Poco a poco, la RSE se aleja de la filantropía y se convierte en una herramienta más cuantificable y medible, entrando a formar parte del “core business” de las empresas.. La gestión empresarial ha de encaminarse por nuevos derroteros, menos anquilosados que los antiguos orientados exclusivamente al valor del accionista, no es ninguna novedad, y los aires de reforma comienzan a soplar en el escenario corporativo.Las compañías avanzan poco a poco.
Así, saltan a la palestra herramientas como la triple cuenta de resultados o las metodologías asociadas al “balanced scorecard” de Kaplan y Norton. El principio que se esconde detrás no es otro que lo que se mide es lo que se obtiene, debido a que lo medible es aquello a lo que se le presta atención. Por tanto sólo cuando las empresas midan su impacto social y medioambiental se podrá decir que son organizaciones responsables.
MEDICIÓN
Todavía para algunas empresas el problema que surge con la “Triple Bottom Line” es que la tres cuentas presentadas en paralelo no se pueden agregar de manera sencilla. Es difícil medir las vertientes ambientales y sociales de la misma manera que la económica, que se mide en términos de cantidades de dinero. Resulta difícil de medir en términos monetarios el coste de un desastre ecológico por verter petróleo al mar o impedir a los niños ir a la escuela al ocuparlos en trabajos.
Así las cosas, una reciente investigación de Ernst&Young asegura que la atención de los directivos e inversores a la RSE y hacia herramientas como la triple bottom line sigue aumentando en 2012. En cifras, las propuestas que abordan el desarrollo sostenible representaron el 40% de todas las resoluciones de los accionistas en 2011, frente al 30% de 2010.
Así, los temas importantes para el buen gobierno de las empresas se reformulan. La transparencia , por ejemplo, sigue liderando la lista de preocupaciones de empresas y stakeholders y son cada vez más las compañías que se ven en la necesidad de pulir sus informes de gobierno corporativo, segando la información exagerada o “buenista” y ganando en precisión a la hora de responder a cuestiones sobre supervisión y control. Y es que la información transparente se perfila como la mejor vara de medición de la salud corporativa.
BUEN GOBIERNO
En general, los modelos de gestión que buscan la sostenibilidad a largo plazo tienen todas las cartas para triunfar en el nuevo tablero de juego empresarial. Los beneficios de un gobierno corporativo transparente y responsable son incontables: efectos positivos en la imagen y la reputación de la compañía, en la motivación, retención y contratación del personal, e incluso ahorro de costes. Un apetitoso pastel al que pocas compañías se han atrevido a hincarle el diente. Entre las que lo hagan, sin duda, se contarán las corporaciones más robustas del escenario empresarial del siglo XXI. Es, ni más ni menos, lo que adelanta Forest Reinhardt en su libro “Down to Eearth”, al advertir que el viejo modelo de gestión puede cegar a los ejecutivos impidiéndoles ver los beneficios de la triple utilidad. Y sin embargo, el nexo entre sostenibilidad y resultados financieros sigue estando poco clara para muchos altos ejecutivos.
Autores como Domenec Mèle en «The Oxford Handbook of Corporate Social Responsibility», su autor Domenec Mèle, expone sin embargo que la tendencia a la integración de los aspectos sociales y ambientales junto con los esconómico tiene varias debilidades, como la vaguedad del concepto de RSC y, más importante, la falta de integración entre ética y actividad empresarial. No se habla pues de ética, sino de demanda sociales. Y a pesar de las múltiples variantes teóricas, quedan todavía muchos expertos que sólo ven la RSC como cierto control social a la empresa o como una forma de dar una cara humana al capitalismo. En contrapartida, las compañías que integran la RSC en sus modelos de negocio de un modo “serio”, equiparándola a las tradicionales herramientas de gestión y concediéndole la importancia que merece a la hora de generar rendimiento económico, promueven que el concepto se desligue de su carga de “moralidad” y pierda su carácter teórico para convertirse en una herramienta pragmática e incluso cuantificable.