La moda rápida acaba de ser calificada una emergencia medioambiental por parte de Naciones Unidas, al ser la industria textil la segunda que más agua utiliza en sus procesos y generar 20% de las aguas residuales a nivel mundial.
De manera paralela, cobran relevancia campañas como Who made my cloth?, iniciativa para presionar un fast fashion responsable con las personas y el medio ambiente.
¿Cómo ha llegado la moda rápida a este punto? Si es genial tener una amplia oferta de ropa de todo tipo, a precios accesibles, en cualquier tienda comercial y el mes que sea, ¿no? ¿Qué no es el fast fashion responsable de que podamos aprovechar rebajas y ventas de liquidación maravillosas en varios momentos a lo largo del año?
Para entender la razón del problema, hay que saber que, hasta hace unas pocas décadas, la mayoría de la ropa se producía en los propios países y se adquiría de manera más moderada.
En Estados Unidos, por ejemplo, 95% de la ropa se producía localmente en 1960; ahora, sólo 3% se produce ahí y el 97% restante se importa de otros países.
Esto mismo ha sucedido en muchos otros lados, relata el documental The True Cost, generando una competencia feroz que en lugar de incrementar ha abaratado los precios de la ropa a lo largo de los últimos 20 años.
En contraste, los costos de los fabricantes, han subido y para sobrevivir deben incrementar su producción, mantener sueldos de dos dólares al día y condiciones laborales tan precarias como las evidenciadas en 2013 con el derrumbe del edificio Rana Plaza en Bangladesh.
“Prácticamente tenemos 52 temporadas de ropa al año. La moda rápida ha creado todo eso”, continua el documental.
Entonces, ¿las rebajas no son tan maravillosas?
En la dinámica del fast fashion, usamos una prenda de ropa apenas cinco veces en promedio. Si incrementamos a 50 la cantidad de veces que nos ponemos la ropa antes de desecharla, contribuimos enormemente a reducir su impacto ambiental, de acuerdo con la (ya desaparecida) marca de moda sustentable Zady.
La resistencia a todo esto la comienzan a plantear métodos como el Proyecto333, que reta a vivir con sólo 33 prendas durante tres meses, o los armarios cápsula, que han reducido al máximo los guardarropas de personajes como Mark Zuckerberg o Christopher Nolan.
Pero la resistencia también surge desde pequeñas marcas que se niegan a seguir los dictados del fast fashion.
“El sistema de la moda no puede seguir así, ya llegamos a un límite”, considera Carla Fernández, diseñadora mexicana creadora de la marca que lleva su nombre.
Ella trabaja directamente con indígenas mexicanos y utiliza procesos naturales en sus diseños, como ennegrecer las prendas dejándolas en lodo durante tres semanas.
Uno de sus diseños, realizado por artesanos de Chimalhuacán, Estado de México, lo vistió la productora de la película Coco en la reciente premiación de los Oscar.
Carla postula un “Manifiesto de la moda en resistencia” y dice que “en el verdadero lujo no hay opresión”.
Eleazar Guevara, cofundador de la empresa de reciclado textil Nobavori, es otro convencido de que debemos cambiar el futuro de la moda y él contribuye con su parte, incrementando la cantidad de ropa en los basureros que es recuperada por pepenadores para su reutilización.
“Cada persona tira tres kilos de ropa al año, de los que sólo recuperamos 15 gramos”.
¿Replanteando el negocio?
Todo esto pone a las grandes marcas de la moda ante la necesidad de replantearse el futuro de su industria y preguntarse si realmente puede ser el fast fashion responsable.
“El consumo de ropa va por ahí (hacia patrones más sustentables). Sí hay interés en caminar hacia allá”, asegura Patricia Barroso, gerente de Alianzas Globales, Voluntariado y Comunicación de Fundación C&A.
En Clōe coinciden. “Aunque la marca no es de moda rápida, tampoco es lenta y vemos que todos estos movimientos son positivos para marcar un mejor futuro”, dice Cristina Ibarbia, directora de Desarrollo Organizacional de la marca.
Entrevistadas en el marco del XI Encuentro de Empresas Socialmente Responsables (ESR), realizado en la Ciudad de México del 14 al 16 de mayo, ambas destacan que la consciencia de los consumidores es clave para empujar estos cambios, así como la alianza entre las distintas empresas del sector con el objetivo de incrementar los niveles de la cadena de suministro.
¿Pero qué están haciendo en específico para hacer el fast fashion responsable y replantear sus modelos de negocio, esos que la ONU y Greenpeace (con su reto Detox) dicen que no pueden sostenerse más?
Hay que decir que no mucho
C&A global ha comenzado a implementar el programa Take it Back, a través del cual los clientes pueden llevar la ropa que ya no deseen a las tiendas, para ser entregada a proveedores que reutilicen el insumo textil que sea posible en fabricar nuevas prendas, explica Frinée Cano, gerente de Química Sustentable de C&A México.
Los resultados que ha tenido no se conocen pues se lanzó hace dos meses en los países de Europa donde la marca tiene presencia.
¿Cuándo llegará a México? Ni siquiera hay fecha.
La virtud de esto, al menos, es que trasciende el modelo de economía lineal (producir, comprar, usar, desechar) y replantea un modelo de economía circular, en el que el insumo vuelve a reutilizarse, explica Patricia Barroso.
El reto es enorme y lo tenemos todos. Hay que comenzar a preguntarnos de qué está hecha nuestra ropa y de dónde viene, sugiere Carla Fernández. Hay que preguntarnos dónde terminará y en cuánto tiempo, dice Eleazar Guevara. Hay que apostar por un fast fashion responsable mientras empujamos todos, marcas y consumidores, la conversión a otros procesos y modelos que mitiguen el impacto causado.
Y quizá, en algún momento, logremos detener el daño y, por qué no, revertirlo.