La paz no es una aspiración ni un deseo, es una construcción que implica un esfuerzo y un trabajo conjunto en el que cada individuo es una pieza fundamental.
Los conflictos armados en el mundo dejan millones de huérfanos, familias truncadas, pueblos desplazados, vidas interrumpidas. Pero no sólo los conflictos armados truncan vidas. La violencia cotidiana, física, verbal, emocional y estructural, esa de la que todos participamos, se extiende en todos los ámbitos de la sociedad.
De acuerdo con el INEGI (Envipe, 2013), los mexicanos estamos más preocupados por la violencia y la inseguridad que por la pobreza y el desempleo. La violencia se reproduce en las familias, en las calles, en las escuelas en un espiral que parece rebasarnos.
Sin embargo, el hecho de que un fenómeno se generalice no lo vuelve normal y mucho menos deseable. De la misma manera como aprendemos y reproducimos la violencia, es posible aprender a convivir en paz.
La paz no es una aspiración, no es un deseo. La paz se construye, implica un esfuerzo individual y conjunto, implica estar dispuestos a cambiar hábitos, a trabajar juntos, a aprender a convivir, a conocernos y a aceptarnos. La paz va más allá de la ausencia de guerra o de violencia. Es la construcción de una realidad en la que cada uno de nosotros logre convertirse en la mejor versión de sí mismo.
No es una tarea fácil ni va a ser posible alcanzarla a corto plazo. Es necesario sumar esfuerzos desde distintos ámbitos de la sociedad. Es indispensable tejer los lazos que fortalecen el tejido social desde la familia, las organizaciones de la sociedad civil, las escuelas, las universidades y el gobierno. En la tarea de construir la paz no hay espectadores, el papel de cada individuo es fundamental.
Fuente: Universidad Anáhuac