El Papa Francisco guió a docenas de líderes religiosos el 4 de octubre de 2021 en la emisión de un llamamiento para proteger el medio ambiente, advirtiendo que «Las generaciones futuras nunca nos perdonarán si perdemos la oportunidad de proteger nuestra casa común.»
Siguiendo información de The Conversation, el llamamiento que pide emisiones netas cero, se hizo público tras meses de reuniones previas a la conferencia sobre el clima que las Naciones Unidas celebrarán en noviembre en Glasgow (Escocia).
El Papa ha expresado su apoyo a las políticas verdes con anterioridad, incluyendo su carta encíclica de 2015 a toda la Iglesia Católica «Sobre el cuidado de nuestra casa común.»
Pero Francisco no es el primer líder católico que hace hincapié en el cuidado del planeta. De hecho, todos los papas del último medio siglo —excepto Juan Pablo I, que murió tras solo un mes en el cargo— han abordado cuestiones medioambientales en sus publicaciones oficiales.
La tradición temprana
Una de las creencias básicas del cristianismo es que el mundo material fue creado directamente por Dios y, por tanto, está fundamentalmente conectado con la bondad de Él.
Esto se expresa claramente en la narración de la creación en el libro del Génesis, que forma parte de las escrituras sagradas compartidas por cristianos y judíos. Cuando Dios completa cada elemento del mundo —el día, la noche, la tierra, el mar, etc.— ve que «era bueno». En el sexto día, cuando Dios crea a los seres humanos a su imagen y semejanza, se les da «dominio» o «gobierno» sobre todo lo que vive en la Tierra.
Los primeros cristianos insistían en que la belleza de la creación reflejaba la gloria de Dios. Pero a medida que el cristianismo se extendía por el Imperio Romano, tuvieron que defender este punto de vista de la bondad básica de la creación cuando fue desafiado por otro punto de vista religioso.
Este movimiento —llamado gnosticismo, de la palabra griega que significa «conocimiento»— enseñaba que el mundo físico no fue creado directamente por Dios, sino por un ser espiritual menor, por malicia o ignorancia. En el mejor de los casos, el mundo material era una distracción sin valor; en el peor, una trampa maligna para las almas humanas.
Los maestros gnósticos se ofrecían a enseñar a sus seguidores cómo liberar sus espíritus del apego a sus cuerpos físicos y al mundo material. De este modo, después de la muerte podrían regresar al reino de la realidad espiritual y reunirse con lo divino.
Muchos teólogos y obispos criticaron esta interpretación de su fe. Varios escribieron extensas y detalladas críticas a las enseñanzas gnósticas; en ellas estaba en juego la salvación de las almas.
El más destacado fue San Ireneo de Lyon, que vivió en el siglo II d.C. El 7 de octubre de 2021, Francisco anunció que declararía a Ireneo «Doctor de la Iglesia», un título reservado a los santos cuyos escritos han tenido un profundo impacto en la vida de la Iglesia.
En el tratado de Ireneo Contra las herejías, una apasionada defensa de la enseñanza de las Escrituras y de los apóstoles, afirma que la propia creación revela a Dios y su gloria; la única revelación superior es el propio Jesucristo.
Sin embargo, al principio de la Edad Media, el cristianismo occidental se quedó con una persistente sospecha de las «cosas mundanas», a pesar de este temprano énfasis en la bondad básica de la creación material.
La tradición benedictina
En el siglo III, algunos cristianos empezaron a buscar una vida más centrada en Dios apartándose de la sociedad para rezar y trabajar juntos en grupos comunitarios. Este tipo de monasticismo se extendió por toda Europa occidental durante el periodo medieval.
La más influyente de estas órdenes monásticas fue la de los benedictinos, que equilibraban su vida entre los servicios diarios de oración y el trabajo, que a menudo implicaba la agricultura y el cuidado del entorno. Cada monje o monja se comprometía a permanecer en el mismo monasterio de por vida, a menos que su abad o abadesa —el monje o monja a cargo— les ordenara trasladarse a otro. Por ello, los benedictinos fueron conocidos como «amantes del lugar».
Hoy en día, una santa benedictina se ha relacionado especialmente con las preocupaciones medioambientales: Santa Hildegarda de Bingen, que murió en 1179. Esta abadesa alemana fue una de las mujeres más destacadas de la Edad Media. Experta en hierbas medicinales y botánica, también escribió obras de teatro religiosas, compuso cantos e himnos litúrgicos y fue autora de obras teológicas y poemas basados en sus experiencias místicas.
Insistía en que Dios amaba a la Tierra como un marido ama a su esposa, y propugnaba una especie de teología «verde», llamada viriditas, que condenaba el daño que la actividad humana podía causar a la naturaleza.
Hildegarda ha sido aclamada como patrona no oficial de los ecologistas. En 2012, el Papa Benedicto XVI la declaró «Doctora de la Iglesia», como Ireneo.
La tradición franciscana
San Francisco de Asís, hijo de un comerciante de telas italiano, se ha hecho famoso a lo largo de los siglos por su amor al mundo natural. Tras un tiempo como soldado y prisionero de guerra, Francisco experimentó una conversión espiritual. Rechazando la riqueza de su padre, eligió llevar una vida de pobreza radical y predicación pública hasta su muerte en 1226.
Al principio, los miembros masculinos de su nuevo movimiento mendicante, los franciscanos, hicieron votos religiosos pero viajaban de ciudad en ciudad sin residencia fija, mendigando comida y alojamiento.
Uno de los pocos documentos de Francisco es un poema, el Cántico del Sol, que expresa líricamente su creencia en el parentesco entre los seres humanos y el resto del mundo natural. Incluso se dirige al Sol y a la Luna como «hermano» y «hermana». Y mientras agonizaba, se dice que pidió ser acostado sobre la Tierra desnuda.
Las leyendas sobre sus prédicas y milagros circularon ampliamente, y algunas se referían a su preocupación por los animales, tratándolos con la misma dignidad que a los seres humanos. Una historia cuenta que predicó a los pájaros y convenció a un lobo feroz para que viviera en paz con los habitantes de la ciudad.
En 1979, el Papa Juan Pablo II nombró a San Francisco patrón de la ecología porque «veneraba la naturaleza como un maravilloso regalo de Dios». Y en 2015, el Papa Francisco utilizó las primeras palabras del Cántico del Sol, Laudatio si’, para abrir su encíclica sobre el medio ambiente y servir de título oficial.
Aunque a menudo se ve ensombrecida por la noción de que el mundo material es solo una distracción pasajera, la reverencia por una creación profundamente amada por Dios también ha sido una parte importante de la tradición católica. La enseñanza contemporánea sobre el medio ambiente es sólo su expresión más reciente.