Cada año, la élite de empresarios y banqueros que representa apenas uno por ciento de la población mundial, pero que acapara la mitad de la riqueza del planeta, se reúne en enero en alpes suizos durante el Foro Económico Mundial (WEF, por su siglas en inglés) para discutir y proponer soluciones a los problemas del mundo, incluida la pobreza y desigualdad social, pero también concretan negocios y lanzan iniciativas de filantrocapitalismo para rescatar países en desgracia económica o devastados por fenómenos naturales, como ocurrió con Haití por el terremoto de 2010, que incrementan en varios ceros sus fortunas.
Son los Davos men, los hombres de Davos, que deben el mote al pueblo suizo con hospitales de tuberculosos donde Thomas Mann ubicó su novela La montaña mágica para describir la decadente burguesía europea de inicios del siglo XX. Son los responsables de la crisis financiera de 2008-2009 de la que salieron incólumes, retratados por Andy Robinson en el libro Un reportero en la montaña mágica. Cómo la élite de Davos hundió al mundo y el cual escribió a raíz de la cubertura que hizo del WEF en los últimos siete años como corresponsal del diario español La Vanguardia.
“Fue fácil saltar de esa crítica demoledora que hace Mann de una élite totalmente enferma, de una aristocracia hegemónica y decadente que tenía los días contados por la Primera Guerra Mundial, por los obreros y movimientos revolucionarios no sólo en Rusia, y el cambio de paradigma económico de John Maynard Keynes con el Estado interviniendo en la economía después del crack de 1929, a los Davos men”, dice el periodista en entrevista con La Jornada.
Los Davos men también van a aplaudirse mutuamente en el WEF y refrendar la creencia que su éxito de emprendedurismo se lo deben a sí mismos y beneficia a todos, aunque cuando estalla una crisis, como la de hace seis años, la asumen como si se tratara de un fenómeno natural, como un terremoto o tsunami, de la que no tienen responsabilidad alguna. A ellos se unen mandatarios, ex presidentes y artistas, como Bill Clinton y Bono, líderes de opinión, periodistas y dirigentes de organismos no gubernamentales que sirven de mensajeros que explican y justifican al resto del mundo por qué tienen tanto dinero y les miman el ego diciéndoles que son altruistas, según el libro de Robinson.
El periodista, de origen británico, comenzó a cubrir el WEF en 2008, cuando el modelo de globalización que propaga o defiende Davos beneficiaba a todo mundo. No había alternativa pero tampoco nadie lo pedía porque funcionaba muy bien para los ricos y tampoco funcionaba tan mal para los pobres.
Un año después, las cosas cambiaron: la quiebra de Lehman Brothers en octubre de 2008 detonó una crisis tan profunda y devastadora como la de 1929. Davos contaba justo con el apoyo de la opinión pública, pero ahora es justo lo contrario, comenta Robinson, convencido de que los multimillonarios afrontan una decadencia moral por la crisis que provocaron con sus actividades especulativas y cuya factura salvaje pasaron a la gente, mientras ellos siguen enriqueciéndose. Esa es la pregunta: ¿cómo se han mantenido en el poder pese a todo lo que ha pasado?, inquiere.
Desde 2008 el uno por ciento más rico de Estados Unidos se ha embolsado 95 por ciento del aumento del producto interno bruto (PIB) y desde 1979 los ingresos de la clase media de ese país se incrementaron sólo 35 por ciento, pero los de las familias más ricas 279 por ciento, no obstante que las contribuciones fiscales de los más ricos cayeron de 60 a 30 por ciento desde 2000.
Refiere que en el WEF los multimillonarios vieron en sus Ipad las protestas de la Primavera Árabe y en sus foros de discusión se ventiló la advertencia de que la de desigualdad económica ponía en riesgo el modelo económico que tanto les ha redituado.
Davos es, asevera, un gran escaparate, una fachada para maquillar lo injustificable de un sistema económico que ha creado niveles de desigualdad equiparables a los de principios del siglo pasado. Ahí buscan legitimidad y hay una ideología de meritocracia muy difícil de combatir.
El libro de Andy Robinson, lleno de entrevistas y datos económicos duros, da cuenta de la devastación en la que cayó la mayoría de la población mientras los multimillonarios incrementaron aún más sus fortunas, del filantrocapitalismo como la mejor manera que tienen para evitar una llamada de hacienda y de los cantones suizos como paraísos fiscales donde los corporativos globales radican sus sedes, así sea con pequeñas oficinas sin empleados o sólo con buzones, para evadir el pago de impuestos en los países donde operan.
El mismo WEF es un gran negocio. Creado en 1971 por el economista Klaus Schwab como una fundación sin fines de lucro para mejorar el mundo, se pagan 50 mil dólares anuales por la membresía más barata y 19 mil dólares por cada foro, y hasta 567 mil dólares si se quiere ser socio estratégico. Los mandatarios no pagan pero van a recibir la aprobación de la élite, entre ellos los de México pues Robinson recuerda que desde Carlos Salinas de Gortari hasta Enrique Peña Nieto han asistido. Este último lleva seis años haciéndolo desde que fue nombrado young global leader, y quien esta semana anunció que México será la sede del WEF regional 2015.
La proyección del WEF llega a superar la de cumbres de jefes de Estado u organismos financieros.
“La pura verdad es que son cada vez más parecidas a las de Davos. Son dos facetas de una estrategia de esa élite porque en las cumbres del FMI se llevan a cabo políticas que allanan el camino para los Davos men. Antes las cumbres del FMI eran de burócratas vestidos de traje gris que no tenían ninguna aspiración de ser protagonistas y era un aburrimiento total porque los periodistas teníamos que esperar un boletín, todo lo contrario de Davos. Ahora les copiaron el esquema: hay tertulias, mesas moderadas por periodistas. Es como la privatización de las formas en las cumbres del G20 y del FMI, una convergencia entre el sector público y el privado”, puntualiza Robinson.
Fuente: La Jornada