¿Por qué Mujercitassiempre se pensó como un libro para mujeres y Juveniliacomo un libro y punto? ¿Por qué a Sex and the city se la menciona como una ficción para mujeres y a Two and a half men como una serie y punto? ¿Por qué lo mismo aplica para un clásico como Thelma & Louise pero a nadie se le ocurriría decir que Cuenta conmigo es una película para varones?
La respuesta está incluso en cómo usamos la lengua. El masculino ha sido concebido como el género no marcado, tomado como medida de lo universal, mientras, en un complejo andamiaje de historia cultural, el femenino ha sido considerado el género marcado, la otredad.
Y si bien los movimientos de mujeres y los jóvenes están poniendo en discusión esa supuesta universalidad que creen que no nos involucra a todos (y por eso apelan al todxs, tod@s o todes), lo cierto es que el camino es lento como los cambios de la historia.
Bueno sería repensar también cómo hacemos a las preposiciones decir cosas que no dicen. Una película con mujeres no necesariamente es una película exclusivamente para mujeres. Acercarnos a la igualdad no implica encerrarnos en un búnker de chicas hecho por y para nosotras (aunque no está mal disponer también de esos espacios). El mundo debería ser hecho por y para todas las personas. Las historias que contamos, también.
Un test de 30 años
Ya tiene varios años (¡más de 30!) aquel famoso «Test de Bechdel/Wallace», sencillo método para valorar si un guion cumple con los mínimos estándares para superar la brecha de género. Por «mínimos estándares», realmente hay que entender «mínimos»: el test se pregunta, básicamente, si hay más de dos mujeres en la película, si tienen nombre propio y si hablan entre ellas de temas que no estén vinculados a un hombre.
En un sitio web que se encarga de pasar por el test a los estrenos comerciales de cine, aún hay películas de este año (muchas, infantiles) que merecerían un aplazo.
Otro esquema que analiza la subrepresentación es el que postuló la ensayista Katha Politt en 1991, con su «Principio de la Pitufina» que, en síntesis, piensa cómo muchas ficciones plantean en un espacio de hombres a una sola mujer, por lo general bastante estereotipada y narrada desde un punto de vista masculino (suele cumplir un solo rol: ser el interés romántico del protagonista).
Así que, ya sabemos, cuando alguien clama en una película «¡Pero acá tenemos una mujer!» como si plantara bandera, si es una sola en una gran comunidad de pitufos, no alcanza.
Por supuesto que esa vara admite excepciones, no tiene mucho sentido aplicarle el test de Bechdel, por ejemplo, a alguna de las películas inspiradas en Moby Dick, historia en la que el único personaje femenino podría ser la ballena que, si bien tiene nombre, no habla. Pero ¿tiene sentido hacer una versión de Moby Dick con una capitana Ahab y una Ismaela?
El cine comercial, en los últimos años, optó por ese camino simplón: allí donde antes había un grupo de hombres, reemplazarlo por uno de mujeres, como quien pone en positivo el negativo de una foto. Así, remakes femeninas de Los cazafantasmas o de La gran estafa desembarcaron con bombos y platillos en pleno apogeo del movimiento #MeToo. ¿Alcanza ese reemplazo?
Chicas Bond
«Pero a estas feministas nada les viene bien», podría ser la respuesta de alguien que leyó hasta acá. No se trata de eso. La paridad, la equidad, no se agota en poner chicas donde antes había solo chicos. Implica también preguntarse cómo reinventamos las historias, los géneros y los relatos que siempre han tenido una sola perspectiva. Quién los escribe, desde qué lugar, quién los dirige, a quién van dirigidos
No está mal que la inclusión llegue al cine mainstream y que las taquillas también den una razón para sumar personajes diversos. Pero sería interesante que eso también anexe otras cuestiones: ¿Los tradicionales conceptos de heroísmo, poder, competencia o sentido del humor permanecen iguales cuando son mujeres las que protagonizan una historia?
Se rumoreó en medios del espectáculo que la actriz Lashana Lynch, que tiene un papel al lado de Daniel Craig en la última entrega de la saga de James Bond, podría tomar la posta y dejar de ser «una chica Bond» para ser «la próxima Bond», que en el universo de ese género cinematográfico equivaldría a decir que dios es una mujer negra.
De ser así, sería una decepción que la nueva Bond sea una chica elegante, infalible, que seduzca hombres compulsivamente mientras bebe martinis sin derramar una gota.
Pero hay esperanzas, porque la señalada para escribir la historia podría ser Phoebe Waller-Bridge, que colaboró en el guion de la última Bond y es la brillante creadora de la serie Killing Eve, en la que no se limitó a cambiar el esquema espía/criminal hombres por espía/criminal mujeres, sino que retorció, desarmó y volvió a armar el tradicional género de gato y ratón (o gata y ratona).
Y Killing Eve, escrita, dirigida y protagonizada por mujeres, no es una serie solamente para mujeres.
Fuente: La Voz