Los océanos tendrán más plástico que peces para el 2050. Esto es medido en peso, si continúa la tendencia actual de uso y desecho de los plásticos, evidencia un análisis del Foro Económico Mundial (WEF, por su sigla en inglés) elaborado en colaboración con McKinsey.
El costo medioambiental expresa la irracionalidad con la que se usa un material que se ha convertido en “el caballo de trabajo” de la economía moderna.
La inmensa mayoría de los empaques de plástico se usa una sola vez. Eso significa un despilfarro cuantificado en una cifra que va de 80 a 120,000 millones de dólares anuales, refieren.
El uso y desecho del plástico se ha multiplicado por 20 en los últimos 50 años. Si el ritmo actual continúa, se duplicará en las próximas dos décadas, advierten.
Éste es el primer estudio dedicado a medir este fenómeno y lleva por título “La nueva economía de plástico: repensando el futuro”.
“El reto es pasar del conocimiento a la acción. Los empaques de plástico producen grandes beneficios a la economía, pero debemos replantear la forma en que la usamos”, dice Dominic Waughray, jefe del grupo sobre Asociaciones Público-Privadas del WEF. La propuesta es aplicar los principios de la economía circular para rediseñar la economía del plástico, establecer parámetros y sistemas que permitan conectar diversas industrias que en este asunto están muy fragmentadas.
“El estudio demuestra que hay una gran oportunidad económica para impulsar la transformación de la cadena del plástico. Se trata de que se deje de ser el último gran material que se usa de una sola vez”, dijo Martin Stuchtey, del Centro McKinsey para las empresas y el medio ambiente.
El estudio enfatiza la necesidad de integrar en un plan de acción medidas que hasta ahora se han tomado de manera aislada: avances en la tecnología de los empaques, nuevos procesos de reciclado de plásticos, desarrollo de infraestructura para captación de desechos y políticas públicas para reglamentar el empaquetado”.
Un nuevo enfoque puede detonar la ola de innovación que se requiere, afirmó Stuchtey.
Fuente: El Economista