Desde que nos levantamos hasta que regresamos a la cama, hay un sinfín de actividades que dejan huella en nuestro mundo. Todas nuestras elecciones diarias tienen una repercusión; pero aquellas devenidas de nuestras decisiones al comprar son las que nos vueleven un consumidor responsable… o todo lo contrario.
Nuestro dinero es el objeto más preciado para las empresas; no hay nada de malo en ello, es el sistema capitalista. Sin embargo, por ende, también está la otra cara de la moneda: nuestro dinero es la herramienta más poderosa que tenemos para hacer cambiar a una empresa o una marca.
En este contexto, en nuestro mundo actual, de inmediatez, de redes sociales, de 2.0 yendo hacia 3.0, de medios de comunicación global, es una mentira que los grandes corporativos sean los únicos responsables de sus cadenas de producción, de sus emisiones, del manejo de sus desperdicios, de sus cuestiones laborales, de sus políticas de reciclaje… es ya una mentira. Estamos viviendo ya días de co-responsabilidad.
Si como consumidores seguimos adquiriendo bienes y/o servicios de compañías que una y otra vez han sido denunciadas por sus malas prácticas, no son ellas las culpables, somos nosotros, los consumidores.
Parafraseando a Greenpeace «A nosotros nos toca decidir si nuestro dinero apoya formas de producción sana, social y ambientalmente responsables o si apoyamos a quienes contaminan, engañan y abusan de su poder económico.»
En este marco y de acuerdo con la global OSC, un consumidor responsable:
– regula su consumo a partir de valores humanos
– realiza sus compras de manera consciente (se pregunta de dónde viene y en dónde terminará lo que compra)
– es equilibrado: se complace pero al mismo tiempo sabe autolimitarse,
– busca, al satisfacer sus propias necesidades, ser solidario con los productores
– intenta que su consumo ayude a preservar los recursos naturales para el disfrute de las siguientes generaciones
– se da cuenta de que comprar es un acto político con sentido humano
Ayer, este modelo de consumidor era una utopía, hoy es una completa probabilidad. El ejemplo más actual es el de Nestlé y la denuncia sobre el aceite de palma en su cadena de producción, que hizo que el titán alimenticio, cambiara sus políticas. Nestlé no es el primer ejemplo del poder de los consumidores responsables; desde la publicación de NO LOGO en 1990, varias compañías han decidido transformarse, algunas de ellas con mucho éxito, como Nike o GAP.
De acuerdo con Intermón Oxfam, cuando compramos productos de comercio justo o alimentos de cultivo ecológico, cuando utilizamos el transporte público o la bicicleta, cuando utilizamos bombillas de bajo consumo, cuando apostamos por empresas responsables o ahorramos en la banca ética; cuando en vacaciones se elige por un turismo sostenible o cuando uno se adhiere a campañas contra la explotación laboral, se está actuando como un consumidor responsable y por ende, como un ciudadano responsable.
De modo que la responsabilidad social empresarial, tal y como se venía concibiendo hace unos años, donde las empresas eran los artífices de cambios en pro de la sociedad o el medio ambiente con el fin de mejorar su rentabilidad, ha quedado atrás. Hoy, los ciudadanos comunes son co-partícipes de estas decisiones… esto es hoy en día, ser un consumidor responsable, pero al igual que con las empresas, no todos tienen el valor de serlo…