Hace unos días caminaba por Paseo de la Reforma, que es mi calle favorita de la ciudad, sus exposiciones artísticas, bosques y perfecto cuidado de glorietas y camellones la hacen pintoresca, fresca… sin embargo, como en todas las calles bonitas o feas, en Reforma suceden ciertas cosas que lo dejan a uno con la boca abierta y la lengua de lado.
Una señora con polio luchaba, con un par de muletas, para subir a un autobús mientras una fila de automóviles tocaba el claxon sin compasión ni tregua.
A lo lejos observé lo que sucedía, el camión avanzó en cuanto la señora logró subirse, no quise ni pensar cómo habrá hecho para llegar a su asiento designado (si es que los hay y, si los hay, falta que estén desocupados).
La situación para los discapacitados de la Ciudad de México es deplorable e inhumana. Vivimos apegados a la ley de Herodes y mucha gente parece vivir contenta con eso.
Las personas con capacidades diferentes tienen pocas ventajas, en todo sentido, en México. ¿Quiénes somos ahora los más discapacitados?, ¿los que nacieron con retos físicos o los que nos creemos tan capacitados que olvidamos que la “normalidad” no es más que el factor común de muchas debilidades?
Excélsior, “Sin embargo se mueve”, Comunidad, p. 2