Por: María José Evia Herrero
Algunas personas dicen que no pueden pensar ni tomar decisiones antes de tomar su primer café del día, y eso se entiende. Sin embargo, no hay excusa para no pensar en qué clase de café compramos. Por ejemplo, la moda de las cafeteras que funcionan con cápsulas ya significan el 7% del mercado en Estados Unidos y el 20% en Europa, pero se trata de una tendencia decididamente poco sustentable.
Este producto aumenta el empaque, el transporte, los costos de manufactura, uso de agua y minería de materiales como el aluminio. Es difícil entender que empresas como Nestlé, que se han comprometido a disminuir sus desechos y a ser más sustentables, también dediquen mucho dinero a promover un producto que va en contra de estos lineamientos.
Claro, las cápsulas hacen mucho más rápido el tener un café caliente antes de comenzar el día. Pero realmente ¿realmente era difícil hacer un café antes de que aparecieran? La diferencia ambiental entre una cápsula y una dosis de cafeína obtenida gracias a una cafetera eléctrica o una prensa francesa no es un número que podamos calcular, pero con un poco de pensamiento crítico es obvio que es significativa.
Las cápsulas están hechas de materiales fácilmente reciclables por separado, como papel, aluminio y plástico, pero al ser parte de un todo el proceso se vuelve mucho más complejo, un problema para el cuál todavía se están buscando soluciones. La compañía de reciclaje TerraCycle ya se unió a marcas como Nespresso y Mars Drinks y ha logrado evitar que 25 millones de cápsulas acaben en el relleno sanitario. Por supuesto, hay que recordar que el proceso de reciclaje también consume recursos y energía que no serían necesarios para tomar una taza de café tradicional, además de que este servicio no existe en todos los países, por lo que en lugares como México, las cápsulas no están siendo recicladas.
Por si fuera poco, el costo de tomar café por medio de cápsulas es mucho más alto que comprar una mezcla de café tradicional, sólo superado por las opciones más exclusivas y artesanales. El diario The New York Times hizo una investigación al respecto recientemente y en Expok también llevamos a cabo un pequeño experimento, aprovechando la tradición cafetera de Coyoacán.
*En Starbucks la mezcla más cara se llama «Three Region Blend» y tiene un costo de $300 pesos por kilo. Esto significa que puede rendir aproximadamente 80 tazas y la taza tiene un costo de $3.75 pesos.
*En el tradicional café Jarocho la mezcla más cara cuesta $150 pesos (1 kg), se llama «Marago» y rinde también aproximadamente 80 tazas, por lo que cada una costaría $1.87 pesos.
*Entrando en terrenos de cápsulas, un paquete de 16 cápsulas de Dolce Gusto de Nescafé, cuesta $96.00 pesos, resultando que cada taza cuesta $6.00 pesos.
*Finalmente, un paquete de 10 cápsulas de Nespresso cuesta alrededor de $125 pesos, resultando que cada taza cuesta un gran total de $12.50 pesos.
¿Convencidos?
La hipótesis del New York Times es que las nuevas generaciones están más acostumbradas a comprar en cafeterías, por lo que no miden los costos de café por paquete, sino por taza y de esta manera una cápsula de Nespresso tiene un costo competitivo con una taza comprada en cualquier establecimiento. Definitivamente, por el momento el café de cápsulas tiene un lugar en el mercado, pero ¿realmente hay lugar para él en el ambiente?
Muy buena reflexión!
saludos,
Los que apreciamos el buen café, cuidamos nuestro medio ambiente y el bolsillo, jamás compraríamos una máquina de cápsulas.
El modelo de negocio de estas máquinas es clonado del mundo de las impresoras donde pagas oro por la tinta, pero creo que terminas pagando demasiado por la comodidad, además del daño asociado con sus desechos.
Saludos y gracias por el artículo!