Desde que el ser humano aprendió que la tierra le proveía de todo lo necesario para subsistir, continuó cultivando vegetales y cereales, aprovechando la caza y la pesca, para llegar después a la domesticación de algunos animales.
Acorde al aumento de la población, estas explotaciones crecieron hasta llegar al momento actual en el que cada año una tercera parte de la producción agrícola mundial se destruye por el ataque de plagas, animales o vegetales, y el uso de agroquímicos, lo que hizo imprescindible encontrar nuevas formas de control menos dañinas.
Los agroquímicos han contribuido a la contaminación del suelo, subsuelo, cuerpos de agua y ecosistemas en general por su agresividad y a pesar de que merman la producción agrícola y propician severos daños a la salud, se siguen utilizando.
Esta problemática indujo a los científicos a buscar semillas más fuertes y sustancias más poderosas que controlaran de raíz el problema. En principio suena bien porque utópicamente se piensa en beneficios para la humanidad: suficiencia alimentaria, hambre a la baja, disminución de pobreza y creación de empleos.
La cruda realidad es otra: sí hay investigación, sí hay resultados, sí hay semillas, sí hay agroquímicos, todo mejorado, pero con nuevos daños tanto a la naturaleza como al ser humano, y otros desconocidos que aparecerán al paso del tiempo porque no todo aparece en un resultado de laboratorio. La pobreza aumenta, los empleos escasean más cada día y el mundo se enfrenta a una insuficiencia alimentaria nunca imaginada porque los pronósticos de los sistemas políticos y económicos lo suponían imposible. Olvidaron considerar las fallas sanitarias y económicas dentro de la presión demográfica, la alta tecnología y la modernidad.
Con engaños y oídos sordos a la oposición de estudios serios, de la población y de las Organizaciones de la Sociedad Civil a la siembra de las semillas genéticamente modificadas, más conocidas como transgénicos, en muchos lugares del Planeta ya se cultivan. Prácticamente en todos los Continentes, igual en la India, Patagonia, México, Europa, Senegal, Mali, Australia o Nueva Zelanda, hay Institutos de investigación y desarrollo de estas semillas, financiados por los grandes monopolios transnacionales y agencias de ayuda de países desarrollados. En paralelo van las presiones que ejercen instituciones aparentemente respetables como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial de Comercio.
A todos ellos se suma la industria farmacéutica que no puede quedar fuera ni del negocio ni del panorama de las nuevas enfermedades por desarrollarse y que ya en ciernes son consideradas “raras” cuando aparecen.
El objetivo de todos ellos al apoyarse mutuamente, es introducir organismos transgénicos en la agricultura promoviendo la creación de marcos legales que sustenten la proliferación de cultivos genéticamente modificados. De ahí el surgimiento de Programas de Biotecnología y Seguridad, Iniciativas sobre Bioseguridad, Planes para la Promoción de Biotecnología y Bioseguridad, Proyectos Regionales, etc. Las circunstancias y la creatividad definirán la denominación, pero el fin es el mismo.
En los primeros días del próximo mes de marzo, todo indica que se llevará a cabo en Guadalajara un encuentro técnico internacional muy discreto, atestiguándolo la FAO y con patrocinio del gobierno de México; participan el Banco Mundial y el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR), instituciones controvertidas internacionalmente por su impacto negativo entre los que menos tienen.
La conferencia se realizará al tiempo que se autoriza la siembra de maíz transgénico en México, centro de origen del cultivo, en un intento de legitimarlo a la sombra del organismo de las Naciones Unidas, con el pretexto de que es posible la coexistencia de transgénicos con otros cultivos. Introducir al país variedades de la semilla transgénica, es un atentado contra las nativa, por la posibilidad de modificarla.
Una alternativa de seguridad ambiental que no afecta a los granos en su estado normal, sin alteraciones genéticas, es el uso de insecticidas naturales a partir de extractos vegetales. La UNAM los está desarrollando y son conocidos como bio insecticidas; a diferencia de los agroquímicos convencionales no son costosos, no contaminan, no afectan a humanos ni animales, ni provocan resistencia a sus componentes; tampoco afectan a los predadores naturales ni los ciclos de vida de los polinizadores. Se desarrollan a partir de extractos de té de limón, eucalipto, cempasúchil, ajo, cebolla, chile habanero y de árbol, tejocote, higuerilla, etc. El único pero es que atentan contra los monopolios transnacionales.
La forma: el ejemplo de una prestigiada institución de educación superior al dedicar la investigación responsable al bienestar de la humanidad.
El fondo: demostrar que a pesar de la crisis no todo está perdido en el mundo, porque con él: TODOS SOMOS NATURALEZA.