Todo el mundo quiere tener un jefe que lo trate bien, que te respete a ti y a tu trabajo, te rete a ser mejor y desee verte desarrollándote como profesional y líder.
Sin embargo, hay demasiadas personas que ven a un jefe duro y llegan apresuradamente a la conclusión de que se trata de un tirano.
Y esto es lo que esas personas no entienden: sólo porque alguien es amable no quiere decir que sea un buen patrón.
He visto a muchos jefes que se ufanan de que son exigentes, pero en demasiados casos lo que quieren es ser apreciados por los empleados.
Además, quieren que se hable bien de ellos, que sus subordinados sean sus «amigos».
Ese tipo de jefe tiene miedo de fijar objetivos de rendimiento muy altos y de retar a su personal a cumplirlos y sobrepasarlos, porque cree que si lo hace su estima podría disminuir.
Como consecuencia baja sus expectativas, a veces sin darse cuenta. En esos casos, no es de extrañar que el rendimiento flaquee.
Exigencia y resultados
Algunos de los mejores líderes que he visto, ya sea en investigación o capacitación, van a su trabajo enfocados ferozmente en obtener resultados.
Después de todo, las grandes estrellas del mundo empresarial no llegaron a donde llegaron a fuerza de sonrisas.
A esos enormemente exitosos jefes no les importa mucho caer bien. Sus expectativas son impactantes y no negociables, y sus equipos lo saben.
Tomen el ejemplo del gurú inmobiliario Bill Sanders.
«Todo el mundo sabía que Bill exigía resultados», dice Ronald Blankenship, expresidente del fondo de inversiones inmobiliario Verde Realty y socio de Sanders desde hace mucho tiempo. «Si ibas
a trabajar con él, tenías que estar preparado para hacer de eso tu foco principal».
Esos grandes líderes no tienen miedo de imponer su ley. No dudan ni por un solo instante.
Y, paradójicamente, su dureza, acompañada de su fidelidad a las visiones únicas e inspiradoras que profesan, muchas veces genera apreciación.
De hecho, producen algo más grande que una simple estima entre la mayoría de los empleados. Es un respeto profundo, lealtad, incluso amor.
Por supuesto, ser duro no significa ser ofensivo.
¿Cómo saber si has caído en el «síndrome del jefe simpático» o amable? Plantéate estas preguntas y lleva un registro de tus respuestas afirmativas.
¿Has cambiado en el último año tus expectativas por alguien más de una vez, luego de su fracaso en su intento por alcanzar los estándares que habías impuesto?
¿Has fallado en el último año en la tarea de hacer un seguimiento y castigar malas conductas?
¿A veces le das bonos o algunas compensaciones especiales a los empleados, incluso si no han cumplido sus objetivos, solo porque se «esforzaron»?
¿No fijas objetivos claros, significativos para los miembros de tu equipo? Los objetivos claros son específicos, medibles, y tienen plazo. No así los que son vagos.
¿Tiendes a reservarte comentarios negativos por temor a molestar o enajenar a alguien?
¿Al dar feedback negativo, notas que lo suavizas?
¿Qué prefieres, un jefe simpático o uno que saque lo mejor de ti?
¿Te ven tus jefes o colegas gerentes como blando y excesivamente condescendiente?
¿Tienen las personas que trabajan para ti una tendencia a quedarse dormidos en sus laureles cuando logran algún éxito?
Si respondes afirmativamente a tres o más de esas preguntas, es posible que estés sufriendo del síndrome del jefe simpático.
¿Qué hacer?
Si ese es tu caso, es hora de que cambies tu forma de pensar si pretendes que se te respete, y no simplemente que caigas bien:
Lleva un «registro de expectativas», estableciendo perspectivas de rendimiento para cada miembro de tu personal, tus observaciones diarias en curso sobre su rendimiento y cualquier acción que
has tomado para hacer cumplir esas expectativas.
En cada uno de tus informes, revisa los objetivos que fijaste. ¿Son lo suficientemente ambiciosos y agresivos? ¿Son claros y cuantificables? No los rebajes simplemente porque alguien no puede
cumplir un objetivo.
¿Hay alguna forma de «ludificar» las expectativas de rendimiento y hacerlas públicas o transparentes entre tu equipo? Hacerlo puede fomentar una competencia más sana y hacer más difícil que eludas la necesidad de hacer rendir cuentas al personal.
A veces, imponer disciplina e impartir instrucciones claras pueden ganar el respeto de los empleados, mucho más que ser simpático.
Ensaya dar feedback negativo: evita emocionarte y limítate a los hechos. Advierte que ese comentario negativo se aproxima para que no sea una sorpresa. Concéntrate en cómo hacer las cosas mejor la próxima vez, en vez de simplemente criticar el pasado.
Puede que los jefes «agradables» o «buenos» se sientan bien consigo mismos, pero no consiguen resultados de la más alta calidad. Los jefes exigentes sí los logran.
Y si trabajas para un jefe amable, no te quedes demasiado contento y satisfecho con lo que estás haciendo y los resultados que estás obteniendo.
Si no estás mejorando en lo que haces, aprendiendo y desarrollándote en el proceso, no solo te vas a mantener en el mismo punto, sino que te estás quedando rezagado.
En el mundo empresarial moderno -donde la competencia puede llegar en cualquier momento de cualquiera y de cualquier parte- sólo lo suficiente no es la fórmula para tener éxito.
Fuente: BBCMundo