Forma y Fondo CXLVI
Por: Pedro Silva Gámez
Desde los albores de la humanidad, sus usos, costumbres y símbolos giraron en torno a la Naturaleza, para agradecer a la Madre Tierra su generosidad al proveerle con sus frutos para sobrevivir. Sin los membretes actuales, la Ecología y el Medio Ambiente eran valorados en su justa medida por su significado intrínseco: sin ellos no había vida.
Es indiscutible la importancia del Sol en las culturas ancestrales: el sánscrito Dyaus, el griego Zeus, el romano Júpiter, el germano Zio, el lituano Ugnis, el eslavo Ogny, el egipcio Ra, o el quechua Inti. Entre los aztecas, Tonatiuh, el brillante astro de vida, luz y calor; centro de la gran piedra solar o calendario azteca. Asociado con el Verbo de San Juan, el Logos o Demiurgo creador del Universo, Águila que asciende.
La antigüedad de los cultos solares se pierde en el tiempo y las creencias se basaban en sus observaciones de que la vida era posible por sus efectos. Su imagen de poderío se convirtió, al paso de los siglos, en el centro primigenio de culturas y creencias.
Las prístinas ceremonias en torno a la Navidad ahí tienen su origen, con similitudes entre los diferentes pueblos. Sin entrar en polémicas infructuosas, las religiones antiguas entrelazaban sus celebraciones religiosas con los solsticios. En el de invierno, acababan de recoger los frutos de la tierra y la naturaleza se preparaba para repetir el milagro de cada año: proveer alimento para todo ser viviente.
A la llegada de la noche más larga del año, seguía el regreso paulatino de la luz. La creencia más generalizada era que, al ser la noche del 24 al 25 de diciembre la más larga, a partir de allí los períodos diurnos eran más extensos, con lo que se favorecía el crecimiento de la vegetación.
Hace más de 2800 años, los seguidores del culto a Mitra, diseminados por Asia, África y Europa lo llamaban Luz del mundo. Durante más de trescientos años los emperadores romanos le rindieron culto. Del 17 al 23 de diciembre celebraban las Saturnalia y el 24 moría Mitra comenzando su tránsito inferior al sol y el 25 renacía victorioso como el sol invencible: Natalis Solis Invicti.
Fue tema de discusión para sabios como el historiador Herodoto, el biógrafo Plutarco, el filósofo neoplatónico Porfirio, el hereje gnóstico Orígenes y San Jerónimo uno de los Padres de la Iglesia. Para los paganos, los habitantes del pagus o aldea latina, era símbolo de verdad, justicia y lealtad. Era el mediador entre el cielo y la tierra.
En la antigua Roma se daban obsequios para la fiesta de las Calendas o año nuevo. También intercambiaban regalos para simbolizar buenos deseos. En un principio los presentes eran ramas verdes llamadas estrenas, en honor a la diosa de la salud Estrenia, como símbolo de vida, salud y vigor. A medida que el imperio romano fue conquistado por los bárbaros del norte, llegaron las ramas de muérdago, pino y abeto.
Pronto, se añadieron frutas como higos, miel, dátiles, nueces y panes; además monedas llamadas saturnalicias por la imagen del dios Jano, en cuyo honor enero lleva su nombre.
Los aztecas, celebraban con toda pompa el nacimiento de Huitzilopochtli, precisamente en estos días; por la noche y al día siguiente había fiesta en todas las casas, donde se obsequiaba a los invitados comida y unas estatuitas o ídolos pequeños que comían ritualmente, hechos con una pasta comestible llamada tzóatl, mezclada con maíz azul, tostado y molido, amasada con miel negra de maguey.
La analogía entre la fiesta azteca y la del nacimiento de Jesús, fue aprovechada por los evangelizadores para predicar la nueva religión. Durante las mismas fechas, hacían una representación en los atrios de las iglesias cada uno de los nueve días anteriores al 25 de diciembre, dando origen a las posadas.
Invariablemente todas estas culturas convergen al culto solar. En el oriente de México, la etnia tepehua, conserva una hermosa versión mixta con elementos indígenas y cristianos en la que el tlacuache debe robar el fuego en Navidad porque el niño recién nacido tiene mucho frío en el establo.
En siglos posteriores, se extendió la tradición nórdica del árbol navideño, que sumado a las otras costumbres es un culto protector de la naturaleza. Los arreglos de la mesa familiar y de la casa también incluyen elementos naturales. Sin olvidar las delicias de la cocina de temporada en las que los frutos de la tierra son el ingrediente principal. Desde el ponche, los tamales y la fruta de la piñata, hasta los platillos y delicias de la cena con variedad de especias, verduras y todo lo que contribuye a su sazón.
El crecimiento poblacional, las exigencias del medio y el aumento en la decoración de la temporada son factores que ponen en peligro el equilibrio natural de los suelos, pues muchos de estos elementos cumplen un papel irreemplazable en los ecosistemas: protegen los suelos, cubren las rocas, brindan condiciones óptimas de humedad y nutrientes para que germinen y se desarrollen otras semillas, impiden la erosión y mantienen la humedad.
El mejor culto y honra a la Naturaleza es el uso racional de sus recursos, renovables o no, como creación emanada del Todopoderoso, como si el planeta fuera un gran pesebre y un regalo permanente que el ser humano está obligado a recuperar, proteger y aprovechar, no a destruir.
La forma: el regocijo de la temporada expresado por la creatividad de nuestra gente.
El fondo: entender que gracias a la Madre Tierra podemos celebrar una FELÍZ
Fuente: Acacia Fundación Ambiental A.C
NAVIDAD. Y no lo olvidemos: TODOS SOMOS NATURALEZA.