El turismo masivo tiene sus propias consecuencias: una cantidad mayor de desechos, sobrexplotación de recursos, así como problemas con el agua, esto debido al creciente desarrollo del suministro.
El turismo definitivamente ayuda a tener un crecimiento en la economía del país, sin embargo, también lo afecta, tal es el caso de la playa del Hierro, al norte de Fuerteventura.
Esta playa en vez arena tiene pequeñas algas calcáreas que parecen palomitas de maíz. Y los visitantes se están llevando unos diez kilos al mes, según los expertos.
Con el Hashtag #PopCornBeach, el número de fotos subidas ha ido aumentando hasta sumar más de mil.
Estos rodolitos o algas calcáreas, un caso peculiar en el mundo por la gran cantidad que acumula, se reproducen en el mar a unos 20 metros de profundidad. El biólogo Francisco Otero, del Instituto Ecoaqua de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, señala que su crecimiento es muy lento, de aproximadamente un milímetro al año.
“Algunos de ellos llegan a medir hasta 25 centímetros, lo que significa que han vivido más de 250 años. Durante su periodo vital combaten el cambio climático por su absorción del dióxido de carbono del mar, a la vez que por sus formas llenas de cavidades sirven de depósito para que otras especies pongan sus huevos”.
Con las grandes mareas son arrastrados hasta la superficie, donde ya muertos, y después de miles de años de erosión, se convierten en arena.
La paleontóloga y conservadora del Museo de la Naturaleza de Tenerife, Esther Martín, destaca que, a pesar de que la zona en la que se encuentra la playa no está catalogada como espacio natural protegido, “la Ley de Costas no permite llevarse los rodolitos, al igual que ningún otro elemento como arena o piedras, y que hacerlo lleva aparejada una sanción”. Señala que la mayoría de los esqueletos de algas de esta playa tiene unos 4.000 años, aunque en determinadas zonas los hay en estado fósil después de haber pasado a la intemperie más de 120.000 años. Calcula que, en una estimación conservadora, y solo por el aeropuerto, los visitantes que abandonan la isla podrían estarse yendo con diez kilos al mes, 120 kilos al año, más de una tonelada en una década. Y lamenta que con ello están obstaculizando el proceso natural de formación de la futura playa de arena.
El alcalde de La Oliva, Isaí Blanco, explica que, desde siempre, la población local ha cogido pequeñas cantidades de rodolitos para utilizarlos como elemento decorativo en sus casas, pero en los últimos años, con la paulatina afluencia de turistas se está “saliendo de madre”. “Se los están llevando con cubos”, se queja.
El Ayuntamiento está desarrollando un campaña de sensibilización: Pasa sin huella por La Oliva, dirigida a residentes y visitantes de un municipio que recibe medio millón de turistas al año y donde más de la mitad de sus 25.000 habitantes son extranjeros. Con esta iniciativa imparten charlas en centros educativos del municipio y también trabajan con turoperadores y guías turísticos.
Jaime Coello, jurista, divulgador ambiental y director de la Fundación Telesforo Bravo-Juan Coello, que colabora en la campaña de concienciación, lamenta que muchas casas de Fuerteventura tengan rodolitos en el jardín como elemento decorativo, o que hasta uno de los hoteles del municipio exhiba jarrones llenos de ellos. “Es necesaria más vigilancia y sanciones. Es ridículo que en Fuerteventura, una isla de más de 1.500 kilómetros cuadrados, solo haya siete agentes del Cabildo encargados del control de los espacios naturales”. Coello resalta que los atentados contra el patrimonio natural, que están registrando “un crecimiento exponencial”, se dan en no solo en la playa del Hierro sino toda la isla, con daños como pintadas en yacimientos arqueológicos y dunas fósiles o la construcción de montículos de piedra en espacios protegidos.