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Movilidad urbana sin futuro

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A primera vista, el concepto parece de fácil comprensión. Lo es para el ciudadano normal, el que se traslada por sus medios de un lugar a otro en los cada vez más congestionados centros urbanos, condenado a pasar muchas horas de su vida detrás de un volante o como pasajero del transporte público. Pero el significado comienza a complicarse en la medida en que sube a niveles de análisis de los teóricos urbanos o de los temibles órganos burocráticos.

Todos pregonan la movilidad urbana pero sin comprometerse con el término sustentable. La realidad es otra; los centros urbanos enfrentan severos problemas de congestión vehicular, porque no están pensados con una perspectiva ciudadana.

Esta deficiencia presenta problemas ambientales y sociales. Contribuye al agotamiento de los combustibles fósiles, a la destrucción de la capa de ozono, a la emisión de gases y partículas contaminantes, al cambio climático, al aumento de lluvia ácida y a la disminución de la biodiversidad.

En lo social deteriora la salud por los contaminantes atmosféricos, visuales y auditivos.

Aumentan los accidentes así como el miedo, la preocupación y el estrés, sin importar edades, para transitar por la vía pública. Las relaciones interpersonales e intrafamiliares se reducen y perturban; la salud se deteriora como consecuencia de la sedentarización.

Es preocupante la afectación en ciertos grupos sociales como niños, ancianos y personas discapacitadas. Al final se magnifican los problemas de salud pública cuya atención también tiene serias limitantes.

En un cálculo conservador, los habitantes de las ciudades pierden uno de cada cuatro años de su vida en traslados y atorados en el tránsito. Dicho problema refleja una escasa calidad de vida, al que se agrega un tema de salud pública: la obesidad. De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, por cada hora que una persona pasa sentada en el interior de un vehículo, el riesgo de ser obeso aumenta en un seis por ciento.

En el Valle de México, el fenómeno metropolitano se inició hacia 1950. A partir de los años 60 toma otra dimensión; pero hasta la década de los 70 la capital de la República alcanzó los nueve millones de habitantes, contra los tres que tenía veinte años atrás.

La preocupación por el fenómeno, origina que en 1976 se expida la Ley General de Asentamientos Humanos y dos años después el primer Programa Federal de Desarrollo Urbano.

Pero el avance continuó y para 1990, el área daba cobijo a 15 millones de habitantes y en el 2000 la Zona Metropolitana del Valle de México albergaba 18 millones. Por primera vez la población que radica en la zona conurbada del Estado de México es mayor que la que vive en la Ciudad de México.

En 2010, más de 20 millones habitan la Zona Metropolitana, conservando los municipios limítrofes del Estado de México la tendencia irreversible.

Algo similar ocurre en la actual zona metropolitana del Valle de Toluca con la instalación y crecimiento de zonas industriales y la llegada de más habitantes, calculándose una población cercana ya a los 2 millones. La conurbación entre comunidades antes distantes, desemboca en lo mismo: transporte e infraestructura
urbana deficientes.

Por desgracia no hay una visión sistemática a mediano y largo plazo para resolver los problemas. La propuesta parece ser: obras de relumbrón para que parezca que se solucionan las insuficiencias. La calidad pasa a segundo término trátese de equipamiento vial, repavimentado, aplicación de concreto hidráulico, guarniciones, etc.

Los defectos saltan a la vista a veces antes de la inauguración oficial.

Es evidente que los programas de ordenamiento no han funcionado por la ausencia de una visión metropolitana y una planeación participativa multidisciplinaria. La movilidad sustentable al igual que el concepto de desarrollo sustentable del que se deriva, se han convertido en parte del decorado del discurso social y político que poco dice y menos soluciona.

El modelo actual de movilidad se caracteriza por la ineficiencia funcional y por el uso irracional de recursos tanto económicos como energéticos, horas hombre y espacio urbano, lo que a su vez se complica con la falta de un transporte público eficiente y la descoordinación en las obras viales.

La construcción desordenada y simultánea de obras viales en varios lugares, como lo que sucede en los municipios del Valle de Toluca, o mejor Valle del Matlatzinco, tienen sitiada y ahogada a la ciudadanía sobre todo en horas pico, con cuantiosas pérdidas económicas.

Por experiencias anteriores, toda esta infraestructura con la que se prometen soluciones al problema del tráfico vehicular, resultará insuficiente a no muy largo plazo, ya que lo agrava al fomentar el uso del automóvil, en vez de establecer un esquema de transporte público eficiente.

La forma: las propuestas y obras parecen razonables. Lo que desentona es la escasa competitividad y falta de organización, dañinas para la ciudadanía a la que pretenden beneficiar.

El fondo: lograr la movilidad urbana sustentable como estrategia para reducir la desigualdad social, reducir la contaminación, mejorar la salud pública, empujar la productividad y la economía para una mejor calidad de vida.

Y no lo olvidemos: TODOS SOMOS NATURALEZA.

Fuente: Acacia Fundación Ambiental A.C

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