Testimoniales de mujeres victoriosas del cáncer de mama
Mi historia comienza cuando, a los seis meses de casada, encontré un nódulo en mi pecho derecho mientras me bañaba. Acudí al ginecólogo, quien me mandó a realizarme una mastografía. La angustia de la espera hasta recibir los resultados fue devastadora. Mil posibilidades se agolparon en mi cabeza, pero la más aterradora era la de cáncer: si me iban a operar, quitarme el pecho, si eso causaría esterilidad… Afortunadamente el nódulo resulto benigno.
A partir de este incidente mi revisión fue continua y constante, tanto manual como a través de mastografías. Siguieron quince años de tranquilidad, hasta que volví a sentir otra bolita en el mismo pecho a mis 41 años. Nuevamente pase por el proceso de estudios y análisis. Inevitablemente, la angustia se había apoderado de mí. Había muchas de las antiguas preocupaciones, pero ahora se habían sumados dos muy importantes: mis hijos Andrea y Diego. Afortunadamente, el diagnóstico volvió a ser benigno.
Pasaron seis o siete meses y volví a descubrir otro nódulo en el mismo pecho, sólo que esta vez era más grande. Mi ginecólogo estaba sorprendido, pues había pasado muy poco tiempo desde la intervención anterior. Por tal motivo me sugirió a un especialista, a un oncólogo, pues se declaraba incompetente ante el caso.
Visité al oncólogo, que me mandó hacer una mastografía y un ultrasonido de mama. Todo parecía indicar que la historia se volvería a repetir y no pasaría del susto, como en las ocasiones anteriores, así que no le di demasiada importancia. En ese momento algo más importante acaparaba mi atención: un año atrás a mi papá le habían diagnosticado mieloma múltiple, que significa cáncer en los huesos, y en él estaban depositadas todas mis preocupaciones. Intentaba disfrutar de mi padre, pues tenía pocas esperanzas de vida.
Sin embargo no me desatendí y visite de nuevo al oncólogo, quien me practicó una biopsia que resulto negativa. Todo estaba bien y bajo control, pero se sugería una intervención quirúrgica para extirpar el nódulo definitivamente.
Mi padre comenzó tu etapa terminal, viví con él sus quimioterapias, observé cómo día con día se iba consumiendo, como se quedó sin cabello, cómo fue bajando de peso… Fue duro desmoronarse a pesar del coraje que demostró por seguir adelante. Yo no quería operarme mientras mi padre estuviera vivo, no iba a perdonarme si él fallecía mientras yo estaba en el quirófano. Quería y necesitaba estar con él hasta que abandonara este mundo. Mi madre estaba mortificada tanto por mi papá como por mí, estaba triste por mi padre, por el duelo que tendría que empezar a vivir cuando él se fuera.
Un mes después de la muerte de mi padre decidí atenderme, entonces me sometí a la cirugía que me había convencido el oncólogo. Pero al abrir, al médico no le gustó lo que vio. Tomó una muestra del tejido y lo mando a analizar de inmediato. El resultado fue “maligno”. Tenía carcinoma mucinoso que, dentro de los tumores, es uno de los más benignos. Los primeros en saber esta noticia fueron mi madre y mi esposo. Yo lo supe un día después.
Cuando el médico me dio la noticia y empezó a decir “Tú eres una mujer inteligente, no te vas a morir de esto, sino de viejita, pero tengo que informarte que lo que encontramos en tu pecho es cáncer”, no acerté en decir palabra. Mientras tanto, el médico se disculpaba por haber tenido que extirpar parte mi pecho.
Las lágrimas comenzaron a rodar sobre mi mejilla, una profunda tristeza invadía todo mi ser. Estaba tan convencida de que esta ocasión volvería a salir bien, como antes. La vida me había cambiado la jugada y en silencio, con un llanto ahogado, me consolaba en los brazos de mi madre y mi esposo.
Poco a poco fui digiriendo la noticia, la terrible noticia. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a quedar mi aspecto físico? Estaba enojada, muy enojada con la vida. ¡No era justo! Yo era una buena persona… ¿Por qué me tenía que pasar esto? Todos mis planes y mis expectativas, se venían abajo y el miedo se apodero de mí. El recuerdo de mi padre era un constante en mi mente y me cuestionaba si mi destino sería el mismo que el de él.
Tres días después abandoné el hospital para irme a casa de mi madre. Necesitaba estar sola, pensar, reflexionar, asimilar. Tenía que poner en orden mis sentimientos, mis emociones, mi futuro.
Eran las fiestas navideñas y decidí esperar para darle la noticia al resto de la familia. Quería que las fiestas decembrinas no tuvieran un mal sabor de boca para ellos. A fin de cuentas no podían cambiar nada por estar enterados antes o después.
Al iniciar el año nuevo, cuando ya tenía todos los resultados y la propuesta del esquema al que me iba a someter, les dimos la noticia a mis hijos. Esto fue muy duro y difícil, ya que había que convencerlos de que no me iba a morir como el Yayo, o sea su abuelo. Todos lloramos y ellos expresaron que era muy mala noticia. Se comenzó a correr la voz entre los demás familiares y amigos y las muestras de cariño no se hicieron esperar. Llegaron a mí sugerencias y consejos de todo tipo, desde cambios de alimentación hasta métodos alternativos, todos ellos cargados de una gran solidaridad y afecto.
Nunca perdí la fe, Dios estaba conmigo, así lo sentía, pero las peticiones, los rezos y los ruegos se multiplicaron hacia todos los santos de la religión a la que pertenezco.
Comenzó a haber cambios en mi actitud. Tenía que sacar fuerzas para hacerme a la idea del proceso de curación. El tratamiento consistía en 30 radioterapias, seis quimioterapias y cinco años de hormonoterapia, para así obtener un 97 por ciento de vida, como cualquier otro ser humano.
Las radioterapias no fueron problema para mí, pero sí las quimios. Hubo momentos que prefería morir antes de aceptar ese veneno en mi cuerpo. Pero el oncólogo, mi marido, mi madre, mis hijos y mis hermanos me recordaban la valentía de mi padre y me convencieron que valía la pena el sacrificio obtener mi curación Y así comencé lo inevitable, las quimioterapias.
Me operaron para ponerme un catéter en el pecho y por ahí recibir las quimio. Afortunadamente mis ganglios nos estaban infectados, así que había menos riesgos de reincidencia.
Tuve que acudir a un psicólogo para que me ayudara a superar el miedo, la inestabilidad emocional, la depresión que empezaba a caracterizarme. Tenía que buscar razones para vivir, para luchar, pero por mí misma y no en función de los demás. Ya había aprendido que todos somos necesarios, pero no indispensables; la muerte de mi padre nos había dolido a todos pero la estábamos superando, así que si yo moría pasaría igual.
La terapia fue una bendición en mi vida, es más, aún la tomo. Me ayudo a ubicarme, a encontrar un proyecto de vida y me dio la energía necesaria para jugar este juego.
El proceso estuvo acompañado de pérdidas. Primero, el aspecto de mi pecho, mi autoestima; luego el aumento de peso por la cortisona, la caída de mi cabello… No quise jugar con mi imagen, mis amigas me recomendaban que cambiara mi look, pero preferí conservan el mismo de siempre, así que mi peluca la mande hacer exactamente del mismo color y corte que siempre había usado. Le rogué a Dios que no se me cayeran ni las cejas ni las pestañas y, por suerte me lo concedió.
Mi vida cambio radicalmente. Tenía que aprender a tomas las cosas con más calma, así que deje de trabajar, me daba la oportunidad de descansar cuando lo necesitaba, y aprendí a depender de los demás, pues había días que ni leer podía. Deje mi vida social por completo.
A veces no tenía humor de ir a las quimios, pues sabía que me iba a sentir mal, que las náuseas serían insoportables; mi humor estaba con altas y bajas por los medicamentos, la sensibilidad a flor de piel, al igual que la irritabilidad.
Recurrí a todo para sobreponerme, desde el cambio de alimentación para soportar el tratamiento, hasta la meditación, el Tai-chi, la relajación, etc.
Acepto que no la pasé bien, pero esta enfermedad me dio oportunidad de valorarme como mujer, saber que amo la vida, aprender que existen cosas más importantes que las cuestiones materiales y físicas, disfrutar a mi familia, hacer las cosas que deseo hacer, vivir día a día, no guardar ni ropa, ni perfumes ni joyas ni nada para después. Descubrí quiénes eran realmente mis amigos, la importancia de decir te quiero a quienes quiero, supe que jugar con mis hijos era importante para mí, que mi madre y mi familia son lo mejor del mundo, que el amor de mi marido es fuerte y tengo la seguridad de que quiero ser su compañera el resto de mi existencia … Todo esto lo hizo posible esta segunda oportunidad.
De mi vida antes del cáncer, añoro la certeza de mi salud y de la tranquilidad de mis nódulos habían resultado benignos. Ahora que ya termine con lo más pesado, debo reconocer que el miedo a que el cáncer no se haya erradicado por completo sigue presente. Confío en los tratamientos interdisciplinarios (mente, cuerpo, emociones y psique) y estoy tratando de que haya armonía entre ellos para poder vencer a la adversidad.
Actualmente voy a retomar mi trabajo. Tengo un negocio, que es la Ludoteca Jugar es Crecer. Soy la presidenta de la Asociación Mexicana de Ludotecas y Ludotecarios, así que me dedico al juego y, como dice mi lema en la ludoteca, creo que “Jugar es vivir y vivir es jugar”.
Fuente: Matices. 27 testimonios de sobrevivientes de cáncer de mama; Lindero Ediciones, 2003. p 130-132
Felicidades Monica, por tu fortaleza no cualquiera lo logra!! gracias por compartir tu vivir en esta etapa de la vida, de admiro por que muchos no valoramos el estar sanos, y desperdiciamos nuetras vida en obtener cosas materiales, cuando la escencia del ser esta en estar sano y vivir dia a dia, de corazon deseo que Dios te conseda que no vuelvas a pasar por esto nunca mas, un abrazo fuerte.
Solo puedo decir que eres un ejemplo de ser humano, yo agradezco a la vida por poner en mi camino gente como tu de la que de verdad se puede aprender. un abrazo Moni.