la crítica… descubrí una faceta de mi vida.
Debo asumir que tuve miedo a que la cirugía afectara mi relación de pareja. Pero ni física ni emocionalmente la trastocó, pude constatar el amor, el cariño y la paciencia de mi esposo.
Han sido momentos difíciles, pero nada, absolutamente nada se compara con la noticia, ésa sí me dejó atónita. Cuando te dicen “tienes cáncer”, sientes que el corazón se te paraliza, que por tus venas deja de correr sangre y que es el último aliento de tu vida. Por ignorancia tiendes a relacionar “cáncer igual a muerte”.
Sentí miedo, pánico, impotencia. Tengo una hija que aún está chica y me necesita, no quería dejarla sola, no quería irme, aún tenía muchas cosas por hacer.
Es increíble que una noticia así, lejos de hundirte, te fortalezca tanto; al menos eso fue lo que pasó conmigo. Mi vida cambió totalmente.
No sé si llamarle suerte, pero mi cáncer no estaba tan avanzado. No hubo afección en ganglios, y creo que eso ya fue un logro.
Me siento afortunadamente al estar compartiendo mi experiencia. No sé si el cáncer esté totalmente erradicado de mi cuerpo, o tenga posteriormente una reincidencia; no quiero pensarlo ni darle demasiado juego a esa posibilidad. Si llega de nuevo, ya veré en qué condiciones aparece y cómo combatirlo. Por lo pronto me concreto en mi futuro inmediato.
Me cuestioné mucho, por mucho tiempo, pero no me permití caer en una depresión profunda. Intenté poner límites para manejar mis sentimientos. Muchas veces quise estar sola, sola conmigo misma, y busqué el espacio para hacerlo. No estoy diciendo que no necesitaba de la gente, de su presencia, de su cariño, de su apoyo, pero no siempre estaba en la disposición de recibirlos, de fingir que me sentía bien cuando no era verdad, de poner buena cara cuando lo que quería era llorar. Tengo la fortuna de pertenecer a una familia unida y sentí su apoyo incondicional una vez más, como el de mi esposo y mi hija. De algún modo siempre me alentó el saber que mi hermana Angélica continúa en esa lucha constante por la vida después de catorce años de sufrimiento, luego del terrible accidente que la convirtió en una persona discapacitada. Sólo Dios ha podido brindarle la fortaleza para seguir adelante.
Para mí quedó descartada la posibilidad de un segundo hijo, y no es lao que me duela demasiado. Mi esposo ya tiene dos hijos de su primer matrimonio y una conmigo, así que nuestra necesidad de ser padres estaba cubierta.
En la actualidad su hijo vive con nosotros. No fue fácil establecer una nueva dinámica familiar, debido a que él llegó justo cuando iniciaba mi tratamiento de quimioterapia. Tiene catorce años y nuestra hija diez. Pero esta nueva familia, junto con el cáncer, vinieron a fortalecer mi relación de pareja y, por supuesto, se fortaleció también mi relación con sus hijos.
Todo esto siento que es una motivación, un aprendizaje, una lucha constante. Hoy me concibo como un ser vulnerable.
Debo reconocer que el proceso de aceptación no fue fácil, pero hoy siento que estoy lista para ayudar a alguien. No sé cómo, ni cuando, ni dónde, pero quiero hacer algo por alguien. Tal vez esto sea el inicio de la oportunidad que estoy buscando.
Soy una mujer sensible, a pesar de mi carácter. Quiero proteger a los demás y siempre me di a esa tarea, pero ocultando mis verdaderos sentimientos, pues en mi existía el temor de ser lastimada. Usaba máscaras que en realidad son sólo eso, máscaras que ocultan nuestra verdadera identidad. Pero el cáncer me enseñó que uno debe sacar lo que tiene adentro, que si hay que llorar hay que llorar y que si hay que reír hay que reír. El cáncer no me hizo mejor persona, pero tampoco peor, no pudo acabar con mi carácter, con mi alegría y pasión por la vida, y mucho menos con el amor.
Ahora la gente parece exigirme más, es como si tuviera menos oportunidad de equivocarme, pero sigo siendo ser humano como cualquier otro, continuó equivocandome, sólo que ahora sé que el proceso de la vida es un aprendizaje, entonces valoro todo lo que tengo.
Estoy convencida de que hay situaciones que me faltan por vivir y que son más difíciles que el cáncer. A lo mejor hay “cánceres” peores que el que yo padecí, a lo mejor hay “cánceres del alma”, que la gente no detecta que son mucho más graves. Pero ésos no se curan ni con cirugía, ni con quimioterapia, ni con radioterapia, sino a través del perdón y de la reconciliación con uno mismo.
Fundación Cim*ab
Fuente: Matices. 27 testimonios de sobrevivientes de cáncer de mama; Lindero Ediciones, 2003. p 136-137