Estamos muy acostumbrados a pensar que cuando un proceso productivo es sustentable, primero debe ser financieramente sostenible, para de ahí proceder a ver cómo podemos mejorar las consecuencias sociales y ambientales que dicho proceso genera.
Por lo tanto, pensamos que la forma de producir debe ser más eficiente, aumentando la productividad para que “podamos hacer más con lo mismo” y entonces no desperdiciar los limitados recursos que usamos para producir.
Evidentemente este aumento de la productividad demanda mayor seguridad en los procesos: queremos menos variabilidad, menos riesgos, mayor certidumbre.
Por ello hemos creado teorías e instrumentos para administrarlo, disminuirlo, eliminarlo si es posible. Ello no es casual, nuestra sociedad se caracteriza por riesgos: en los mercados, en los tiempos, en los precios, en las relaciones humanas, etcétera.
Así, nuestros procesos productivos también padecen de mayor incertidumbre, pues de un movimiento favorable de los mercados pueden abrirse nuevas posibilidades de negocios e incrementarse las fortunas, volverse competitivos los productos o incrementar los ingresos de sus productores.
Por el otro lado, un movimiento de minutos en los mercados en contra puede traducirse en quiebras, pérdida de competitividad o pérdidas de oportunidades.
Al menos en el ámbito agropecuario, la certidumbre buscada se aumenta con una mayor especialización en la producción, con mayor tecnología y mayores inversiones.
Esto significa que, lejos de promover la diversidad productiva, se promueven los espacios agrícolas de alta productividad, con insumos externos generalmente con químicos que, si bien eliminan las plagas y aseguran la inocuidad de los alimentos, hacen a la producción muy vulnerable a cambios estructurales de una escala superior, por ejemplo, el cambio climático.
Mucho se ha dicho ya sobre el hecho que a medida que nuestros espacios agrícolas son más especializados son también más vulnerables a los cambios del entorno y, por lo tanto, los hacemos menos resistentes para adaptarse a choques ambientales, a lo que se ha llamado pérdida de la resiliencia.
¿Cómo podríamos entonces pensar que la especialización, la productividad, la eficiencia puede traducirse en un proceso sustentable si depende cada vez más de las acciones humanas?
Cuando se amplía la mira y se ve más allá de lo inmediato, es posible descubrir que la certidumbre es contraria a la sustentabilidad y que por tanto ella no combina con los actuales procesos productivos centrados en la eficiencia. Esperemos que no sea demasiado tarde cuando nos demos cuenta.
*Profesor de tiempo completo en la Facultad de Estudios Superiores (FES) Acatlán, UNAM. [email protected]
Fuente: El Economista, Negocios, p. 19.
Por: Pablo Pérez Akaki*.
Publicada: 4 de julio de 2011.