Servidor es de la opinión que preguntarse por el futuro de la democracia no es cuestión sólo de saber si abundan o no las votaciones, sino también de saber si, habitualmente, existen posibilidades y estímulos para hacer una reflexión sobre nuestro proceso social que vaya más allá las técnicas de comunicación política y de persuasión publicitaria.
Últimamente se habla mucho de la tolerancia. (O, mejor dicho, de las amenazas que la rodean y de los correspondientes peligros de divisiones irreversibles). Ahora bien, no hay nada más pintoresco que esa tendencia de algunos a definirse como tolerantes, sobre todo si de paso pueden asegurarnos la suerte que tenemos con ellos para defender el principio de tolerancia puesto que los «otros» (claro está) no son tolerantes en absoluto.
Yo más bien desconfío de quienes predican la tolerancia como una forma de convencernos de que es necesario que ellos alcancen el poder para asegurarla, o como una defensa propia cuando se cuestiona sus planteamientos (cuántas veces no se ha acusado de intolerantes a quienes critican cualquier idea u opinión… por el simple hecho de criticarlas?). Al fin y al cabo se puede ser ateo o agnóstico sin dejar de ser confesional: la confesionalización del poder político (o, lisa y llanamente, del poder) no se hace sólo mediante una legitimación religiosa, sino siempre que se identifica a quienes lo ocupan con la realización de un valor -que puede ser laico- que grandes sectores de la sociedad viven en un momento dado como absoluto, irrenunciable o fundamental. Se siembra también intolerancia cuando se satisface un cierto deseo de certezas o seguridades (mira por donde, qué tautología) con eslóganes y folletos, o cuando se ayuda a confundir tendencias emocionales más o menos viscerales con razonamientos, políticos o no.
En los debates televisados me hace mucha gracia cuando oigo que alguien comienza a dirigirse a algún intelocutor diciéndole «yo respeto su opinión …» porque lo que me parece que le está diciendo es simplemente «ya puedes hablar y decir lo que quieras que no te pienso hacer puñetero caso «. Hemos confundido dejar hablar al otro con escucharle, y así nos va. Y lo siento mucho: las opiniones no son todas respetables, ni son igualmente respetables. Por ejemplo, la opinión del tipo ese del PP que considera que las leyes y las mujeres están para ser violadas no puede ventilarse -¡en nombre de la tolerancia!- diciendo que todas las opiniones son respetables: hay opiniones que ni son respetables ni deben respetarse. Hay que respetar a las personas, no las opiniones. Y -aquí quería ir a parar- no se respeta a las personas cuando no se hace el esfuerzo de escucharlas y entenderlas de verdad, ni cuando se afirman pretendidas evidencias sin argumentos ni razones… aunque se permita hablar al otro y se diga que se respeta su opinión.
Necesitamos, pues, una tolerancia que no sea tan sólo un deseo elemental de supervivencia o una forma de coexistencia pacífica más o menos retórica. La tolerancia, sin duda, exige el respeto y el no querer excluir o aniquilar, explícita o sutilmente, quienes disienten de nuestras opiniones u objetivos. Pero la tolerancia también debe ser una puerta abierta al diálogo ya la confrontación razonada.
En este sentido, un compromiso con la tolerancia asumido personalmente debe evitar que la convicción con la que podemos vivir nuestras opciones e ideales haga mermar nuestra capacidad de pensar. La tolerancia no sólo debe ser fuente de respeto mutuo, sino que nos debe nutrir de coraje ético para saber reconocer que sólo la comunicación -y no los monólogos maniqueos- crea comunidad.
(Con)vivir no es sólo (co)existir. Y si reclamamos un tolerancia crítica no es sólo para evitar civilizadamente caer en la agresividad (a menudo fomentada en el gran teatro electoral) del hombre que es un lobo para el hombre. Apelar a la tolerancia no es una excusa plausible para la mutua indiferencia o el último recurso para poder sobrevivir juntos. Apelar a la tolerancia remite a la capacidad de vivir apasionadamente desde las propias opciones, sí, pero con la lucidez crítica de reconocer que también en otras opciones hay elementos que realizan lo que buscamos o que nos recuerdan lo que hemos olvidado; y, por otra parte, que los demás nos pueden ayudar a caer en la cuenta de lo que en nosotros mismos traiciona nuestros propios ideales.
Josep M. Lozano
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales e investigador senior en RSE en el Instituto de Innovación Social de ESADE (URL). Sus áreas de interés son: la RSE y la ética empresarial; valores y liderazgos en las organizaciones; y espiritualidad, calidad humana y gestión. Ha publicado sus investigaciones académicas en diversos journals. Su último libro es La empresa ciudadana como empresa responsable y sostenible (Trotta) Otros de sus libros son: Ética y empresa (Trotta); Los gobiernos y la responsabilidad social de la empresa (Granica); Tras la RSE. La responsabilidad social de la empresa en España vista por sus actores (Granica) y Persona, empresa y sociedad (Infonomía).
Ha ganado diversos premios por sus publicaciones. Fue reconocido como Highly commended runner-up en el Faculty Pionner Award concedido por la European Academy of Business in Society i el Aspen Institute. Ha sido miembro de la Comissió per al debat sobre els valors de la Generalitat; del Foro de Expertos en RSE del MTAS; del Consejo Asesor de la Conferencia Interamericana sobre RSE del BID; y de la Taskforce for the Principles for Responsible Business Education del UN Global Compact. En su página web mantiene activo un blog que lleva por título Persona, Empresa y Sociedad