Diariamente podemos ver personas transportándose en bicicleta. Desde muy temprano, hombres de traje y corbata, yen menor medida, algunas mujeres de falda y maquillaje, pedalean raudos hacia sus trabajos, sorteando muchas veces a automovilistas con el ceño fruncido que esperan impacientes a que el semáforo dé la anhelada luz verde. Se estima que alrededor del mundo, 800 millones de bicicletas ruedan cada día, con ventajas no sólo para las personas sino para el cuidado del medio ambiente.
Mientras que en algunos países de Europa y Asia, el uso de la bici ya ni siquiera es tema, porque se trata de una realidad cotidiana y hasta respetada, en América Latina se hacen esfuerzos permanentes para que a los ciclistas se les ceda un lugar en las calles, en medio del parque automotriz, que recibe más atención actualmente.
Algunos logros, como la creación de ciclovías y los circuitos que por ahora unen algunas colonias de nuestra ciudad capital, parecen no ser suficientes en una verdadera selva de concreto, donde los accidentes y los improperios llueven en todas las estaciones del año.
Estas acciones han fomentado la creación de organizaciones ciudadanas y de algunas normas que rigen a quienes andan sobre dos ruedas, lo que manifiesta el aumento en el interés de los capita1inos por ocupar la bicicleta como un medio de transporte.
Entonces ¿por qué este medio no es tan usado por los ciudadanos de nuestro país? Muchos se quejan de la inseguridad como obstáculo para usarlo regularmente, misma que se origina, en parte por la falta de experiencia de los nuevos ciclistas, yen parte de la mala relación entre éstos y los conductores de autos y locomoción colectiva. Otros argumentan que la topografía de sus ciudades no es la adecuada para andar en ellas y que los automovilistas no respetan su paso y por eso pueden ser propensos a sufrir un accidente de tránsito.
Por estas y muchas razones más, el uso de la bicicleta en México es, en su mayoría, de orden deportivo. En lo personal, creo que hemos dejado a un lado la parte humana que la propia bicicleta representa. Con la llegada del automóvil perdimos, entre otras cosas, la noción de nuestra escala con respecto a la Ciudad, la habilidad para ubicarnos en un sitio y relacionarlo con otros en términos de distancia y eventos que los hilan y vinculan entre si. Este esquema, natural del habitante de la urbe, poco a poco fue sustituido por tiempos de recorrido, rutas, estaciones de transbordo, horas pico, propios de la rutina y estrés de la ciudad moderna.
Inmersos en esta dinámica, la bicicleta nos ofrece la oportunidad de volver a conectar con las actividades que se suscitan dentro de nuestros barrios y de apreciar la cotidianidad desde una velocidad distinta. Disfrutar del aroma y murmullos provenientes de la cafetería matutina, el barullo alrededor del puesto de atole de la esquina, la confortable sombra de la avenida arbolada o la calidez del sol en una mañana de invierno, la ha ce un vehículo que reconoce nuestra escala dentro de la ciudad y nos invita a navegarla.
Más que enumerar las ventajas que el uso de la bicicleta nos brinda (para ello anexamos una gráfica descriptiva), querernos despertar la curiosidad por reconocer la ciudad, explorarla y encontrarnos con ella de una manera diferente, que la haga «nueva» ante nuestros ojos. Con este fin, les comparto un ejercicio que tomo prestado del libro Guía para la navegación urbana de Iván Hernández, que propone utilizar al mapa como un registro cotidiano de nuestras actividades. Si al caminar dejamos huella, o huellas, quizá la suma de ellas se vuelva un trazo dibujado en la ciudad. En él, podremos descubrir ciertos patrones de ritmo, direccionalidad y destinos. Así retomando a Georges Perec que nos dice «descubro la dirección en la que me muevo, moviéndome» el mapa puede funcionar como un diario personal a través del cual descubrimos algo sobre nosotros; y qué aspecto es más importante que descubrir adónde estamos y hacia dónde nos dirigimos.
El presente ejercicio no pretende ser más que la simple excusa para conocer, nuevamente, desde otra perspectiva, tu ciudad. Para iniciar, retomaré las palabras del músico experimental estadounidense John Cage, quien reconocía que no saber por dónde comenzarpodía llevar a la parálisis, por lo que su consejo era: «comenzar donde sea». Esto es un inicio, espero haber despertado su curiosidad, lo suficiente como para iniciar. Buen viaje y buena mar.
«El ejercicio consiste en dibujar un mapa de los recorridos realizados durante el periodo de una semana. Se trata de un mapa por día, lo cual dará como resultado siete mapas (los cuales como particular petición, deberían ser plasmados en papel albanene o vegetal, de manera que se puedan sobreponer unos sobre otros y compararlos, no como documentos distintos, sino como uno mismo. Un documento hecho de capas que nos mostrará cuáles son los lugares que recorremos constantemente; y quizá lo mas importante, cuáles son las zonas y lugares que nunca andamos, aquellas que por alguna razón, no forman parte de nuestra ciudad. Y, tal vez, nos lleve a querer descubrirlas. Buscamos reconocer nuestras rutinas, no sólo para descubrirnos un poco más, sino también para poder cambiar poco a poco, para mostrarnos la diferencia que hace un día; la misma ciudad, recorrida día a día puede llegar a mostrar nuevas caras de si misma, al mismo tiempo que puede funcionar como un espejo que nos permite ver como nos vamos transformando».
La bicicleta nos ofrece la oportunidad de volver a concectar con las actividades que suscitan dentro de nuestro barrios y de apreciar cotidianidad desde una velocidad distinta. Guía para la navegación urbana Iván Hernández.
Fuente: CRUZ RINCÓN, Eduardo. Un paseo saludable. El Financiero, Espacio Urbano. Año 1. N° 11, p. 5.