Según la CEPAL el 40.5% de los niños, las niñas y los adolescentes en América Latina y el Caribe viven en condiciones de pobreza, ya sea moderada o extrema. Esto supone que la pobreza infantil total en el continente latinoamericano afecta a 70.5 millones de personas menores de 18 años. El panorama empeora al advertir que uno de cada seis niños vive en extrema pobreza y que esta situación afecta a 28.3 millones de niños, niñas y adolescentes.
Los fríos números que arroja la realidad de América Latina constituyen un flagelo que requiere la articulación de verdaderas políticas públicas y el compromiso de todos los sectores gubernamentales y no gubernamentales de cada país, así como también de organismos internacionales.
En el año 2000, los líderes mundiales –entre ellos los representantes de países latinoamericanos- buscaron confrontar esta realidad asumiendo el compromiso transcendental de “no escatimar esfuerzos para liberar a nuestros semejantes, hombres, mujeres y niños de las condiciones abyectas y deshumanizadoras de la pobreza extrema”, logrando arribar a ocho objetivos que denominaron Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Estas metas generaron avances concretos y destacados en diversas materias.
Si bien Naciones Unidas incluyó como primer ODM la erradicación de la pobreza extrema y el hambre, en los Objetivos del Desarrollo Sostenible los Estados se han comprometido a poner fin a la pobreza en todas sus formas y en todo el mundo para el año 2030. Sin lugar a dudas, esta pretensión parece aventurada pero más que necesaria.
Los esfuerzos realizados hasta el momento han sido importantes y se ha logrado, por ejemplo, reducir la pobreza extrema a la mitad desde 1990. La falta de alimento puede ser un condicionante de pobreza. Quizás el ámbito donde deben concentrarse mayormente las energías es en la primera infancia, allí la desnutrición puede tener las consecuencias más catastróficas y perdurables para el desarrollo futuro de los menores.
En este sentido, UNICEF habla de los 1,000 días críticos para la vida, es decir, aquel período comprendido entre el embarazo y los dos primeros años de vida del niño. En esta etapa es cuando se produce el desarrollo básico del niño, por lo que la falta de atención adecuada afectará a la salud y el desarrollo intelectual del niño el resto de su vida, aumentando las probabilidades de caer en la pobreza.
Estas situaciones inciden en el desarrollo de los menores, vulnerando significativamente numerosos derechos humanos de los niños y niñas reconocidos en diversos instrumentos internacionales, principalmente en la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN). La CDN incluye estándares mínimos relacionados con la supervivencia, el desarrollo, la protección, la no discriminación y la participación e incorpora el principio del interés superior del niño.
Otro elemento vital para el desenvolvimiento futuro de los niños es la adecuada contención familiar. En este sentido, una publicación del CLADH destaca que resulta importante tener en cuenta la composición familiar, las diferencias de distribución de recursos dentro de las familias, el número y género de niños en los hogares y el género de la cabeza de hogar, entre otras cuestiones relacionadas con la vida familiar y con el afecto y cuidado directo de los niños y niñas, especialmente en la primera infancia. El medio ambiente social y físico, la situación de la comunidad y de la sociedad en general, tiene impacto decisivo en el desarrollo de capacidades de la infancia. Todos estos factores son importantes no solo a la hora de manejar y señalar los efectos de la pobreza en los niños y niñas, sino también, para desarrollar políticas públicas.
La situación en nuestro continente no es de las más ventajosas en lo que a promoción de Derechos Humanos de los niños, niñas y adolescentes se refiere. De hecho, América Latina y el Caribe se caracteriza por ser la región más desigual del mundo. En este aspecto, ha dicho la CEPAL en una de sus publicaciones, que quienes viven en situación de pobreza ven que sus hijos tienen escaso acceso a servicios adecuados de salud y de educación y, en muchos casos, a una adecuada alimentación. Todos estos factores redundan en la muy alta probabilidad de que los hijos de los pobres no consigan empleos de calidad y permanezcan en tal situación al llegar a la vida adulta, lo que constituye una importante manifestación del círculo vicioso de la pobreza.
El Día de los Derechos Humanos se celebra todos los años el 10 de diciembre y es siempre una buena oportunidad para reflexionar sobre el efectivo cumplimiento de los mismos. Este momento del año nos llama a reiterar la invitación a colaborar, desde sus respectivos lugares, con la defensa y promoción de los Derechos Humanos en todo el mundo. Este objetivo no reconoce excusas de ningún tipo y exige un fuerte compromiso, principalmente con los sectores más vulnerables de nuestra sociedad, entre los que se encuentran los niños, niñas y adolescentes, principales víctimas de la pobreza y la desigualdad.
Fuente: Dinero en Imagen