Tanto si nos referimos al dopaje en el deporte o a alterar las cuentas en los negocios, los problemas que acaparan las portadas de hoy en día son un síntoma de algo más profundo. Los profesionales se están corrompiendo, porque persiguen abiertamente unos incentivos sesgados.
¿Podemos cambiar para mejor nuestra manera de actuar cuando competimos por el premio que está en juego en el campo de actividad que hemos elegido? En los negocios, ¿podemos crear un “nuevo capitalismo” basado en el uso prudente de la libertad humana y que produzca una prosperidad sostenible, en vez de desastre social?
En opinión de Maximilian B. Torres, profesor visitante del IESE, tanto la sociedad en conjunto como la integridad a nivel personal han sufrido innecesariamente a consecuencia de la incapacidad o la falta de voluntad de los profesionales para autorregularse.
“Haz trampas o pierde”
La historia reciente está llena de casos con moraleja sobre la lucha por conseguir el éxito a cualquier precio: Ken Lay, líder de la ya arruinada Enron; Bernie Ebbers, líder de la antigua WorldCom; David Duncan, socio de la desaparecida Arthur Andersen… Incluso la crisis de las puntocom fue en parte, el resultado de un mercado alcista animado por estados financieros distorsionados. El estallido de la crisis financiera de 2008 fue también consecuencia de la imprudencia tanto de prestatarios como de prestamistas, tanto de compradores de casas como de vendedores de emisiones, tanto de empresas como de gobiernos.
Los líderes de estas y otras organizaciones no sólo valoraban más la recompensa material del éxito financiero que la calidad profesional, sino que perseguían la primera a expensas de la segunda. Aunque la locura empezó en Estados Unidos, en la mayoría de mercados la búsqueda glorificada del “éxito” contribuyó a esconder los valores distorsionados que estaban en juego.
Y no es sólo en los consejos de administración donde se están poniendo en peligro los valores. Los recientes escándalos por casos de dopaje que han salido a la luz en deportes populares (desde el béisbol al ciclismo) ponen aún más en evidencia la necesidad de una renovación del carácter generalizada en todos los ámbitos. Desgraciadamente, parece que el mantra de nuestra era se podría resumir con una cita del fundador de un laboratorio que facilitaba a jugadores de béisbol estupefacientes para mejorar su rendimiento: “haz trampas o pierde”.
Está claro que algo ha fallado cuando tantas profesiones antes nobles han acabado favoreciendo el fraude y actuando con engaño, pasando por encima de la competencia enérgica, la calidad personal y los logros honestos. ¿Cuál es la causa de estos valores tan desordenados?
La regulación no corrige el carácter
A pesar de que las organizaciones rehúsan fomentar estas tendencias autodestructivas, el autor considera que en realidad las están impulsando mediante, por ejemplo, la oferta de unos paquetes salariales muy poco convencionales.
Según Torres, el fraude financiero y el uso de esteroides están arraigados en la misma deformación del carácter. Porque, ¿qué es engañar si no oportunismo sin escrúpulos, un deseo personal de ganar o aprovecharse de algo a cualquier precio? Es una competición que ha perdido el rumbo.
Sin duda, las leyes y regulaciones externas pueden utilizarse para evitar que se repitan los errores del pasado. Pero, como afirma Torres, incluso estableciendo todas las leyes, regulaciones y controles, las trampas y el oportunismo desenfrenado no desaparecerán hasta que no se corrija el problema de carácter fundamental, en cada persona y en cada cultura.
Por supuesto, es necesario introducir medidas correctoras que motiven a las personas a centrar sus esfuerzos de nuevo en conseguir la calidad, que al mismo tiempo es el único objetivo que conduce al éxito sostenible. Esta visión es diferente a la de convertir la obtención del “éxito” en el objetivo supremo.
Preguntas a responder
Cuando los profesionales se orientan solamente hacia la victoria, actúan de una manera que les permita potenciar la riqueza, el poder, el estatus y el prestigio. En cambio, cuando se orientan hacia la calidad, actúan para potenciar el conocimiento, la salud, el gusto estético y la sociabilidad: bienes que sirven para optimizar el conjunto de valores alternativo.
¿Podemos motivar a los profesionales para que se propongan la calidad como objetivo? Torres plantea tres preguntas que pueden servir de ayuda a los responsables a la hora de aclarar el panorama general y tomar las decisiones adecuadas.
1. Si actúo de esta manera, ¿conseguiré mi objetivo inmediato?
2. ¿Conseguir mi objetivo inmediato de esta manera nos aportará a mi y a mi organización más conocimientos y experiencia para conseguir objetivos similares en el futuro?
3. ¿Conseguir mi objetivo inmediato de esta manera permitirá aumentar la cooperación en mi entorno, generando así una mayor confianza?
Si se puede responder afirmativamente a estas tres preguntas, la acción que se está considerando resulta factible éticamente. En cambio, si no se pueden responder afirmativamente, la acción que se está considerando resulta poco satisfactoria y es mejor evitarla.
Hacerse estas tres preguntas fomentará procesos de pensamiento racional y un mayor número de decisiones virtuosas, lo que conducirá a un cambio interior y, a la larga, a una transformación cultural. Si perseveramos en este tipo de raciocinio, el ámbito profesional podrá embarcarse en una nueva era basada en la calidad y disfrutar de la libertad de mercado.
Fuente: IESEinsight.com