Así como alguna vez el concepto de calidad se impuso en las operaciones de las empresas y todas han tenido que incorporar tecnologías de la información por los beneficios que les reportan, así todas tendrán que medir su huella de carbono y desarrollar procesos limpios. Ventajas e una megatendencia.
Cada proceso que el ser humano lleva a cabo para su supervivencia, desarrollo o enriquecimiento, contamina. Todo lo que hacemos: la ropa que vestimos, los alimentos que ingerimos, el trabajo que realizamos y los instrumentos que usamos para llevarlo a cabo, contribuyen al calentamiento global.
Al respecto, el Protocolo de Kioto nos dejó una escala de medición estándar internacional para conocer la contaminación que generan individuos, instituciones, eventos o productos: la huella de carbono.
Esta huella es el conteo de la totalidad de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos a través de la combustión de energía fósil en las operaciones diarias, por efecto directo o indirecto de cualquier organismo. En el caso de una empresa, la suma de la huella de carbono es la medición de co2 emitido a todo lo largo de su cadena productiva.
“Kioto le puso precio al valor de una tonelada de dióxido de carbono a través del establecimiento del mercado de bonos de carbono. Esta situación ha impulsado el y haciendo pagar sobre cuotas a las empresas que no alcanzan sus metas”, señala Gerardo Pasalagua, director de proyectos de la consultora ambiental Impulso Ecológico y Desarrollo Sustentable. Esta firma hizo la inscripción del tercer proyecto más grande en México de reducción de emisiones en el marco del programa de Mecanismo de Desarrollo Limpio, un acuerdo que permite a los gobiernos y a las empresas cumplir con metas de reducción de emisiones mediante la inversión en proyectos sustentables, para adquirir Reducciones Certificadas de Emisiones (RCE).
Una megatendencia ineludible
En Europa el consumo ya se guía por la huella de carbono que viene señalada en la mayoría de los productos, lo cual es resultado de un proceso de medición laborioso –mas no complicado– de los fabricantes y comercializadores. Una vez establecido el resultado, este conlleva un sinnúmero de beneficios: ahorros sustanciales en fugas y manejo de energía, preferencia del mercado, reputación, acatamiento de regulaciones internacionales, etcétera.
La misión de toda empresa es generar riqueza, administrar el riesgo y anticipar el futuro. A partir de esta premisa, las compañías están obligadas a tomar decisiones a partir de su impacto al medio ambiente. “El reto consiste en cómo integrar esta variable en sus decisiones de negocio para seguir generando riqueza. Se trata de una megatendencia como en su momento lo fue la calidad, que se creó en la posguerra. No se hizo de un día a otro, pero pasó de ser un conjunto de herramientas a un modelo, un core value”, anota Pasalagua.
Este nuevo enfoque estratégico precisa de ciertos ajustes en la creación de valor que modifica algunas funciones en las organizaciones actuales. La calidad ahora tiene que ver con el consumo de energía en los procesos productivos. “Las acciones en los mercados de valores con mayor crecimiento, las empresas con más rentabilidad, consideran en sus modelos de negocios la huella de carbono”.
La matriz energética
92% del consumo energético mundial proviene de la quema de combustibles fósiles: petróleo, carbón y gas que producen CO2. La matriz energética consiste en medir el consumo de CO2 en todos los procesos. Aquí una breve guía:
Materiales. El trabajo de medir la huella empieza desde los proveedores. Debe ser considerado el consumo de energía fósil para la obtención de los insumos necesarios en la elaboración de un producto (extracción, industrial, agrícola, ganadero, forestal), en cualquier fase de su ciclo de vida (manufactura, empacado, almacena-miento, transporte). “Cuánto CO2 hubo en la hectárea de trigo, cuánto la bomba de riego, el transporte de la semilla, el fertilizante, la gasolina del tractor, el molino y la electricidad que usó, todo esto se traduce a la métrica energética”, indica Pasalagua.
Manufactura. Se mide el gasto energético de todas las actividades realizadas, desde la recepción de materias primas hasta el producto terminado. Se deben tomar en cuenta también los subproductos, desperdicios y desechos.
Distribución. El transporte en cada una de las fases; almacenamiento, tanto en mayoreo como menudeo, así como el tiempo que permanece y el display del producto.
Consumidor. Una vez llegado el producto al consumidor, cuánta energía requerirá su refrigeración, por ejemplo, su preparación, mantenimiento o aplicación.
Desechos y reciclaje. A lo largo de todo el ciclo se van generando desperdicios. ¿Cuánto cuesta energéticamente su reciclaje o desecho?
Hecho el inventario de emisiones, el objetivo consiste en desarrollar una estrategia para reducirlo y dar a conocer el resultado en las etiquetas de los productos. “La información a un consumidor cada vez más exigente es vital. Es así como la empresa ganará reputación en términos de responsabilidad social e innovación, y fortalecerá su relación con el mercado”, concluye el especialista.
Fuente: Equilibri.com, p. 16-17.
Reportera: Tanya Pliego.
Publicada: Marzo de 2011.