Por CaRloS Muñoz
Hace cosa de tres días circulaba sobre una avenida muy conflictiva de Santa Fe. Los claxonazos cargados de emoción y mala «vibra» se escuchaban a un km. a la redonda. Rostros acalorados, intensos rayos solares cayendo sobre los cientos de peatones que circulaban con pies de plomo sobre las banquetas, muchos de ellos empleados que, extrañamente, no se quitan los gafetes de sus empresas, y que aprovechan los espacios al aire libre para echarse un «buen» tabaco e ir a cualquiera de los muchos restaurantes de la zona o a los tacos de canasta sazonados delicadamente con la contaminación y que predominan afuera de las construcciones.
Autos sobrepasando los límites de las rayas blancas o amarillas exclusivas para esos peatones, rictus de furia desbordada y frustraciones por doquier, no pocos Chargers o Marquis Interceptor negros con tumbaburros y cristales polarizados haciendo gala de prepotencia cerrando el paso para que el jefe, montado en un BMW, Mercedes Benz y hasta Ferraris, circule a gusto (y a todo lujo), coches dando vuelta prohibida, camiones de redilas y microbuses echando humo hasta por las llantas, no sé bien a bien si porque estaban muy lisas o si la humareda que despedían provenía de algún escape roto, pero parecía que se habían puesto de acuerdo para contaminar igual en tiempo y forma.
Detenidos por un momento con luz roja, y al ver que varios automovilistas no respetaban las señalizaciones, aparece en el camino, acompañado por quien supongo es su mamá, un niño de no más de cinco años con uniforme de escuela pública era llevado de la mano por esa señora resignada a atravesar esa calle esquivando fieras al volante, sin embargo, y para asombro de un servidor, el pequeño dirigió su mirada a mí y con una sonrisa natural, extendía su brazo y con su mano me hacía señales de ¡Alto!. Lo mejor vino después, porque cuando al fin atravesó dicha calle, volteó y sonriendo me dio las gracias.
¡Wow!, qué encuentro casual por demás impresionante para mí con un niño que, en medio de tanta contaminación visual, auditiva y ambiental, y sin saberlo, forma parte de lo que yo llamo la GSR o Generación Socialmente Responsable, esa Generación que tendrá en sus manos quizá la última oportunidad de cambiar para bien al mundo, de lograr con su actitud que verdaderamente La Tierra sea el mejor lugar para vivir, esa Generación que es ejemplo para nosotros los adultos y que nos dan auténticas lecciones de convivencia, humildad, decencia y respeto por los demás.
No supe su nombre, pero lo que sí sé, es que ese «chavito» de escuela pública, aspira como muchos otros niños de nuestro país a ser nuestros líderes del futuro y será hasta entonces cuando ejercer mi voto valga la pena.
Carlos Muñoz
Comunicólogo egresado de la Universidad Anáhuac, cuenta con estudios de posgrado de Especialidad en Mercadotecnia en su Alma Máter y actualmente cursa la Maestría en Responsabilidad Social también en la Anáhuac.
Es Director de Comunicación de la Asociación Mexicana de Comunicadores (AMCO) y anteriormente se desempeñó como Gerente de Relaciones Públicas en el Hipódromo de las Américas.