No existe una mejor prueba del progreso de una civilización que la del progreso de la cooperación.
John Stuart Mill
Por Iliana Molina
Como muchas personas, el 9 de noviembre desperté con un sentimiento extraño, de bastante incertidumbre. No soy politóloga y por ello no quisiera caer en lecturas erróneas, pero lo cierto es que el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha generado un sentimiento de desasosiego (evidentemente, hablo de la mayoría de mis conocidos, entre los que no encuentro ninguno que haya votado por él).
Este sentimiento es particularmente fuerte entre los que estamos “de este lado del muro”, que no sabemos bien cómo nos va a afectar esa decisión y cuáles de las “promesas de campaña” de Trump se llegarán a cumplir. También nos preocupa por haber sido estigmatizados, por las repercusiones que medidas migratorias puedan tener en nuestros connacionales, por la caída de las bolsas de valores en el mundo y por la mayoría republicana en las dos cámaras.
Si bien es algo hasta cierto punto previsible, no por eso deja de ser sorprendente y preocupante. Pero más allá de generar especulaciones, creo que conviene más centrarnos en dos aspectos importantes: qué podemos hacer y cómo hacerlo mejor.
Probablemente soy demasiado optimista, pero siempre he creído que en tiempos de crisis aflora la creatividad. Y creo que también ésta es una buena oportunidad para la introspección y para responsabilizarnos desde donde sí podemos actuar. Bajo el enfoque de economía social, considero que una buena manera de contrarrestar algunos efectos de esta situación es promover el comercio local, privilegiar la compra de productos hechos en México, de pequeña o gran escala. Esto contribuye no sólo a dinamizar nuestra economía, sino a tomar conciencia del rol que podemos jugar con nuestras decisiones de compra para favorecer procesos que, además de satisfacer nuestras necesidades, generen impacto social y/o ambiental.
En mi experiencia, es algo que funciona a todas las escalas: desde adquirir frutas y verduras directamente con productores de pequeña escala, hasta elegir marcas consolidadas que son socialmente responsables. Creo que uno de los retos más importantes que tenemos es concientizarnos sobre la importancia de mirar al otro, de empatizar, de buscar establecer relaciones de mutuo beneficio y de escucharnos. Sí, aunque seamos diferentes. Sí, aunque no estemos de acuerdo.
La economía social propone acciones que van más allá de las relaciones comerciales. Al ser procesos enfocados en las personas, nos invitan a mirar cómo podemos entre todos ser parte de la solución. No se trata de caridad ni de filantropía, sino de encontrar y promover mecanismos que permitan que las personas logren salir adelante con el fruto de su propio esfuerzo; que las decisiones se tomen considerando los impactos que van más allá de lo económico; de tener una mirada a largo plazo a favor del bien común a través de las relaciones mercantiles.
Ejemplos hay muchos. En estos tiempos en los que se acerca la Navidad, que las personas buscan comprar regalos personales o corporativos, démosle una oportunidad a las empresas sociales. Es un primer paso para saber que, aunque no podamos hacer nada para cambiar el hecho de que Trump sea el próximo presidente de Estados Unidos, sí podemos hacer algo para construir el sueño mexicano.
Iliana Molina
Iliana Molina es Socióloga por la Sorbona de París y tiene un Máster en Economía Social por la Universidad de Mondragón, en España. Cuenta con más de diez años de experiencia en desarrollo social e inclusión económica en los sectores público, social y académico. Actualmente, colabora con la FAO como Especialista en Comercialización con Pequeños Productores en condiciones de Pobreza.