La reciente evaluación de Carbon Tracker ha vuelto a encender las alarmas sobre el papel de las grandes petroleras en la lucha contra el cambio climático. De acuerdo con el informe, muchas de las compañías más influyentes del sector siguen apostando por proyectos de combustibles fósiles que no solo desatienden el Acuerdo de París, sino que también representan riesgos financieros a largo plazo para inversores y países enteros.
Dentro de este preocupante panorama, Pemex figura entre las petroleras con mayor retroceso climático, al obtener la calificación más baja (“H”) en todos los indicadores analizados. Este hecho no solo plantea interrogantes sobre la sostenibilidad de su modelo de negocio, sino que también cuestiona la solidez y autenticidad de sus estrategias de responsabilidad social empresarial (RSE) en el contexto actual.
Pemex y el rezago climático: ¿retórica o acción?
Que Pemex haya sido clasificada como una de las petroleras con mayor retroceso climático no es un hallazgo menor. La empresa, considerada estratégica para el gobierno mexicano, continúa invirtiendo de forma agresiva en proyectos de petróleo y gas sin presentar un plan sólido para la transición energética. Esto evidencia una desconexión entre su discurso institucional y las acciones concretas necesarias para alinearse con los compromisos climáticos globales.
El informe de Carbon Tracker revela que Pemex carece de metas claras en cuanto a reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y metano, dos de los indicadores más relevantes del estudio. Mientras otras empresas al menos simulan un compromiso climático, Pemex permanece anclada a un modelo extractivista intensivo que cada vez es más insostenible desde el punto de vista ambiental y económico.
Además, la falta de estrategias de mitigación o adaptación ante el cambio climático la pone en la mira no solo de activistas ambientales, sino también de inversionistas con mandatos ESG. La ausencia de transparencia en su gobernanza climática representa un riesgo reputacional creciente que puede limitar su acceso a financiamiento internacional y alianzas estratégicas a futuro.
La paradoja de la RSE en Pemex
Pemex ha desarrollado iniciativas de RSE en comunidades donde opera, enfocadas principalmente en salud, educación y desarrollo local. Sin embargo, el contraste entre estas acciones y su falta de compromiso ambiental integral pone en entredicho su autenticidad. ¿Puede hablarse de una RSE efectiva cuando la empresa es una de las petroleras con mayor retroceso climático?
La RSE no puede entenderse como una colección de proyectos asistencialistas que operan al margen de las decisiones corporativas estratégicas. Una empresa verdaderamente responsable alinea su modelo de negocio con los principios de sostenibilidad. Pemex, en cambio, perpetúa un enfoque donde la RSE parece funcionar más como un escudo reputacional que como un catalizador de transformación.
Este enfoque limitado debilita la legitimidad social de la empresa. En un contexto donde los grupos de interés —desde las comunidades hasta los mercados financieros— exigen coherencia, Pemex debería replantear el papel de su RSE para que sea parte integral de su transición hacia modelos energéticos bajos en carbono, no solo una narrativa paralela.
El contexto político y su impacto en la gobernanza ambiental
Uno de los factores que explican el rezago de Pemex frente a otras petroleras es el contexto político nacional. La actual administración federal ha promovido una política energética centrada en el fortalecimiento del petróleo como recurso soberano, marginando las oportunidades que representa la energía renovable. Esto condiciona severamente las posibilidades de cambio dentro de Pemex.

Si bien la empresa responde a una lógica estatal, esto no la exime de responsabilidades frente a la comunidad internacional ni ante sus propios grupos de interés. Ser una empresa nacional no significa tener carta blanca para ignorar el consenso científico sobre el cambio climático. Por el contrario, debería implicar un compromiso aún más profundo con el bienestar presente y futuro del país.
La falta de visión a largo plazo ha hecho que Pemex no solo sea una de las petroleras con mayor retroceso climático, sino también una de las más vulnerables a los efectos financieros de esta inercia. Un verdadero liderazgo político debería reconocer que la transición energética no es opcional, sino inevitable, y Pemex debería ser parte de esa evolución.
La presión de los mercados y el riesgo reputacional
El informe también advierte sobre los riesgos que enfrentan los inversionistas que siguen apostando por compañías como Pemex. Con una calificación ambiental tan baja y sin señales de mejorar, la empresa representa una apuesta riesgosa en un entorno financiero cada vez más sensible a los criterios ESG. El concepto de “activos varados” ya no es una amenaza lejana, sino un escenario probable.
Los grandes fondos internacionales están ajustando sus políticas de inversión para excluir a las petroleras con mayor retroceso climático. Si Pemex no realiza ajustes significativos, podría perder acceso a estos recursos, comprometiendo su viabilidad financiera. A largo plazo, la sostenibilidad no solo será una exigencia reputacional, sino una condición de supervivencia económica.
Por ello, su inacción también tiene implicaciones para México como país. La exposición del Estado a los riesgos de Pemex se traduce en potenciales impactos fiscales, sociales y ambientales. Las decisiones de hoy podrían comprometer los recursos públicos del mañana, profundizando la desigualdad y generando nuevos focos de conflictividad social.
Hacia una RSE con enfoque climático
Revertir la situación requiere que Pemex replantee su estrategia de responsabilidad social desde una lógica climática. Ya no basta con operar clínicas móviles o patrocinar eventos culturales; es imprescindible que la RSE se ancle en una transición energética justa. Esto implica incorporar metas de descarbonización, estrategias de adaptación comunitaria y transparencia en los impactos ambientales.
Las petroleras con mayor retroceso climático deben entender que su licencia social para operar está condicionada al cumplimiento de estándares ambientales robustos. La ciudadanía está cada vez más informada y menos tolerante a los discursos sin sustento. En este sentido, Pemex tiene una oportunidad —aún vigente— de redefinir su papel como actor responsable en la transición energética de México.

Integrar la sostenibilidad como eje transversal de su operación podría incluso convertirse en un activo estratégico. La empresa podría liderar, en lugar de resistirse, al cambio que el mundo exige. Para lograrlo, requiere voluntad política, liderazgo institucional y una RSE que deje de ser marginal para convertirse en motor de cambio.
Pemex enfrenta un momento crucial: persistir en un modelo intensivo en carbono que la ha ubicado entre las petroleras con mayor retroceso climático, o transformarse en un referente de responsabilidad energética y climática en América Latina. El camino que elija no solo determinará su futuro, sino también el del país.
La responsabilidad social en el siglo XXI ya no se mide por la cantidad de proyectos filantrópicos, sino por la capacidad real de las empresas de transformar sus modelos de negocio para hacer frente a los desafíos globales. En este sentido, Pemex aún está a tiempo de redefinir su papel. Pero cada día que pasa sin acción la aleja más del futuro sostenible que México necesita.