Esta es la cuarta conferencia sobre Cambio Climático y la novena de Naciones Unidas sobre temas ecológicos a la que asisto para informar a mi gente sobre el devenir de las negociaciones de las naciones del mundo respecto de los urgentes asuntos ambientales que nos aquejan. Lo hago, a veces con dificultades económicas o de agenda (o ambas), porque estoy convencido de que sólo con la participación de la sociedad basada en los mejores datos disponibles podremos los humanos sortear los enormes retos a los que nos enfrentamos, y que por primera vez en los diez mil años que llevamos de civilización, ponen en riesgo a la raza humana.
Y esta conferencia en Bonn es la primera en la que verdaderamente no veo una luz al final del túnel de la miopía y el egoísmo. En Montreal, en 1987, acerté en mi optimismo de que frente a la realidad científica, los países del orbe encontrarían el camino para resolver un problema técnico. Y así lo hicimos: redujimos fuertemente la presencia de Clorofluorocarburos en la atmósfera, y el problema del “agujero de ozono” que tanto nos preocupaba hace veinte años, hoy en día estamos bien encaminados para resolverlo, el “agujero” está estable e inclusive podríamos decir que se va cerrando, y ya no es tema de la agenda mundial.
En 1992, en la “Cumbre de la Tierra” en Río de Janeiro, cuando se promulga la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC por sus siglas en inglés), la euforia y el optimismo de la llegada de una nueva era para el desarrollo de la humanidad, la del Desarrollo Sostenible, nos inflamó a todos los participantes y a amplios sectores de la sociedad humana.
Ahí se estableció, empujado por los europeos y seguido por norteamericanos y japoneses, el compromiso de reducir nuestras emisiones de gases efecto invernadero (GEI) a los niveles que teníamos en 1990. Esta meta (“benchmark”) se fijó en base a las conclusiones que emitió el Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC por sus siglas en inglés), para permitirle a los humanos manejar el aumento previsto en las temperaturas promedio del planeta en niveles que no dislocaran el clima más allá de nuestra capacidad de adaptación.
Era en ese momento algo tan lógico que la gran mayoría de los más de treinta mil asistentes a Río pensamos que la humanidad había demostrado su madurez, y que era sólo una cuestión de definir los mecanismos para reducir nuestros desperdicios energéticos y nuestra dependencia perversa del petróleo para garantizarnos un futuro en armonía con la naturaleza.
En 1997, en Kioto, acudimos precisamente para fijar las condiciones que nos permitieran alcanzar los objetivos previstos en Río por la UNFCCC. Es precisamente en Kioto donde empezamos a ver signos ominosos en el horizonte del futuro de la civilización: Lo que en Río era algo simple, entendible y lógico (reducir nuestras emisiones a los niveles que teníamos en 1990), se tornó en algo enredado y turbio. El IPCC estableció dos estrategias para enfrentar el Cambio Climático: La Mitigación (reducción de las emisiones de GEI) y la Adaptación (apoyo a las comunidades para resolver los problemas del Cambio Climático).
Los países avanzados se enfocaron básicamente en la mitigación, porque es la forma más concreta y mensurable de estabilizar la atmósfera. Los países en desarrollo, principalmente China, se enfocaron básicamente en la adaptación, porque ella les permite usar los recursos con fines políticos. De esta divergencia surge el primer gran conflicto en Kioto: Los países avanzados reconocen que tienen una responsabilidad primaria en el calentamiento global (por haber creado la revolución industrial y el uso masivo de combustibles fósiles) y que deben apoyar económicamente a los países menos desarrollados para emplear tecnologías limpias.
Sin embargo, y legítimamente, exigen que se implemente un mecanismo de verificación de la correcta aplicación de esos dineros. Y aquí es donde un actor importante en el conglomerado de naciones, China, se opuso decididamente desde el principio de Kioto, a aceptar cualquier tipo de inspección.
Para que tengas, querida, querido lector, una idea precisa de lo que acontece aquí en Bonn, en este momento, te transcribo las palabras oficiales de Naciones Unidas acerca de lo que se está discutiendo:
¿Cómo están las cosas ahora mismo?
“La Unión Europea (UE) ya ha presentado propuestas de financiación inmediata, prometiendo 2,400 millones de euros por año a lo largo del período 2010-2012. La UE está preparada para presentar un informe preliminar de la situación de esta financiación en las próximas conversaciones sobre el clima que la ONU mantendrá en Bonn en junio, y a presentar informes coordinados de toda la UE sobre el cumplimiento de su compromiso en la COP 16 prevista para noviembre en Cancún, así como informes anuales a partir de entonces.
En Copenhague, Japón también anunció su promesa de 11 mil mdd en financiación pública y cuatro mil mdd en financiación privada para el período 1010-2012, y EU ha prometido mil 200 mdd para el año 2010.
¿Cómo debería distribuirse este dinero?
Las Partes coinciden en que los países menos adelantados, los pequeños estados insulares y los países africanos deberían tener acceso preferente a estos fondos. Es importante mantener un equilibrio geográfico, así como tranquilizar a los países en desarrollo asegurándoles que efectivamente la financiación se concederá teniendo en cuenta sus necesidades y prioridades.
Dado el tiempo que debería llevar la creación y puesta en marcha de nuevos canales de entrega, puede que sea necesario canalizar esta financiación a través del mecanismo financiero del Convenio, que incluye la esfera de actividad del Cambio Climático del Fondo Fiduciario del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM), el Fondo para los países menos adelantados (FPMA), el Fondo especial para el cambio climático (FECC) y el Fondo de adaptación (FA) en el marco del Protocolo de Kioto. Esta financiación también se podría entregar a través de canales bilaterales, regionales y multilaterales.
¿Cómo se puede asegurar que la financiación sea “adicional”?
Ya es motivo de gran preocupación entre los países en desarrollo que los 30 mil mdd prometidos para financiación inmediata no sean nuevos ni adicionales a lo que ya se ha prometido anteriormente. Por tanto, habrá que tener mucho cuidado con las cuentas para asegurar que ese miedo es superado.
Se podría hacer mediante una rigurosa supervisión, presentación de informes y verificación de los recursos financieros proporcionados a los países en desarrollo. El Plan de Acción de Bali dice que los países en desarrollo deberían tomar medidas reales, mensurables y verificables a cambio de apoyo financiero real, mensurable y verificable, y una de las formas de hacerlo es crear un mecanismo que se encargue del seguimiento.
¿Qué hay de la medición, la presentación de informes y la verificación (MIV) de la financiación a corto plazo?
Según los actuales requisitos de presentación de informes en virtud del Convenio, los países incluidos en el anexo II están obligados a notificar mediante comunicaciones nacionales los recursos financieros “nuevos y adicionales” que les proporcionen durante el período de presentación de informes correspondiente.
También tienen que proporcionar información sobre cualquier recurso financiero relacionado con la aplicación del Convenio que se les haya proporcionado a través de canales bilaterales, regionales y cualquier otro canal multilateral.
Dentro del proceso intergubernamental del período 2010-2012 se debería evaluar la financiación inmediata. Aunque algunos países han indicado su buena disposición a presentar informes, aún está por decidir con qué frecuencia y a quién. También está pendiente determinar cómo se puede enlazar esto con el examen del mecanismo financiero”.
No sé sinceramente si tendremos la sabiduría para levantar la mira y ver más allá de los intereses del momento y garantizarnos un futuro. El próximo domingo 13 de junio te lo comento.
La Crónica – medio ambiente, p. 39