Ya han pasado algunos meses desde la publicación de la última encíclica, Caritas in Veritate (CV). Vaya por delante que considero a la CV un texto muy relevante, que aporta novedades importantes en el desarrollo de la Doctrina Social Pontificia (DS), y que lamento que no se le haya prestado suficiente atención o que –lisa y llanamente- haya sido ninguneado por la opinión pública, y también en el club de la RSE (con honrosas excepciones, como la de Antonio Vives).
La CV plantea una serie de cuestiones que no puede soslayar nadie que se preocupe mínimamente por la realidad económica y social de nuestro mundo. Y, al mismo tiempo, considero que ella misma se sitúa ante unos interrogantes que no siempre me parece que resuelva suficientemente.
En esta entrada y algunas más voy a anotar algunos de los puntos que me parecen más significativos en relación con el tema de las nuevas responsabilidades de la empresa y que creo que vale la pena tomar en consideración sea cual sea la identificación religiosa que cada uno pueda tener.
1. La preeminencia del bien común.
Hay una clave de lectura muy importante para el tema que nos ocupa que es la afirmación de que se requieren «cambios profundos en el modo de entender la empresa» (CV, 40; cursiva en el original). Esto supone un cambio de tendencia muy significativo en el abordaje de la empresa por parte de la DS, que ya se inició en su día con la idea de la empresa como comunidad de personas (aunque esta es una formulación todavía cautiva de lo que más adelante denominaré el déficit por abstracción). Es un cambio de calado porque apunta a la voluntad de pensar directamente sobre la empresa como tal.
Por usar una distinción convencional, la DS siempre se ha sentido más cómoda hablando del nivel macro (los sistemas económicos y sociales) y del nivel micro (la persona) desde una clave fundamentalmente teológica, ética y antropológica. Y, en cambio, raras veces ha planteado la necesidad de una reflexión explícita y directa sobre el nivel meso (las organizaciones como tales y en su diversidad).
Por supuesto: esto no significa que en la DS no se hablara de la empresa, pero el enfoque que predominaba por lo general era el de la aplicación a la empresa del discurso sobre los sistemas económicos o sobre la dignidad de la persona. En otras palabras, era ética aplicada a la empresa, pero no partía de ella. En cambio, aquí nos encontramos ante la propuesta de pensar explícitamente sobre la empresa, sobre los modelos de empresa y sobre las prácticas empresariales directamente y como tales.
Ya no estamos, pues, en el clásico y anacrónico debate sobre si se trata de ser «pro-empresa» o «anti-empresa»: la CV plantea que la DS acepta plenamente a la empresa como entidad económica, pero que esto no supone la aceptación plena de todas las prácticas y modelos empresariales y, consiguientemente, que la legitimidad que reconoce a la empresa no supone la legitimación de todos los modelos de empresa; más bien apunta a que hay modelos y prácticas empresariales mucho más cercanos a la DS que otros, con relativa independencia de cual sea el perfil moral personal de quienes están al frente de ella.
Más aún: el debate sobre el modelo de empresa tal y como lo plantea la CV no se resuelve en ni se reduce al debate sobre el modelo de persona que está al frente de ellas (aunque no lo excluye, claro está). Esto es muy relevante porque existe un cierto moralismo reduccionista que está prisionero de la creencia de que las cuestiones éticas en la empresa se resuelven exclusivamente en el registro de la ética personal.
La CV, en definitiva, nos plantea que hay que pensar de manera diferente no sobre la empresa, sino la empresa. Y que hay que llevar a cabo «cambios profundos en el modo de entender la empresa» no como consecuencia de un análisis meramente managerial y organizativo de la empresa sino como consecuencia de un análisis social y ético del papel que juega la empresa en la sociedad… y del papel concreto que han llevado a cabo determinadas prácticas empresariales en los últimos años.
Dicho con otras palabras: para la CV «entender la empresa» no es algo que pueda hacerse únicamente en clave managerial y organizativa sino que requiere también una aproximación ética y social. Esto nos sitúa ante un debate de primer orden, que delimita posiciones conceptuales, sean cuales sean las conclusiones a las que se llegue a partir de ellas: las dimensiones ética y social no son, desde esta perspectiva, un complemento o un enriquecimiento de la comprensión de la empresa, o una reacción a lo que pidan algunos stakeholders; lo que se afirma es que sin tenerlas en cuenta no se comprende bien lo que es la empresa.
En otras palabras: quien solo piensa la empresa en clave organizativa y managerial, no la piensa bien. Éste, lo reitero, es un tema de debate crucial, que no puede quedar enmascarado por la aceptación o el rechazo de un determinado sistema de creencias religiosas… cosa que la CV no facilita demasiado, ciertamente.
En este punto, se postulan como referencia última la justicia y, especialmente, el bien común, que se convierten en marco de referencia e instancia crítica de las prácticas empresariales. Normalmente se suele señalar, tanto por sus apologetas como por sus detractores, que la DS no cuestiona sustancialmente el mercado. Pero se suele poner menos énfasis en su constante apelación a la subordinación del mercado al bien común (lo que puede cuestionar muchas de las prácticas concretas existentes en el mercado). En lo que se refiere a la empresa, por cierto, creo esto que sitúa a la DS fuera de los discursos dominantes sobre la empresa (tanto los que se generan en la cultura empresarial como en la académica), algo que no suelen asumir muchos de sus defensores.
En otras palabras, la CV desborda cualquier intento de convertir a la DS en un corrector, un embellecedor o un complemento de lo establecido; y la sitúa en una clave totalmente diferente. Por eso creo que es aquí dónde hay que situar la afirmación de la prioridad del bien común, al que debe subordinarse la actuación empresarial: «el objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza» (CV, 21).
Como que si algo no caracteriza a la DS es el regirse por criterios meramente consecuencialistas, es de suponer que lo anterior no pone el peso de la argumentación únicamente en el riesgo de las consecuencias (destruir riqueza y crear pobreza) sino en vincular algo que normalmente se pasa por alto: las malas consecuencias no son simples efectos a corregir o atenuar, sino que son correlativas a malas asunciones y malas opciones (como por ejemplo tener el beneficio como objetivo exclusivo y no tener el bien común como fin último). Una vez más: la aceptación o el rechazo del contenido doctrinal no debe ser una coartada para situarnos donde nos propone la CV: en la pregunta por las asunciones y opciones fundamentales desde las que nos aproximamos a la realidad empresarial.
Por eso se requieren cambios profundos en el modo de entender la empresa, porque afirmaciones como la anteriormente citada conllevan la cuestión –en absoluto demasiado especulativa en este contexto- de cómo valorar, aceptar y legitimar una creación de riqueza que no tenga el bien común como fin último, y cuales son los modos y las instancias para deliberar y discernir sobre la cuestión… ese es el tipo de retos que –precisamente- merecen el nombre de cambios profundos en la manera de entender la empresa.
Por volver al tipo de aproximaciones en las que la DS se siente más cómoda: «Los costes humanos son siempre también costes económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes humanos» (CV, 32, cursiva en el original). Ambos: consideración de los costes económicos y de los costes humanos. «El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Se necesita tanto la preparación profesional como la coherencia moral» (CV, 71, cursiva en el original). Ambas: preparación profesional y coherencia moral. Ambas inseparables, indisociables e inconfundibles.
Así pues, hay que salir al paso, una vez más, de toda recepción de la DS que desemboque en dilemas del tipo «o lo uno, o lo otro». La DS no se mueve en el terreno del o/o, sino en el terreno del y/y. En lo que antecede y en lo que sigue esto hay que darlo por supuesto y por asumido… y a la vez señalar que es el gran reto de quien quiera tomarse en serio la DS, y el reto de aclarar su posición al respecto por parte de quien no la quiera asumir.
Porque y/y no es una mera superposición, ni significa que ambas partes se piensan por separado y posteriormente se suman. Sino que se integran, se entreveran, se fecundan y se modifican mutuamente. Y esta aproximación y/y es una pieza clave para impulsar los cambios profundos en el modo de entender la empresa.
Porque lo que señala la CV no se reduce a una cuestión disciplinar. Como el objeto no es la economía, la empresa o la moral, sino la acción humana mediada organizativamente, hay que entender la empresa desde la integración y la integridad de todas las dimensiones, y, consiguientemente, no piensa ni entiende bien la empresa quien no las tiene en cuenta todas ellas.
De ahí la reiteración y la insistencia en toda la CV de que en todas las decisiones empresariales está entreverado lo económico y lo moral, y de ahí la referencia heurística y hermenéutica al bien común y la justicia («la justicia afecta a todas las fases de la actividad económica, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral»). Si vale la analogía con un texto de la tradición zen: no hay agua aparte del hielo, no hay hielo aparte del agua.
Ahora bien, esta afirmación referente a la preeminencia del bien común le plantea a la DS y a la CV dos nuevos ámbitos de cuestiones: sobre la empresa, por una parte, y sobre los retos de gobernanza por otra. Y ambas están transidas de una tercera: sobre la pretensión del discurso ético. Trataré sobre ellas en próximas entradas.
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Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).
Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad
Maestro Lozano:
Reciba un cordial saludo con admiracion y respeto por sus claros e ilustrativos conceptos empresariales holisticos. De parte de un ateo militante.
Enhorabuena!