Por: Pedro Silva Gámez
FORMA Y FONDO CXXVII
Hace décadas, era uno de tantos gritos habituales que se escuchaban por la calle, igual de quienes vendían legumbres, flores, chichicuilotes, charales, pan, tortillas y todo lo que se pudiera comerciar, o de los que ofrecían servicios, como el soldador de ollas metálicas agujeradas, el abonero, el reparador de calzado, el plomero, el tejedor de tule y muchos, muchos servicios hoy casi desaparecidos. Fueron los sembradores de ideas que dieron paso a empresas que con una visión actual trabajan, si no lo mismo, también a domicilio.
Pero recordando al “Ropavejero”, también tenía la peculiaridad de que además de anunciarse a grito abierto al caminar, cargaba de un lado un canasto con trastes y algún pequeño aparato y del otro su bulto con la ropa que negociaba. Su operación la hacía de dos maneras: ofreciendo una pequeña cantidad de dinero o cambiando por trastes la ropa en cuestión. Tiempos idos y por muchos recordados con agrado.
A la luz del 2010 el negocio siempre existente en cualquier lugar, creció y se globalizó hasta convertirse en una industria que genera multimillonarias ganancias y potenciales problemas sanitarios.
Es un negocio con compradores cautivos y garantizados, dado que día a día se incrementa el número de pobres que no tienen acceso al mercado de productos nuevos. También están aquellos que empujados por la crisis pero deslumbrados por la etiqueta de marca, sienten que reafirman su autoestima, seguridad y posición social, y no aceptan ni realidad ni riesgos.
Además los “mercados de pulgas” o tianguis son verdaderos centros comerciales, tan versátiles que al lado de la ropa usada se encuentran todo tipo de objetos, sin entrar en detalles de si es lícita o dudosa su procedencia.
De acuerdo a datos proporcionados por la Cámara Nacional de la Industria del Vestido, en 2008 ingresaron al país 19 mil 350 toneladas de ropa usada, gracias al Tratado de Libre Comercio de América del Norte y al amparo de las fracciones arancelarias 63101001 y 631011099 referentes a trapos mutilados, clasificados o picados, que sirven de pretexto a los importadores para introducir al país ropa usada mejor conocida como ropa de paca. La industria del vestido es otro de los sectores severamente afectados ante una desventajosa competencia que nunca se analizó a fondo.
En el primer trimestre de 2009, el incremento alcanzaba un 24 por ciento en comparación al año anterior. En esta segunda mitad del 2010, la cifra que se quiera imaginar es correcta, sin considerar el contrabando del que únicamente se tienen estimaciones. Al contrabando técnico y bronco hay que añadir el virtual, que vía electrónica ha aumentado la lista de proveedores quienes ofrecen hasta entregas a domicilio.
Las leyendas y contradicciones alrededor del tema no se han hecho esperar. Que si proviene de cadáveres de cementerios, hospitales, centros asistenciales, de víctimas de países en guerra, etc. Seguramente hay muchos casos en que así ocurre, pero no se puede generalizar.
Lo cierto es que en México, los responsables tampoco se ponen de acuerdo. A fines de julio pasado las autoridades de la Secretaría de Salud emitieron un comunicado de prensa en el sentido de que no está demostrado que la ropa en cuestión sea causante de enfermedades como lo informa la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS) dependiente de la misma Secretaría.
Las mismas autoridades han encontrado bacterias, virus de hepatitis y rotavirus, hongos, chinches y escamas de piel como posibles portadoras de sarna. Este parásito sobrevive porque se alimenta ahí mismo hasta que encuentra un huésped susceptible a contagiar. Los hongos pueden estar en estado vegetativo por largos períodos. Ciertos virus, está demostrado científicamente, permanecen en la ropa a pesar de lavarla.
Otra enfermedad factible de contraer es la bisinosis o asma ocupacional, al inhalar el polvo del algodón u otros polvos de fibras vegetales como lino y cáñamo. Puede afectar a los que empacan y a los que la revuelven al momento de escogerla. Son partículas flotantes que se observan a la luz, cuando se desempaca o sacude la ropa.
No hay que cerrar los ojos ante el tamaño del problema, aunque tampoco existe una solución en puerta. El mercado y los compradores son reales. México, necesita una regulación sanitaria sobre ropa usada, pero carece de ella. En naciones como Estados Unidos, esta ropa sí se puede comercializar, está prohibido vender la de desecho y la que viene de basureros, morgues y hospitales.
Mientras llega la legislación al respecto y que la población pueda comprar ropa nueva (¿?), lo único que queda es prevenirla para que tome algunas medidas en beneficio de todos.
La forma: aunque la ropa se venda asegurando su higiene por estar empacada, es mejor para los compradores lavarla y desinfectarla.
El fondo: al menos tendrán la tranquilidad de haberlo hecho, pero no la certeza de cero riesgos. Y no lo olvidemos: TODOS SOMOS NATURALEZA.
Fuente: Acacia Fundación Ambiental A. C.