La polémica es consustancial a la evolución intelectual. Pero «una ciencia que avanza, nunca acaba en el punto de partida. Einstein revisa a Newton, pero no te manda de vuelta a Aristóteles». Por ejemplo, con la polémica «neo» parece que los keynesianos están aprovechando la actual crisis económica para liquidar a los clásicos.
En el caso de la responsabilidad social corporativa (RSC) también es tentador resucitar de nuevo la polémica teórica de «obligatoriedad vs. voluntariedad». La realidad es que las teorías económicas sólo pueden ayudarnos a entender un poco mejor la realidad, pero como señala el Nobel Myron Scholes lo esencial es asumir que «están los modelos y luego están los que usan los modelos», tanto si son de «izquierdas», como si son de «derechas».
En el caso concreto del concepto de responsabilidad social corporativa, éste ha sido objeto de amplia polémica y debate teórico, que ha llegado incluso a generar la aparente necesidad de articular una definición generalmente admitida de lo que se entiende por responsabilidad corporativa, abordando diferentes variantes terminológicas, que en algunos casos llegan a inducir incluso a su limitación al ámbito empresarial y en otros a su traslación en la redefinición de conceptos tan clásicos como el de bien común o en el desarrollo de conceptos más recientes como el de sostenibilidad. Por otra parte, la fundamentación de la responsabilidad corporativa ha venido apuntando durante muchos años la controversia de si debe elevarse desde el nivel teórico al rango imperativo.
La realidad es que los modelos de responsabilidad social corporativa no pueden / deben ser objeto de una patrimonialización ideológica por parte de la derecha o la izquierda. La responsabilidad social corporativa más que un modelo susceptible de regulación o aplicación voluntaria (polémica teórica ya excesivamente recurrente) se trataría de una estrategia de referencia para lograr una mejor práctica del buen gobierno y la gestión, tanto por parte del sector privado, como del público.
Desde la asunción de tal estrategia de referencia de gobierno y gestión socialmente responsable, cabe buscar de forma más efectiva una contribución al desarrollo sostenible global por parte de todo tipo de organizaciones. Sobre ello, hay un consenso suficientemente amplio, tanto a nivel social, como económico y político.
El futuro de la responsabilidad social corporativa y su potencial contribución a la sostenibilidad global (como muchas otros aspectos de nuestra vida) se construye sobre lo que nos une, no sobre lo que se impone. Mucho menos si la imposición se muestra de una forma tan manifiestamente ideologizada en términos de «izquierda vs. derecha» o de “obligatoriedad vs. voluntariedad”.
Lo prioritario y fundamental es que la responsabilidad económica, social y medioambiental de nuestros actos nos afecta, y nos compromete a todos, tanto si se es de «izquierdas», como si se es de «derechas», tanto si nos toca desempeñarlo en el sector privado, como en el público.
De poco sirven las imposiciones ideológicas o incluso regulatorias, si no hay una voluntad efectiva de asunción y desempeño responsable, del que rindamos cuentas ante la sociedad.
Por cierto, en el caso de los poderes públicos (tanto de izquierdas, como de derechas, o de medio centro) esta obligación de «dar cuenta» de su gobierno y administración responsable podríamos ya considerarla que ha superado aquello de que “El Caudillo sólo responde ante Dios y ante la Historia».
La responsabilidad de los poderes públicos ya aparece suficientemente regulada incluso a nivel de derecho interno e internacional; lo que falta en algún caso es hacerla efectiva de forma más proactiva por nuestros gobiernos y administraciones, ya que es parte esencial de la raíz misma de nuestra democracia y de nuestro compromiso como sociedad con un desarrollo sostenible global, que no se limita a nuestro horizonte presente y a nuestro entorno político, socioeconómico y medioambiental más inmediato.