Decir que esta semana fue mala para las mujeres y su relación con el deporte es poco. Primero, la NFL confirmó su poco entendimiento de la violencia doméstica al esperar a que los medios filtraran un video del jugador Ray Rice atacando a su pareja en un elevador para cambiar su castigo: de los dos partidos de suspensión originales, a un despido. Después, el jueves 11 de septiembre, el atleta paralímpico Oscar Pistorius fue declarado inocente de homicidio premeditado por la muerte de su novia, Reeva Steenkamp. Un día después, fue encontrado culpable de homicidio culposo, crimen por el que pasará un máximo de 15 años en la cárcel (la pena se conocerá hasta el mes de octubre).
Estos dos hechos tienen muchas diferencias. El caso de Rice fue juzgado no por las autoridades de Estados Unidos sino por la NFL, una organización que demostró total incompetencia en su manejo de la información. Y, lo que no es poco, su ahora esposa Janay Palmer sobrevivió al ataque. Pistorius sí pasó por un juicio en su país, Sudáfrica: su castigo será no solo la pérdida de su carrera profesional, sino también de su libertad. Pero ambos se quedaron sin patrocinadores como consecuencia de sus respectivos escándalos, pero lo que me interesa más es que son un ejemplo de cómo el mundo del deporte y la sociedad en general no comprenden la naturaleza de la violencia doméstica.
Durante el juicio a Pistorius quedó claro que su relación con Steenkamp (modelo y, en una trágica ironía, activista contra la violencia doméstica) era volátil, con signos de violencia psicológica por parte del corredor. Además, también se mencionaron incidentes en el que Pistorius demostró su gusto por las armas y falta de atención a la seguridad de otros. Todo esto, aunado a las circunstancias de la noche de la muerte de Steenkamp, me hacen estar segura de que la mujer murió escondida en el baño porque tenía miedo de su novio, quien acabó disparando cuatro veces desde detrás de la puerta.
¿Por qué no podemos ver que los comportamientos anteriores de Pistorius tienen una relación directa con el asesinato de su novia?, y ¿por qué la conversación sobre el escándalo de Ray Rice se desvió hacia la «responsabilidad compartida» con su pareja y víctima? La violencia doméstica es una realidad global, afecta a millones de mujeres, hombres y niños y cuesta más que la guerra. En nuestro país es la primera causa de muerte en mujeres de entre 25 y 45 años, pero con frecuencia sus características, alcances y consecuencias son minimizados o ignorados.
Esta actitud está costando vidas. Es necesario que los gobiernos, las empresas y la sociedad civil aprendamos a ver los casos de violencia por lo que son, comprendamos los mecanismos que impiden que las víctimas salgan de su situación, y castiguemos a quienes la cometen.